Reforma Bonisoli, lo que vale y lo que no vale. Con un par de posibles ideas y reflexiones


Reflexiones sobre la inminente contrarreforma del Ministerio de Patrimonio Cultural, con posibles ideas.

La reforma del Ministerio de Cultura que, tras un año de trabajo, está a punto de concluir estos días (de momento sigue en fase de borrador, por lo que las medidas que se comentan a continuación pueden estar sujetas a cambios), contiene efectivamente pocas novedades, pero pueden ser suficientes para cambiar radicalmente la cara del ministerio. La premisa básica ya está clara para todos: se trata de una reforma muy centralizada, ideada por un pool en el que ni siquiera había un técnico del sector, y que parece casi encaminada a desmantelar la reforma de 2014 de Dario Franceschini (hasta el punto de que muchos han acuñado la expresión “contrarreforma Bonisoli” para la actual). La "con trarreforma" da un vuelco total al planteamiento de la reforma de 2014, y ciertamente era de esperar: el programa electoral del Movimiento 5 Estrellas (el partido del ministro Alberto Bonisoli), en varias de sus partes, expresaba una fuerte oposición a las medidas adoptadas en la pasada legislatura. Criticaban, en particular, la sobrecarga de la estructura central del ministerio con el aumento del número de direcciones generales, la división entre las funciones de protección y promoción, y el impacto negativo de la autonomía sobre los pequeños museos. Sin embargo, las medidas que presumiblemente se introducirán con la “contrarreforma” crearán probablemente una especie de estructura híbrida entre la imaginada por el ex ministro Franceschini y un ministerio con una fuerte vocación centralista. Y también es probable que sigan siendo los museos más pequeños los que salgan perjudicados. Merece la pena, pues, entrar en el fondo de la cuestión.

En el borrador que hemos podido leer (y que, en cualquier caso, ha sufrido modificaciones a lo largo de los trabajos: hablaremos, por tanto, de los puntos que muy probablemente formarán parte de la redacción final del texto del DPCM), el primer pasaje en el que detenerse es la ampliación de los poderes del secretario general, que se convertirá en una especie de "ministro en la sombra " dotado de un paquete de competencias que nunca antes habían sido prerrogativa de esta figura. El secretario general es, en esencia, una figura administrativa: su tarea actual es (en resumen) garantizar la coordinación y la unidad de la acción administrativa del ministerio, elaborar directrices, orientaciones y estrategias, coordinar las distintas oficinas, supervisar su eficacia y rendimiento, y coordinar las actividades europeas e internacionales (por ejemplo, las relaciones con la Unesco). Con la reforma, también se asignan al secretario competencias puramente técnicas, como la promoción y coordinación de la digitalización del patrimonio cultural nacional, la coordinación de las políticas de préstamo de bienes culturales al extranjero y la coordinación de las políticas de comunicación e información institucionales. Y es realmente difícil entender por qué estas tareas (pensemos en los préstamos: ¿una medida redactada a raíz de los préstamos de Leonardo da Vinci?) deben ser coordinadas de forma centralizada, y además por una figura que no es necesariamente técnica (el actual secretario general no es, de hecho, un técnico, sino un administrativo). No sólo eso: tras la “contrarreforma”, el secretario general también tendrá la potestad de asumir la “titularidad de una dirección general que se encuentre vacante” (traducido, esto significa que en caso de necesidad el secretario general podría asumir pro tempore la dirección de los Uffizi o de los otros nueve museos autonómicos calificados como direcciones generales). Y de nuevo: el secretario general también tendrá potestad para conferir directamente los nombramientos a los nuevos “secretarios de distrito” (en sustitución de los autonómicos: antes los nombramientos los confería el director general de Presupuestos, a propuesta del secretario general).



Y, con respecto a esto último, si la contrarreforma nació de la intención de racionalizar el aparato burocrático del Mibac, tal vez hubiera sido mejor que las secretarías hubieran sido abolidas tout court (también porque representan poco más que una carga adicional al trabajo de las superintendencias): constituyen el brazo local de la secretaría general y básicamente tienen el propósito de coordinar las diversas oficinas locales del Ministerio. Las actuales secretarías regionales son, conviene recordarlo, una novedad de la reforma de 2014, y se introdujeron para sustituir a las direcciones regionales, con la idea de agilizar el trabajo de los órganos de coordinación transfiriendo algunas competencias técnicas que eran prerrogativa del director regional (propuestas de adquisición, declaración de utilidad pública, autorización de enajenaciones, verificación de la subsistencia del interés cultural) a un órgano colegiado, las comisiones regionales de patrimonio cultural. Uno de los aciertos de la contrarreforma Bonisoli es la supresión de estas últimas: sus competencias vuelven a las superintendencias (aunque en ciertos aspectos, en primer lugar la declaración de interés cultural de un bien, el Director General de Bellas Artes y Paisaje, otra medida centralista, tiene la última palabra). Sin embargo, las secretarías de distrito no desaparecen, al contrario, se ven reforzadas ya que también ejercerán “funciones de inspección, verificación y control a nivel territorial, de acuerdo con las indicaciones facilitadas por la Secretaría General” (casi parece darse por hecho que la labor de los superintendentes debe ser controlada por el centro).

Hay, sin embargo, otro punto que parece llevar al Mibac más en la dirección de un aparato salido de una novela rusa del siglo XIX que en el camino de convertirlo en una estructura moderna: la nueva Dirección de “Contratos y Concesiones”, que centraliza las competencias en materia de actividades contractuales, licitaciones y concesiones. En la práctica, la nueva dirección asumirá las funciones de la central de contratación para los contratos o concesiones por importes superiores a una cifra que se establecerá mediante un decreto ministerial posterior. Estas mismas funciones son desempeñadas ahora de forma independiente por los museos, los centros museísticos regionales y las superintendencias de archivos. En esencia: por las oficinas periféricas, que con la “contrarreforma” perderán por tanto una importante prerrogativa de su autonomía. Una prerrogativa que será gestionada, para toda Italia, por una oficina central (que se espera que cuente con el personal adecuado: por el contrario, el riesgo es el de congestionar aún más los procesos del dicasterio). Pero éste no es el único golpe a la autonomía de los organismos periféricos: se suprimirán los consejos de administración de los museos autónomos y, en consecuencia, los presupuestos serán aprobados por los órganos centrales del ministerio. ¿Se necesitará, por tanto, más personal? ¿Los museos ya no podrán decidir autónomamente sobre sus presupuestos? ¿En qué supuestos se determinarán los restos de su autonomía? Además, si las decisiones sobre los presupuestos se tomarán de forma centralizada, ¿se puede esperar que los plazos sean más largos, ya que el centro tendrá que trabajar para todos los museos autónomos?

Algunos museos perderán entonces totalmente su autonomía. Sobre este último punto, las protestas contra la supresión de la Galleria dell’Accademia de Florencia de la lista de museos autónomos han servido de poco hasta ahora: el museo del David de Miguel Ángel perderá con toda probabilidad su autonomía junto con el Museo Nacional Etrusco de Villa Giulia y el Parque Arqueológico de la Appia Antica (a excepción del Castillo de Miramare en Trieste, que se incluyó inicialmente en la lista de museos a suprimir: Prevalecieron las protestas del gobernador legista de Friul-Venecia Julia, Massimiliano Fedriga, por lo que probablemente se decidió no disgustar al aliado gubernamental). Por el momento, sin embargo, las razones que llevaron a eliminar estas instituciones de la lista de museos autónomos parecen estar cubiertas por un espeso manto de niebla: no se sabe en qué se basaron el ministro y su equipo para decidir eliminar estos museos en lugar de otros. Por el momento, los criterios son totalmente confusos y no han sido comunicados. Por supuesto, está claro que no se trata de una cuestión de productividad y accesibilidad, ya que la Galería de la Accademia es el cuarto museo más visitado de Italia, y va por 2017: por tanto, actualmente es imposible siquiera especular. Y también es difícil entender qué será de los actuales museos autónomos que perderán su independencia: probablemente pasarán a formar parte de las nuevas “direcciones territoriales de redes de museos”. Del mismo modo, cabe preguntarse qué ocurrirá con los actuales directores: algunos de ellos se encuentran al final de su mandato (por ejemplo, expira el de Cecile Hollberg, directora de la Galleria dell’Accademia de Florencia), pero también los hay que acaban de comenzar su labor, como Simone Quilici, el nuevo director del Parco Archeologico dell’Appia, que recibió su nombramiento a finales de mayo y, por tanto, corre el riesgo de perder a la velocidad de la luz su puesto como director de un museo autónomo.

La Galería de la Academia de Florencia, que podría perder su autonomía con la contrarreforma Bonisoli.
La Galleria dell’Accademia de Florencia, que probablemente perderá su autonomía con la contrarreforma Bonisoli. Foto Crédito Ventanas al Arte

Si es un punto positivo la extensión de las funciones de valorización a las superintendencias (que por tanto vuelven a tener también la facultad de valorizar los bienes que tienen a su cargo), con respecto a estas últimas no hay soluciones para superar algunos defectos de la reforma Franceschini: En particular, la fusión de las superintendencias histórico-artísticas y arquitectónicas con las arqueológicas, junto con la creación de polos museísticos regionales, ha provocado desplazamientos de competencias y de personal con el resultado de que, en varios casos, territorios muy vastos se han encontrado con pocos funcionarios disponibles (pasados a otras superintendencias o a polos museísticos regionales). No parece que haya medidas en la contrarreforma para solucionar este problema, como tampoco las hay a favor de los pequeños museos (que han sido los más afectados por la reforma de 2014), ni para reparar las rupturas entre superintendencias y museos que se han creado tras la reforma Franceschini. Rupturas que constituyen algo más que una mera formulación teórica: hay implicaciones prácticas, que surgen, por ejemplo, cuando una nueva excavación arqueológica en una zona lleva al descubrimiento de hallazgos que deben ser depositados en algún lugar (y las superintendencias no suelen disponer de depósitos adecuados como podrían ser los museos o las zonas arqueológicas). Y de nuevo, los polos museísticos regionales, como se ha dicho, se transformarán en “direcciones territoriales de redes museísticas”, pero aún no se sabe qué extensión tendrán (presumiblemente interregional), por lo que parece prematuro razonar sobre este punto.

Por último, cabe destacar la desvinculación de las oficinas de exportación de las superintendencias: de hecho, pasarán a ser oficinas de nivel de dirección no general y serán articulaciones periféricas de la Dirección General de Arqueología, Bellas Artes y Paisaje (pero dependerán de la Dirección General de Archivos para las decisiones sobre los fondos archivísticos, y de la Dirección General de Bibliotecas para las decisiones sobre los fondos bibliográficos). Esta decisión (que, por otra parte, nos retrotrae al siglo XIX) está en consonancia con el programa del M5S, que pretendía revisar la organización de las funciones de control de la exportación de bienes culturales al extranjero. Sin embargo, no se ha dado ninguna indicación sobre cómo se dotará de personal a estas nuevas oficinas, ni sobre quién deberá obligar a los bienes en caso de que se deniegue la salida, por lo que es probable que esta nueva medida, sin un reparto claro de tareas, acabe por anquilosar los procesos (como ocurriría si la oficina de exportación decidiera sobre la salida de un bien, pero la instrucción del proceso de declaración de interés siguiera siendo prerrogativa de otros organismos).

Así las cosas, parece que esta reforma, más allá de algunas ideas interesantes, no va a resolver los problemas que existen en la actualidad (es más, es probable que surjan más y nuevos), ni va a restaurar de forma eficaz y eficiente el tejido que la pasada reforma había deshecho. Al contrario: superintendencias y museos seguirán funcionando por separado (quizás hubiera sido conveniente, por ejemplo, reunir los museos de los antiguos centros museísticos regionales con sus superintendencias, dado el fuerte arraigo territorial de estos museos), mientras que los museos autonómicos verán reducida considerablemente su autonomía (que ya no era plena, como era normal, pues ni siquiera los grandes museos están desvinculados de sus contextos y es justo que los efectos de su labor beneficien también a los museos más pequeños). Una reforma centralista, concebida sobre todo por los administradores: quizá no hubiera sido tan mala si el debate hubiera sido más amplio y si los profesionales hubieran podido participar más extensamente. Hay que cuestionar dos puntos en particular: la drástica reducción de la autonomía de los “grandes museos” (en beneficio de la estructura central, que de hecho tomará las decisiones más importantes) y la falta de una solución real para reparar las desavenencias entre museo y territorio.

En el primer caso, tal vez, después de sólo cinco años desde que la autonomía entró en pleno funcionamiento, y dados los excelentes resultados obtenidos por la mayoría de los museos (y no se trata simplemente de una cuestión de mayores recursos disponibles), probablemente hubiera sido una buena idea mantener la autonomía tal como estaba, tal vez revisando la cantidad de recursos que recaen sobre el territorio (que en este momento, como ya hemos señalado en estas páginas con la ayuda de cifras, parecen desproporcionados en relación con el número efectivo de visitantes, con el resultado de que los pequeños museos están en desventaja). Es innegable que muchos museos, gracias a su autonomía, han experimentado aumentos de visitantes y de ingresos, han dado vida a modernas reinterpretaciones de sus colecciones, han seguido promoviendo la investigación como lo hacían antes de la reforma y han creado profundos vínculos con sus comunidades. Esta nueva reorganización del ministerio habría sido ideal para centrarse en los pequeños museos: parece que no ha sido el caso, pero la situación puede cambiar sin duda. Por último, como se ha propuesto anteriormente, para simplificar aún más el aparato burocrático tal vez no habría estado mal unificar los museos y las superintendencias suprimiendo los polos y las secretarías de los museos y concediendo a las superintendencias prerrogativas de autonomía similares a las de los grandes museos.


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