Poder espiritual y poder temporal. Comparación de las imágenes del Papa Francisco y Sergio Mattarella


La estética al servicio de la comunicación: cuando las imágenes valen más que las palabras. Una comparación entre el Papa Francisco y Sergio Mattarella.

Tiempos excepcionales los que vivimos, tan excepcionales que el mismo día entraron en nuestras casas las dos más altas personalidades de nuestro país. Por orden de aparición, el Papa Francisco y el Presidente de la República Sergio Mattarella: y si tal vez no los oímos, era imposible no verlos, ya que sus imágenes rebotaron en la red durante horas y muy probablemente entrarán (la del Papa hablando a una Plaza de San Pedro desierta, seguro) en los libros de historia.

Dos imágenes que nos ofrecen los dos poderes más antiguos de este mundo, a menudo en conflicto y competencia entre sí, el temporal y el espiritual, unidos en la (exitosa) intención de hacer llegar un mensaje de consuelo a quienes lo buscaban y a quienes lo merecían. Si es cierto que una imagen vale a menudo más que mil palabras, ¿qué percibimos de lo que vimos? En la imagen solitaria del Papa Francisco dirigiéndose a la plaza desierta al anochecer, había toda la solemnidad y el poder de las grandes ceremonias litúrgicas, y en esa plaza desierta nos sentimos diminutos del mismo modo que nos habríamos sentido diminutos si esa plaza hubiera estado abarrotada.



No es casualidad que la Iglesia, durante siglos, haya ejercido y mantenido su poder espiritual a través de una poderosa escenografía y una arquitectura que pretendía convencer al interlocutor de que se encontraba ante algo sobrenatural, algo divino: desde las imponentes catedrales góticas hasta los grandes monumentos dieciochescos de la basílica de San Pedro, desde los espectaculares edificios barrocos y del siglo XVII con sus teatros sagrados (uno sobre todo, el de Bernini en Santa Maria della Vittoria), sus imponentes catafalcos (el de Pablo V, el de Gregorio XV) sus arquitecturas escenográficas, hasta el pontificado de Pío IX y su renovatio neorrenacentista, que, al tiempo que rechazaba las cimas del Barroco, se planteaba el problema de restablecer la fe, la religión y la ideología católica en uno de los peores momentos de crisis que el pontificado había afrontado en el curso de la historia. Un imaginario figurativo de siglos que recientemente resumió con eficacia el joven papa de Sorrentino entrando en la silla gestatoria de la Capilla Sixtina.

Sergio Mattarella durante su discurso
Sergio Mattarella durante su discurso


El Papa Francisco durante la bendición Urbi et Orbi el 27 de marzo en la desierta Plaza de San Pedro.
El Papa Francisco durante la bendición Urbi et Orbi el 27 de marzo en la desierta plaza de San Pedro

En la plaza de ayer por la tarde vimos a un Papa ocupado en una actividad tan sencilla como imposible para cualquier otro ser humano, la de hablar a una plaza desierta: ayer por la tarde, en esa sencilla y estupenda imagen, el Papa nos recordó (o al menos se lo recordó a quienes quieran creerlo), sin necesidad siquiera de escucharle, su vínculo con Dios.

Muy distinta, sin embargo, fue la imagen del Presidente de la República, que aunque filmado en el interior del habitual lugar dorado y brocado, como corresponde a un presidente, nunca antes se había visto tan terrenal, cercano y semejante a nosotros. No hacía falta escuchar el audio off-air para darse cuenta de que el presidente, en estos días, no podía, como el resto de nosotros, ir a la peluquería (con la posible excepción de Barbara D’Urso), y que esa corbata llevada tan torcida nos recordaba de alguna manera la torcida nos recordaba de algún modo la distracción y el descuido con que nosotros también nos vestimos hoy en día antes de ir a la mesa o de prepararnos (los que pueden) para otra sesión de trabajo inteligente.

Nos gustó la sencillez de Mattarella porque no era ni estudiada ni actuada: era una sencillez normal y espontánea, en sintonía con los tiempos que vivimos. Una sencillez que tuvimos la suerte de ver en el pasado con Pertini, retratado jugando al scopone científico con los futbolistas que regresaban del Mundial de España, o con Ciampi, emocionado en el aeropuerto de Ciampino mientras abrazaba con los brazos extendidos los féretros de los soldados italianos caídos en Irak. Lo que vimos ayer son dos imágenes que representan a la vez la quintaesencia y la suma de dos realidades y dos potencias que ayer, con sus respectivos lenguajes, se unieron para hablar a sus mundos, para hacernos sentir menos solos. Y quizá lo consiguieron.


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