Piero della Francesca en Milán: esa "exposición" que mortifica la historia del arte


Reflexiones sobre la exposición de la Virgen de la Misericordia de Piero della Francesca llevada al Palazzo Marino de Milán con motivo de las fiestas de Navidad 2016-2017.

Antes de empezar a hablar del caso de la Virgen de la Misericordia de Piero della Francesca, separada de su Políptico (una de las mayores obras maestras del siglo XV en Italia) y enviada a Milán con motivo de las fiestas navideñas, es justo hacer una aclaración: es muy difícil definir como"exposiciones" muestras vacuas como la que en el Palacio Marino, estos días, tiene a la Virgen como única e indiscutible protagonista. No es una exposición: es una muestra inútil y carente de todo criterio lógico, en cuya base no existe la más mínima premisa científica y que metafóricamente da un puñetazo a la historia del arte, mortificándola y negando el sentido más profundo de la disciplina.

Lo que ha sucedido es ya tristemente conocido: en el Palazzo Marino, desde hace algunos años, se organizan exposiciones de un solo cuadro para las fiestas, y este año la elección recayó en el panel central del Políptico de la Misericordia de Piero della Francesca, conservado en el Museo Civico de Sansepolcro. Se trata de un conjunto unitario, fragmentado en el siglo XVII (periodo durante el cual se destruyó el marco original del políptico y se volvieron a montar los paneles dentro de un pesado aparato de estilo barroco), reconstruido en 1892 por el restaurador Giuseppe Parrini y reordenado filológicamente entre los años 1960 y 1970, tras una restauración realizada en elIstituto Centrale del Restauro de Roma (1959-1960) y la remodelación del museo (1975). Así pues, la tabla con la Virgen de la Misericordia fue desmontada, separada de las demás y enviada a la capital lombarda, dejando vacío el compartimento central del políptico: y quizá ni siquiera sea necesario subrayar lo torpe, brutalmente grosero y absolutamente injustificable en todos los sentidos (científico, conservador, lógico) que resulta el desmembramiento, aunque sólo sea temporal, de un conjunto que ha sobrevivido casi indemne a casi seis siglos de historia. Una mutilación que, conviene aclararlo, ya era completamente inapropiada en el contexto de una verdadera exposición (la dedicada a Piero della Francesca celebrada la primavera pasada en Forlì), y que se hace aún más intolerable si el cuadro se convierte en el único protagonista de una muestra vacía y sin sentido, buena sólo para renovar una tradición navideña que podría prescindir fácilmente de Piero della Francesca.



Piero della Francesca, Polittico della Misericordia
Piero della Francesca, Políptico de la Misericordia (1445-1462; óleo y temple sobre tabla, 273 x 330 cm; Sansepolcro, Museo Civico


Piero della Francesca, Polittico della Misericordia senza tavola centrale
Una imagen para dar una idea de lo absurdo de la operación

A esto hay que añadir las declaraciones del alcalde de Sansepolcro, Mauro Cornioli, quien, en unaentrevista a La Nazione di Arezzo, ha querido subrayar que “si Milán sólo ha pedido la tabla central, es también por una cuestión de respeto y dignidad hacia Sansepolcro, asegurándose de que quienes visiten nuestro museo con motivo de las fiestas puedan seguir disfrutando de las otras piezas que componen el políptico y que son más de veinte”. Son frases que sólo pueden pronunciar quienes desconocen por completo la historia del arte y ven las obras únicamente como una atracción para turistas. Turistas (y visitantes en general) de los que se tiene muy poca estima, además, si se piensa que pueden “contentarse” con ver los paneles restantes de un políptico deliberadamente desmembrado, privado de su panel central. Tampoco puede haber ninguna razón para justificar amputaciones de este tipo basándose en el “contexto renovado” o el “marco particular” o el “ojo diferente” en el que o a través del cual observar la obra maestra: es una operación que tiene tanto sentido como observar hipotéticamente un oso polar deportado a una sabana. No hay “ojos diferentes” ni “disposiciones especiales” para un panel que fue creado para Sansepolcro, tiene una historia que se ha sedimentado, vive en relación con otros paneles que el autor pretendía que permanecieran unidos (aunque esta relación se haya alterado profundamente a lo largo de los siglos), y que sufre inevitable mente cada traslado, ya que un panel de madera del siglo XV es un objeto extremadamente delicado que debería plantear mil preguntas en términos de conservación y de oportunidad del traslado incluso cuando está a punto de ser trasladado para una exposición científica de alto nivel. Y mucho menos si el traslado es para un regalo de Navidad del tamaño de una exposición. Evidentemente, cualquier daño que pudiera sufrir la tabla central con el traslado (no existen los traslados de riesgo cero: un detalle que con demasiada frecuencia tendemos a olvidar) afectaría a todo el políptico, siendo éste, como ya se ha dicho, un unicum que hay que pensar en su conjunto. ¿A alguien se le ocurriría recortar el paisaje de la figura de la Gioconda y exponerlo por separado? Aunque el panel central del políptico esté físicamente separado de los demás, la relación que lo une a los compartimentos laterales, la predela y el cymatium, es idéntica a la que une el paisaje del cuadro de Leonardo a su protagonista. Es más, tal vez sea incluso más fuerte.

Por último, las razones aducidas en la presentación de la exposición en la página web del Ayuntamiento de Milán son irrisorias: según el texto, “La exposición permitirá un mejor conocimiento y apreciación por parte del gran público de una obra considerada entre los mayores logros del arte renacentista italiano”. Es realmente absurdo, surrealista, pensar que un panel de un políptico separado a la fuerza de los demás pueda conducir a “un mejor conocimiento y apreciación por parte del público”. Y ante justificaciones tan paradójicas, también es difícil opinar. Cabe preguntarse dónde está la Soprintendenza, pero la única respuesta que se me ocurre es la que dio Tomaso Montanari hace cinco años: si en el sistema de protección hay una “iglesia baja” que intenta “plantar cara a los poderes locales en nombre de la conservación y la dignidad cultural y de las obras y el territorio”, su contrapartida es una “iglesia alta” que en cambio “está totalmente supeditada al poder político -central, local y de todos los colores- y en última instancia es cómplice de él, y acaba traicionando sistemáticamente su propia misión al respaldar y pisotear las iniciativas más inverosímiles de ”valorización“ de las obras que en cambio tendría el deber de salvaguardar”.

Sin embargo, para anticiparse a las evidentes protestas de los habitantes de Sansepolcro (que, no obstante, han murmurado y siguen murmurando mucho), se decidió incluir el préstamo en el ámbito de una colaboración con el Ayuntamiento de Milán, que debería garantizar a Sansepolcro la organización de dos exposiciones, previstas para 2017: una dedicada a Roberto Longhi, que traerá a la Toscana Ragazzo morso da un ramarro, de Caravaggio (el papel del Ayuntamiento de Milán consistirá en mediar con la Fondazione Longhi, propietaria de la obra, para garantizar que Sansepolcro pueda tomar prestada la obra), y la otra dedicada a Luca Pacioli, que verá expuestas, entre otras, varias obras propiedad del Ayuntamiento de Milán (la Cabeza de Leda atribuida a Leonardo y conservada en el Castello Sforzesco, dos ediciones impresas antiguas de la Summa y De divina proportione de Luca Pacioli, y dos documentos manuscritos) y la Virgen con el Niño de Giampietrino, conservada en el Museo Poldi Pezzoli, cuyo préstamo también mediará en este caso el Ayuntamiento de Milán. Aún se desconocen los proyectos que sustentarán estas dos exposiciones (sin embargo, los nombres de los comisarios, Maria Cristina Bandera y Stefano Zuffi, respectivamente, auguran buenos augurios), pero en cualquier caso resulta inaceptable que para enviar obras a Sansepolcro se solicite como contrapartida una frágil tabla, que sólo debería ser trasladada en caso de urgencias perentorias, y cuya remoción de su contexto conlleva necesariamente la alteración de un equilibrio muy delicado.

Por supuesto, es fácil pensar que resulta ingenuo oponerse a una forma de entender las obras de arte ya completamente consolidada, como la que las asemeja cada vez más a figuritas que se intercambian por tratos promocionales o comerciales, o peor aún, a empleados de Pro Loco enviados aquí y allá para hacer publicidad del pequeño pueblo donde se guardan las obras maestras (la misma lógica inconcebible según la cual decenas de alcaldes entusiastas enviaron sus obras el año pasado a la Expo de Milán: sería interesante saber si este año ha aumentado realmente el número de turistas en sus territorios), como peones en redes de relaciones dentro de las cuales muchos administradores locales, que a menudo no tienen ningún conocimiento de historia del arte, presionan a los organismos de conservación para que concedan préstamos. En el caso del Políptico de la Misericordia, hubo muchas voces en contra del préstamo (incluida una petición firmada por cientos de ciudadanos), aunque los medios de comunicación intentaron no darles demasiada importancia. Y luego, en el deprimente contexto que ve en los periódicos y la televisión un florilegio de artículos y reportajes que, casi unánimemente (y a menudo escritos por periodistas incluso entonces sin ningún conocimiento del tema), cantan las alabanzas de la operación sin hacer preguntas y sin avanzar la menor duda, creo que hacer un mínimo de oposición sigue siendo vital. La historia del arte depende de ello.


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