Tuve que releer la frase varias veces, ya que me costaba creer que, en la Italia de 2017, existiera realmente un consejero regional capaz de proferir semejante monstruosidad, semejante concentración de falta de empatía, deinadecuación política, de incapacidad para controlar sus palabras, así como un peligroso precedente que debería sentarse con la única solución posible: la dimisión del consejero regional capaz de llegar tan lejos. Hablamos de Anthony Barbagallo, consejero de Turismo de la Región de Sicilia, que en las últimas horas, en una entrevista a La Sicilia, afirmó que una de las “emergencias que daña nuestra excelencia es la inmigración”, y añadió: “No soy racista y estoy a favor de la acogida, pero con algunos límites de sentido común. Uno de ellos es no distribuir refugiados en municipios turísticos. No se puede hacer Sprar con decenas de migrantes en Taormina, Bronte o en el patrimonio de la Unesco. Los migrantes deben ser distribuidos en otros lugares. Por lo tanto, pido a nuestros diligentes prefectos que eximan a los alcaldes de los municipios turísticos sicilianos de la obligación de acogerlos”.
Se trata de declaraciones de una gravedad sin precedentes, totalmente indignas de quienes ocupan un cargo público con altas responsabilidades, que representan a los ciudadanos y que, además, son miembros de un partido fundado en principios democráticos y antidiscriminatorios. Por varias razones: en primer lugar, alimentan la cultura de la intolerancia, y es bien sabido que una sociedad tolerante, en la que cada ciudadano tenga la oportunidad deintegrarse y desarrollar todo su potencial, es el único modelo a seguir si queremos aumentar el grado de cohesión social y, al mismo tiempo, reducir las desigualdades. Es tan obvio que casi da vergüenza tener que escribirlo, pero evidentemente, si hay quien piensa que los inmigrantes no son personas como las demás y no son dignos de ser acogidos en municipios con vocación turística, hay que seguir insistiendo en que el único camino a seguir es el de laintegración si queremos una sociedad justa y moderna. Y conviene insistir en que tal medida (que obviamente no encontrará aplicación práctica alguna: simplemente la tomamos como una demagógica boutade veraniega de la que muchos, incluido el presidente de la región, ya se han distanciado) es manifiestamente inconstitucional. De hecho, el artículo 16 de la Constitución dice: "Todo ciudadano(ed.: sobre el tema “ciudadanos, extranjeros y libertades públicas” véase G. Moschella, "Inmigración y protección constitucional de los derechos fundamentales“ en ”Immigrazione e condizione giuridica dello straniero" editado por Giovanni Moschella y Luca Buscema, Aracne Editrice, 2016) puede circular y permanecer libremente en cualquier parte del territorio nacional, salvo las limitaciones que la ley establezca con carácter general por razones de salud o seguridad. Ninguna restricción podrá determinarse por razones políticas". ¿Qué razones de salud o seguridad hay detrás de la incalificable propuesta de Barbagallo? Ninguna: si realmente hubiera razones de salud o seguridad, éstas también afectarían a municipios sin la supuesta vocación turística mencionada. De ello se deduce que se trata de una mera razón política, inviable por su evidente conflicto con la carta constitucional.
Inmigrantes en Sicilia. Crédito |
Pero si queremos dejar a un lado por un momento el plano de los principios para ir a lo contingente: ¿en base a qué características tendría Barbagallo en mente identificar la vocación turística de los municipios que no deberían recibir migrantes? Si se quiere, puede que ni siquiera existan, en Sicilia como en el resto de Italia, municipios totalmente desprovistos de atractivos turísticos. ¿Las grandes ciudades de arte, por ejemplo, ya no deberían acoger inmigrantes, según las declaraciones de Barbagallo? Sencillamente inconcebible. Y de nuevo: no existe ningún estudio serio que vincule la elección del destino por parte de los turistas con la presencia de centros de acogida. Al contrario: tomemos el caso de Lampedusa. En un libro-entrevista en profundidad publicado en 2013, en el que Marta Bellingreri entrevistaba a Giusi Nicolini, el entonces alcalde de Lampedusa afirmaba que, de forma aparentemente paradójica, la atención mediática dedicada a los desembarcos de migrantes en la isla siciliana había contribuido a su fama: “la acogida solidaria no es en sí misma un obstáculo para el turismo. Al contrario. Lampedusa fue descubierta por el turismo de masas gracias a la atención mediática tras el ataque con misiles de Gadafi en 1986. Del mismo modo, la atención sobre los desembarcos permitió a muchos descubrir la existencia de una isla llamada Lampedusa. Paradójicamente, por tanto, este tipo de información también ha servido para aumentar el turismo [...]. Entre los turistas que eligen pasar aquí sus vacaciones, los hay que no quieren ver ni saber nada de los emigrantes; pero un buen número viene precisamente porque Lampedusa los acoge. Todos ellos. En 2011, en el reducido número de turistas que llegaron a la isla, hubo, al final, un turismo solidario: la gente eligió Lampedusa por lo que había sufrido la primavera anterior, por lo que había sido capaz de hacer. Y esto fue también gracias a algunas pequeñas campañas en línea lanzadas para apoyar el turismo y la isla”.
Sicilia, como toda Italia, tiene una larga tradición basada en laapertura y laacogida. Declaraciones como las del consejero Barbagallo (a quien también habría que preguntarle cuál es su idea del turismo, dado que creía que la región podía ganar prestigio con la exposición de un retrato feo y ni siquiera vagamente leonardesco como el de la Tavola Lucana, o con el mal pensado traslado de un cuadro de Génova a Palermo) contrastan fuertemente con esta tradición, ofenden a los sicilianos, a los italianos y, más en general, a cualquier persona con sentido común, muestran una falta de tacto impropia de un político, y entran en el debate sobre los emigrantes con la misma delicadeza que una manada de reses salvajes podría mostrar hacia una cristalería. Y sobre todo sientan, como se preveía, peligrosos precedentes. En una reciente publicación titulada Introducción a la sociología de las migraciones, la socióloga Laura Zanfrini ha resumido bien todas esas formas más o menos latentes de racismo que perviven en nuestra sociedad. Está el racismo diferencialista, que "reivindica el derecho a la preservación de nuestra cultura amenazada por la contaminación y la hibridación“, está el ”racismo simbólico“, que se apoya en la discriminación inversa (por ejemplo, al referirse a los inmigrantes como parásitos de la sociedad), está el ”racismo culturalista“, que impone jerarquías entre los pueblos en función del grado de desarrollo alcanzado, etcétera. Ahí lo tienen: unas declaraciones irresponsables podrían reforzar todas esas formas de racismo que la sociedad civil trata por todos los medios de combatir: también por eso, repetimos, la dimisión del concejal podría ser una medida más que oportuna. Y no debería haber frases circunstanciales (como ”me malinterpretaron“, ”hubo un malentendido") que puedan servir de justificación.
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