Reducción del IVA sobre las obras: las lágrimas de cocodrilo del mundo del arte


La no reducción del IVA sobre las obras de arte es un problema para el mercado italiano, que pierde competitividad frente a las galerías francesas, alemanas y de otros países. Sin embargo, esta no es la principal tenaza que asfixia hoy al arte italiano: la no reducción del IVA es solo un agravante.

La no reducción del IVA es sin duda un problema para el mercado del arte italiano, que pierde competitividad frente a las galerías de Francia, Alemania y de todo el mundo. Pero ésta no es la pinza que asfixia al mercado del arte, sobre todo si pensamos en el contemporáneo. ¿Por qué nadie protesta, por ejemplo, por las condiciones de los artistas que viven un papel completamente desregulado, sin ningún estatuto jurídico, sin ningún derecho y sin ningún reconocimiento político? El 22% de IVA es un problema, pero el verdadero problema reside en ese “cien”. En otras palabras, la ausencia total de confrontación crítica ha creado un sistema de especulación en el que ese “cien” se ha inflado con valores arbitrarios determinados por el dopaje de las relaciones públicas. Después de muchos años, este sistema especulativo está condenado a estallar, y los coleccionistas contemporáneos ya no están dispuestos a comprar obras de 10-20-30-50 mil euros cuando esas obras valen una quinta parte, si no menos.

Con la no reducción del IVA, se culpa al gobierno de la crisis del mercado, ¡pero no es así! El gran problema son los valores, y por tanto los precios, que se han inflado durante años sin ninguna base crítica. Cuando en cambio la crítica podría revitalizar la formación de los artistas (totalmente propensos a posturas rígidas y nostálgicas) y la divulgación podría ser un espacio de oportunidad para interesar y entusiasmar al público y a los coleccionistas. Quienes han intentado estimular esa confrontación crítica en Italia durante los últimos quince años han sido excluidos, condenados al ostracismo, marginados y asesinados profesionalmente. Ahora el sistema nos dice que la crisis del sistema se debe al IVA, cuando en realidad su no disminución no hace sino agravar una situación que ya era de profunda crisis.

Los artistas jóvenes, las galerías medianas y pequeñas sólo se mantienen en pie gracias a la “Fundación Abuelos” y a la posibilidad de que algunos artistas den clases en la academia. Estos problemas los planteé yo mismo hace dieciséis años en los principales periódicos nacionales del sector, hablé en 2009 de un caso P-ART-MALAT, en el que las obras se inflaban con valores arbitrarios como los títulos de los ahorradores defraudados de Parmalat. Hoy esos problemas han escalado y degenerado. Poco cuentan las lágrimas de cocodrilo. Los coleccionistas de arte contemporáneo que se sintieron estafados nunca protestarán para no sentirse estúpidos, para no ver disminuido su estatus social y para no depreciar aún más las obras contemporáneas que compraron a precios inflados. Su protesta es silenciosa: consiste en no comprar más obras contemporáneas y concentrar sus compras en lo moderno, que hoy se está comiendo lo contemporáneo.



El IKEA evolucionado de Luca Rossi
El IKEA evolucionado de Luca Rossi

Os lo recuerdo, porque a muchos no les queda claro: son los artistas los que deben hacer obras para el crecimiento del mercado. Obras de calidad por las que esté justificado pedir dinero por ellas. Estamos sustituyendo obras por perfiles de comisarios, narcisismo de directores, carretes en Instagram, listas de 300 artistas en las distintas Bienales, barbas blancas de Bonami y Pistoletto, cosas que también son interesantes pero que deberían estar al margen. Esta cuestión crítica y cualitativa debe anteponerse necesariamente a las cuestiones del IVA.

Hoy en día, el papel del artista está completamente a merced de la llamada de la galería o del comisario. Una llamada que a menudo depende de la amistad y no del mérito. Cuando se colabora con una galería, ésta retiene la mitad del precio de la obra, si no más. Esto también hace prácticamente imposible la “Investigación y Desarrollo”, con obras que, por un lado, tienen que ser inmediatamente reconocibles y, por tanto, inmediatamente vendibles, y, por otro, no permiten al artista ingresos suficientes para sobrevivir con su trabajo. Esta obsesión por el mercado, por el “coleccionismo”, sin prever momentos de investigación y de siembra, vuelve muy débiles a las obras y a los artistas cuando, por el contrario, deberían estar en el corazón del sistema del arte. Además, para acceder hoy a las galerías contemporáneas, hay que desarrollar lenguajes derivados y, por tanto, imitar a los artistas modernos. Los artistas de hoy parecen esos destajistas que en las películas neorrealistas iban por la mañana delante de las fábricas esperando que los llamaran, y siempre dispuestos a trabajar por un euro menos, en una guerra de ofertas en la que nadie gana. ¿Por qué nadie protesta por estas pésimas condiciones?

Antes de los problemas del IVA, existe otro problema: el hecho de que desde hace quince o veinte años el arte contemporáneo no produce valores reales, lo que obliga al sistema a utilizar el dopaje de las relaciones públicas, y así inflar las obras contemporáneas con valores arbitrarios, situación que acaba contaminando el futuro mercado. Esto se debe al hecho de que ya no existe ningún sistema crítico, ninguna confrontación crítica, en un mundo en el que los comisarios de arte piensan principalmente en sus propias carreras y han abdicado por completo de la capacidad de discutir públicamente las luces y sombras de las obras de arte. De hecho, la crítica podría tener como consecuencia enemistarse con alguien y disminuir así las propias posibilidades profesionales en un sistema precario con muy pocas oportunidades para todos.

En cambio, la crítica debería servir para estimular y alimentar la fase formativa de los artistas y, al mismo tiempo, crear un espacio de oportunidades para que el público y los coleccionistas se apasionen por lo contemporáneo. Esto no ha ocurrido durante años, y hoy estamos recogiendo los frutos de esta aridez que podemos ver reflejada en bienales, exposiciones y ferias. Llevamos muchos años avanzando en un desierto en el que también se hace difícil reconocer (y por tanto proteger) la calidad. El problema del IVA está ahí, sin duda, pero es secundario frente a la calidad de los productos que se ofrecen, que en el 95% de los casos son soluciones de mobiliario que podríamos encontrar en IKEA, pero que en el mundo del arte también se vuelven pretenciosas e innecesariamente caras.


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