Si hay que reconocer un mérito al ministro de Patrimonio Cultural , Alberto Bonisoli, es el de haber reunido a todos en torno a su reforma del patrimonio cultural: a todos los partidos, del PD a la Lega, de Potere al Popolo a Fratelli d’Italia, de Alternativa Popolare a exponentes del propio partido del ministro (el Movimento 5 Stelle), y luego a alcaldes, administradores locales, directores de museos, periodistas, sindicatos, comités y asociaciones. De hecho, Bonisoli ha logrado una tarea al límite de lo posible, esto es, reunir a quienes, como Tomaso Montanari, se oponían firmemente a la reforma Franceschini de 2014 y a quienes, como Giuliano Volpe, figuraban entre sus más convencidos partidarios. El problema es que todos ellos están de acuerdo, pero en afirmar que la reforma del patrimonio cultural prevista por Bonisoli es una chapuza, por utilizar el elocuente y generoso eufemismo que el citado Volpe empleó en un artículo publicado en el Huffington Post (además el 16 de junio, mucho antes de que la reforma fuera operativa).
Y no es sólo un problema de contenido, sino también de método: La reforma se aprobó a toda prisa mediante decretos (por tanto, sin debate parlamentario alguno, como sería el caso cuando se plantean medidas que corren el riesgo de tener un impacto duradero en un sector complejo como el del patrimonio cultural), en muy poco tiempo (el dpcm de la reforma se publicó en el BOE a principios de agosto, y los decretos de aplicación fueron firmados por el ministro en la semana de mediados de agosto) y pocos días después de la apertura oficial de una crisis de Gobierno, casi como si la rapidez con la que se aprobó la reforma fuera el síntoma más evidente de la necesidad, por un lado, de alcanzar un resultado concreto, y por otro (al menos según la interpretación de Sergio Rizzo de La Repubblica) de perseguir un diseño preciso sin que, con la apertura de la crisis de gobierno, se prestara más atención al estorbo de la Liga que presionaba contra la centralización. Semejante coyuntura política debería haber inspirado prudencia: ahora, sin embargo, nos encontramos con una reforma a la que se opone la mayoría, que corre el riesgo de devolvernos a un centralismo anacrónico, de esclerotizar e inundar los procesos, de socavar la autonomía de los grandes museos (y complicar el trabajo de quienes deben dirigirlos), de soltar una cuchillada sobre los pequeños museos y de ralentizar aún más la reconstrucción de las zonas del centro de Italia golpeadas por el terremoto. Todo ello en un clima opresivo de incertidumbre y sólo cinco años después de la última reforma.
Para entender las razones de tantos ataques y tantas críticas, es necesario examinar la reforma Bonisoli punto por punto, al menos en sus aspectos nuevos más importantes, estableciendo comparaciones con la situación anterior. Se puede empezar por lasupresión de los polos museísticos regionales y la creación de las direcciones territoriales de las redes de museos (se podría decir que la situación se complica incluso por el nombre de la nueva institución): en definitiva, las direcciones territoriales tendrán competencias sobre territorios mucho más amplios que los de los ahora antiguos polos museísticos regionales, identificados a partir de las regiones individuales, mientras que con la contrarreforma Bonisoli nos encontraremos con diez grandes redes en parte interregionales (Liguria-Piamonte, Lombardía-Véneto, Emilia-Romaña, Toscana, Lacio, Abruzos-Molise, Campania, Apulia-Basilicata, Calabria, Cerdeña). Sobre por qué la ampliación de los antiguos polos es una medida arriesgada, intervino precisamente la sección italiana del ICOM - Consejo Internacional de Museos: En una nota difundida el 23 de agosto, ICOM Italia considera “un error haber previsto direcciones únicas para varias regiones”, debido a que “la extensión de las competencias de los antiguos polos museísticos a territorios tan vastos (el caso Lombardía-Veneto es particularmente anómalo)” podría “restar eficacia a la acción de coordinación de los museos y, sobre todo, al impulso de la integración de las políticas culturales entre los distintos actores públicos y privados y a la promoción de redes de museos (y otras instituciones como archivos y bibliotecas) de titularidad diferente, que operan generalmente a escala regional o subregional”.
Por otra parte, siempre en relación con las fusiones, en estas páginas el escritor ya ha tenido ocasión de subrayar cómo determinadas decisiones (la salida de la Última Cena del polo museístico lombardo para unirse a la Pinacoteca di Brera, la salida de la Galleria Franchetti de Venecia del polo véneto para unirse a la Gallerie dell’Accademia de Venecia la fusión entre los Uffizi, la Galleria dell’Accademia y el Museo di San Marco) podría tener efectos devastadores para los pequeños museos, y el aumento del fondo de solidaridad, del 20% al 25%, no es más que un paliativo insuficiente para reconducir la situación. Tomemos, solo como ejemplo, la situación de los museos de Lombardía: antes de la reforma Bonisoli, el Cenacolo Vinciano, con sus casi cuatro millones de euros anuales (algo menos en 2018, cuando ascendió a tres millones y medio), daba oxígeno a los demás museos del polo, ya que la reforma Franceschini preveía que los ingresos por venta de entradas de cada uno de los museos del instituto (menos el 20% que se destinaría al fondo de solidaridad) se redistribuyeran entre todos los museos pertenecientes al polo. La mayor parte de los ingresos del Cenacolo se repartían entre los distintos museos, mientras que con la transferencia a Brera, casi todos permanecerán en el instituto autónomo.
Siguiendo con el tema de los museos, el deseo del ministro Bonisoli ha sido siempre el de suprimir los consejos de administración: un deseo que, salvo improbables sobresaltos de última hora, se cumplirá debidamente. Se trata de una medida que afectará a la autonomía de los museos, a pesar de que el MiBAC ha intentado, en los últimos días, defender la reforma con una nota de la oficina de prensa en la que afirmaba que “se han suprimido los consejos de administración de los museos para simplificar, ya que de todas formas sus dictámenes ya eran aprobados por la dirección central”. Conviene recordar cuáles eran las funciones de las JD, previstas por la reforma Franceschini y reguladas por el decreto ministerial de 23/12/2014, "Organización y funcionamiento de los museos de titularidad estatal determinar y planificar las líneas de investigación y las orientaciones técnicas de la actividad del museo (en coherencia con las directivas y otros actos normativos del ministerio), y en particular adoptar el estatuto del museo (previo asentimiento del Comité Científico y de la Junta de Auditores), aprobar la carta de servicios, el presupuesto (con sus variaciones), la cuenta final, los instrumentos de verificación de los servicios encomendados en concesión con respecto a los proyectos de valorización elaborados por el director del museo, pronunciarse sobre las cuestiones presentadas por el director del museo. Todas estas actividades serán ahora responsabilidad del director del museo, que deberá preparar los presupuestos y los documentos contables, que se enviarán a la dirección central para su aprobación: los directores se verán así privados de un órgano que ejerce importantes funciones de apoyo y control (incluso en este caso, el apoyo, anunciado en la nota mencionada, de un gestor administrativo al director para ayudarle en estas tareas no parece suficiente). Llegados a este punto, más valdría suprimir la autonomía financiera de los museos y dejarles sólo su autonomía científica.
Alberto Bonisoli |
Ya se ha hablado mucho de la nueva Dirección General "Contratos y Concesiones", que centralizará todas las decisiones sobre contratos, tanto en la sede central como en las oficinas periféricas (para estas últimas, la dirección sólo actuará como central de contratación para importes superiores a una cifra que se establecerá más adelante). Otra medida que contribuye a mutilar la autonomía de los museos, y también cabe preguntarse cómo se dotará de personal a la nueva dirección (en su dictamen sobre la reforma, el Consejo Superior de Patrimonio Cultural subraya que, para su puesta en marcha, será necesario contratar personal cualificado y especializado), y cómo será de eficiente para todas las oficinas periféricas del MiBAC. El temor es que los procesos se vuelvan más rígidos y largos. Del mismo modo, se teme la ampliación de los poderes del secretario general, que también tendrá competencias técnicas, y sobre cuyo excesivo poder incluso el propio Consejo Superior ha expresado perplejidad: podrá, por ejemplo, coordinar las políticas de préstamos exteriores de bienes culturales, coordinar las políticas turísticas de MiBAC de acuerdo con el Ministerio de Agricultura (que tiene competencias en turismo), ocuparse de las políticas de comunicación e información institucional. Y también podrá proponer un sustituto en caso de que quede vacante la dirección de una oficina de gestión periférica: así, por ejemplo, podrá indicar el nombre de la persona que asumirá temporalmente la dirección de un museo.
Los analistas se han centrado en gran medida en los museos, y se ha prestado poca atención a las superintendencias, es decir, a los organismos encargados de la protección. Aquí sí que se ha resuelto una de las principales contradicciones de la reforma franceschiniana, es decir, el equilibrio de competencias dentro de las superintendencias únicas establecidas con las medidas de 2014-2016: el responsable de autorizaciones, dictámenes, visados, nulla osta y lo que haga falta será el funcionario responsable de la materia, el llamado “responsable de área” (es decir: el arqueólogo se encargará de la arqueología, el arquitecto del patrimonio arquitectónico, el historiador del arte del patrimonio histórico-artístico), y el superintendente único, si quiere dictar una medida que se desvíe de la investigación preliminar realizada por el jefe de área, tendrá que informar a la Dirección General de Arqueología, Bellas Artes y Paisaje. Este es uno de los pasajes más interesantes de la reforma, que mejora la orden ministerial de 23 de enero de 2016, la que introdujo las “superintendencias holísticas”, como se denominaban entonces (y que había generado cierta confusión en estos pasajes). También habría otro punto positivo, aunque, al menos en una primera lectura, parecería introducir algún conflicto: la ampliación a las superintendencias de ciertas competencias relacionadas con la valorización. En el texto de la reforma se afirma que la superintendencia “pone en valor los bienes que le han sido confiados”, pero también se afirma que la planificación, coordinación y promoción de las actividades de puesta en valor son competencia de las direcciones territoriales de las redes de museos: no queda claro, por tanto, cuál es el rango de actuación de la superintendencia en la puesta en valor de sus bienes.
En el tema de la protección, sin embargo, también hay que profundizar en las nuevas “secretarías de distrito”, que sustituyen a las antiguas “secretarías regionales”. Las secretarías son (en resumen) un órgano que conecta el centro del Ministerio con sus emanaciones en el territorio, y en particular se ocupan de las relaciones sindicales y la negociación a nivel territorial, la eficacia de la administración, el apoyo administrativo y el asesoramiento a las oficinas periféricas: una articulación que la reforma podría haber suprimido fácilmente transfiriendo sus competencias a otros órganos territoriales. Sin embargo, se amplían las funciones de las secretarías (también tendrán funciones de inspección, ausentes en la reforma Franceschini) e incluso en este caso, como se ha dicho, trabajarán con carácter interregional. Una medida que ya ha suscitado protestas: cabe mencionar la postura de la Cisl de las Marcas, según la cual la unificación de las Marcas y Umbría con el traslado de la sede de la secretaría a Perugia “pone en grave peligro el funcionamiento de todo el sistema económico y de gestión del patrimonio cultural de las Marcas”, ya que la secretaría de las Marcas “ha realizado un excelente trabajo de coordinación de todos los contratos y obras relacionados con la reconstrucción y restauración tras el terremoto”. Según la CISL, “reducir las oficinas ejecutivas en los territorios significa reducir la capacidad de acción y de gasto del Ministerio en una región, generando no sólo graves consecuencias sobre la eficacia de la acción de protección y valorización del patrimonio, sino también en términos económicos”. En el Fatto Quotidiano del 29 de agosto, Salvatore Settis afirma que la extensión de las secretarías a varias regiones podría ser un “contraveneno a la posible regionalización de la protección”: el contraveneno más eficaz viene dado sencillamente por el hecho de que la protección permanece (y esperemos que permanezca para siempre) dentro de los confines de la acción estatal (si acaso, si realmente hay que objetar algo, se puede subrayar que en los comités científicos de los museos autonómicos se incluirá a un representante del municipio donde esté ubicado el museo). La extensión de una oficina sobre un territorio más amplio podría, en todo caso, dificultar la supervisión.
El último hecho a destacar es que, en cualquier caso, la contrarreforma Bonisoli no afecta al núcleo de la reforma Franceschini (museos autónomos, superintendencias únicas, separación entre protección y valorización): si acaso, parece un retoque de la misma en términos peyorativos. En la práctica, el Movimiento 5 Estrellas no ha dado curso a ninguno de los puntos programáticos relativos a la reforma con los que se presentó a las elecciones de marzo de 2018: limitándose al “ajuste de la reforma de la organización del Ministerio y sus órganos periféricos”, no se ha saneado la fractura entre protección y puesta en valor que el Movimiento 5 Estrellas se propuso resolver, no se han puesto en marcha iniciativas para ayudar realmente a los pequeños museos (es más, quizás la situación empeore), no se han puesto en marcha iniciativas para la cartografía de los bienes culturales abandonados, no se ha emprendido ninguna iniciativa para la participación activa y directa de los ciudadanos (de hecho: vale la pena repetir que la reforma se abandonó por decreto), no hubo ninguna revisión de la Ley de Mercado y Competencia que cambiara los umbrales de valor para exportar bienes culturales al extranjero. Y, por supuesto, no había nada nuevo sobre los servicios adicionales en los museos. Hacían falta medidas que enmarcaran y corrigieran algunas distorsiones evidentes de la reforma Franceschini: lo que hemos obtenido es sólo una distorsión que no socava su estructura. Y en este momento histórico no había realmente ninguna necesidad.
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