¿Qué habrá hecho la violencia de Milán: tal vez, restringir nuestras libertades fundamentales?


Una reflexión a raíz de los enfrentamientos del 1 de mayo en Milán tras las protestas de la Expo. ¿Para qué habrá servido la violencia? Intentamos dar una respuesta a la pregunta...

Partamos de una premisa: la violencia nunca es justificable. Y partiendo de esta premisa, añadamos un corolario: sobre todo cuando perjudica a una idea en beneficio, en cambio, de quienes se atrincheran taimadamente tras una máscara familiar y tranquilizadora, ocultando, sin embargo, maldades, grandes dudas, intereses opacos. En Milán, en los últimos días, hemos asistido a un nuevo episodio de este maniqueísmo mediático, que esta vez ha enfrentado ala Expo y a sus partidarios, y en el lado opuesto de la barricada a los manifestantes, a los disidentes, a los que señalan con el dedo todo lo que la Expo esconde en términos de precariedad, explotación, corrupción, deudas, etcétera.

En resumen, Expo contra noExpo. Pero la realidad, por supuesto, es mucho más compleja, y nunca como en estos casos es necesario leer entre los matices en lugar de dividirlo todo en blanco y negro. Si bien es cierto que la Expo es un escaparate potencial para el progreso de la humanidad, también lo es que se ha montado a golpe de deudas, adjudicaciones poco claras y cimentación de terrenos, que cuenta con el patrocinio de multinacionales que llevan a cabo políticas empresariales cuestionables, y que se nutre de la mano de obra, a menudo mal pagada cuando no gratuita, de cientos de jóvenes (a los que, por otra parte, les damos un consejo: si te gusta trabajar gratis, hazlo para los necesitados). Y si bien es cierto que los movimientos de protesta hacen lo que pueden para hacer llegar a la gente todo lo que esconde un acontecimiento como la Expo, también es cierto que no están exentos de culpa: por ejemplo, en la página web oficial del Comité No Expo aún no ha aparecido una postura oficial, clara e inequívoca contra la violencia del 1 de mayo.



La despreciable devastación tuvo lugar justo cuando celebrábamos el Día de los Trabajadores, y mientras recordábamos cómo la costumbre de celebrar el primero de mayo se debió precisamente al sacrificio de ocho inocentes condenados tras un atentado del que, ciento veintinueve años después, seguimos sin conocer al verdadero autor. Pero fue suficiente para desencadenar una dura represión contra determinados grupos políticos. El paralelismo, aunque en su debida proporción, salta inmediatamente a la memoria, junto con tantos episodios no resueltos de la historia reciente. Probablemente nunca sabremos quién se escondía tras los trajes negros de los escurridizos black blocs que el otro día pusieron a fuego y espada a un Milan impotente, perjudicando sobre todo a ciudadanos indefensos a los que va toda nuestra solidaridad. Del mismo modo que aún no sabemos quiénes fueron los que organizaron las mismas escenas de devastación en Génova en 2001. Pero sabemos muy bien que quienes pagaron por aquella devastación de hace catorce años fueron decenas de inocentes que sufrieron furiosas palizas, insultos de todo tipo y, en algunos casos, incluso torturas, tanto físicas como psicológicas. Igual que aún no sabemos quiénes fueron los verdaderos instigadores de las masacres durante los años de la estrategia de la crispación. Pero sabemos muy bien que cientos de personas que no tenían nada que ver perdieron la vida, y que a menudo personas totalmente ajenas a los hechos pasaron como culpables, sufriendo la vergüenza de seguir siendo culpadas incluso después de su desaparición.

Gli scontri di Milano
Los enfrentamientos en Milán. Foto de VVox distribuida bajo licencia Creative Commons.

Estos días, quien paga el pato de lo ocurrido en Milán el 1 de mayo es todo el movimiento No Expo. Poco importa que se trate de un movimiento compuesto en su inmensa mayoría por personas pacíficas, que lo tienen todo en mente menos alimentar la violencia. Porque alimentar la violencia, para un movimiento de disidencia, sería contraproducente y estúpido. La violencia siempre hace el juego a los poderosos, como explicaba admirablemente el periodista Maurizio Novellino en un editorial de La Comune del 2 de mayo. “La violencia es siempre perjudicial para la gente corriente y sus intereses, y sólo hace el juego a los jefes y a los poderosos. Para ser claros, incluso de los que se benefician de los negocios sucios de la Expo y de los monopolios agroalimentarios que matan de hambre al pueblo”. La prensa cercana al gobierno y, en general, a los partidos conservadores, no perdió la oportunidad de poner ante los ojos de millones de italianos la triste (y falsa) dicotomía entre buenos y malos, que se resuelve apresurada e hipócritamente en una contraposición entre, por un lado, los buenos turistas que hacen cola para entrar a ver los pabellones, los políticos que hablan de una “gran fiesta”, los coros de niños que cantan el himno nacional, el gran acontecimiento destinado a encontrar la manera de vencer el hambre en el mundo, y, por otro lado, los manifestantes ociosos, los estudiantes ociosos, los gritones ignorantes mal vestidos y, por supuesto, los violentos invisibles detrás de sus trajes negros, cascos y pasamontañas.

El mensaje es insidioso. Los escritos No Expo, pegados por los violentos en las paredes de medio Milán, invocan el nombre de los comités de manifestantes e inducen a fáciles y superficiales asociaciones de ideas, que encuentran su salida a través de insultos murmurados por “gente decente” en las páginas de Facebook de los comités No Expo. Así, los posts que intentan abrir los ojos sobre cómo un evento que querría promover la comida de calidad está patrocinado por una empresa que produce la peor comida basura, o cómo los jóvenes llamados a trabajar en la Expo son explotados y cobran sueldos miserables, o cómo los espacios habilitados para la Expo han provocado la pérdida de hectáreas de tierra cultivable, se convierten en el desahogo de los moralistas domingueros que, cómodamente sentados en sus sillones y adecuadamente escondidos tras sus teclados, desean, incluso a los manifestantes más tranquilos e inofensivos, dosis masivas de porras, o evocan a los peores personajes de la historia de Italia desde la Unificación hasta nuestros días, desde Bava Beccaris a Mussolini. Y las “buenas gentes” que desean las porras a los manifestantes no pueden sino alegrarse de las propuestas liberticidas de los políticos que tenemos.

Porque si algo nos enseña la historia es que actos de violencia como los de Milán siempre han dado al poder la oportunidad de proponer normas para limitar la libertad de los ciudadanos. O, al menos, para discutir la posibilidad de introducirlas. Y así fue como el Ministro del Interior, Angelino Alfano, lanzó la propuesta de introducir prohibiciones preventivas, dando a los prefectos el poder de impedir manifestaciones arriesgadas en los centros históricos. El peligro de tal propuesta y el daño que podría causar a la libertad de expresión son flagrantes, pero a pesar de ello ya hay risas de pensadores de derechas que aplauden la propuesta que sacará a los manifestantes de los centros históricos, para que el pensador de derechas pueda ir a dar su paseo dominical sin pensar en que su vecino puede ser alguien que está peor que él, porque tal vez ha perdido su trabajo, y que por lo tanto exige más derechos para todos. Incluso para el bienqueriente que, a pesar de que nadie le desea el bien, podría o podría encontrarse en una situación similar.

Se ha dicho antes que la disidencia no está exenta de culpa, pero también es cierto que la disidencia no puede ser instrumentalizada, ni señalada como única responsable de la violencia perpetrada por flecos cuyos objetivos y, sobre todo, identidad real ni siquiera conocemos. Y la instrumentalización no debe dejar vía libre a la restricción de las libertades fundamentales. Asociar los escritos de los vándalos a los movimientos de los manifestantes es también una forma de desencadenar la represión. No distinguir entre manifestantes pacíficos y violentos, haciendo creer que todos pertenecen a la misma facción y persiguen los mismos objetivos, es otra forma de desencadenar la represión. Y, por supuesto, abogar por medidas que restrinjan la libertad de manifestación es una forma no demasiado velada de represión. La disidencia debe hacer oír su voz estridente tanto contra la represión, porque no podemos permitir que se coarte nuestra libertad, como contra la violencia, porque no podemos permitir que esta última se convierta en una herramienta para dar rienda suelta a leyes que podrían restringir nuestras libertades fundamentales.


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