Para una lectura ponderada de los 50 millones de visitantes de museos: los efectos reales de la reforma


Descenso del número de visitantes en los museos pequeños, aumentos históricos del precio medio de las entradas, conservación en peligro: qué hay detrás de las cifras récord de visitantes e ingresos de los museos en 2017.

En los últimos días, el ministro Dario Franceschini ha sido muy enfático con las cifras de afluencia de visitantes a los museos italianos en 2017: un récord de 50 millones de visitantes visitaron nuestros institutos estatales el año pasado, garantizando unos ingresos de más de 193 millones de euros. Cifras que nunca antes se habían alcanzado. Por lo tanto, no queremos negarle al ministro el hecho de haber establecido un récord de visitantes e ingresos que nunca se había alcanzado desde que el Ministerio de Cultura comenzó a recopilar estadísticas (y del que todos nos alegramos). Sin embargo, más allá del mero triunfalismo, que no nos corresponde, es nuestro deber contextualizar los datos para ofrecer una interpretación lo más imparcial y objetiva posible, que no se limite a recoger acríticamente los gráficos que salen de la oficina de estadística del ministerio, sino que trate de interpretarlos para comprobar si los resultados se deben realmente, como declaraba el ministro al principio del comunicado, a la reforma Renzi-Franceschini, o de qué manera la reforma ha condicionado realmente los flujos de visitantes.

Dati dei visitatori nei musei italiani negli ultimi anni. Immagine diffusa dal MiBACT
Datos sobre visitantes a museos italianos en los últimos años. Imagen difundida por MiBACT

Mientras tanto, hay que hacer una primera impugnación de los datos difundidos en las últimas horas. En la nota de prensa falta el número de institutos que han sido encuestados (lo hemos preguntado y solicitado a la oficina de estadística del MiBACT, pero aún no hemos recibido respuesta): hubiera sido sumamente interesante conocer el número medio de visitantes por instituto. Partiendo de la base de que más de la mitad de las visitas (unos 27 millones) se concentran entre los treinta primeros museos, y que esta cifra ha aumentado un 7,74% respecto a 2016 (casi dos millones de visitantes más en el “top 30”, 1.928.157 para ser exactos), lo único que se puede hacer, ya que los datos difundidos por MiBACT son parciales por el momento, es echar un vistazo a la tendencia haciendo una simple comparación con años anteriores. Se descubrirá así que los aumentos y disminuciones de los "museos menores " (feo término que, por comodidad, utilizaremos para indicar los institutos situados fuera de los 30 primeros), hasta los años anteriores a la reforma, estaban en cierto modo ligados a los resultados de los grandes museos, en efecto: allí donde los grandes museos aumentaban o disminuían, los museos menores registraban casi el doble de tasas. Así ocurrió entre 2008 y 2009 (-2% en los museos mayores, -2,4% en los menores), entre 2009 y 2010 (+6% y +27%), entre 2010 y 2011 (+8% y +13%). Y no es difícil entender por qué: antes de la reforma, los ingresos de los museos más grandes se repartían equitativamente y a menudo se desviaban a los museos más pequeños, que, gracias a los resultados de sus hermanos mayores, se beneficiaban de un balón de oxígeno para sus actividades: era un modelo ideal para un país como Italia, que cuenta con decenas de pequeños museos repartidos por todo el territorio y, por el contrario, muy pocos museos centralizadores. Tras la reforma, este ya no era el caso, puesto que, al suprimirse el fondo de solidaridad, los institutos autónomos obviamente ya no garantizaban estas entradas de recursos a los museos más pequeños.

En consecuencia, desde la reforma, la tendencia se ha invertido, en el sentido de que los grandes museos ya no actuaban como motor hacia los museos más pequeños, y si los grandes despegaban, los pequeños tiraban del freno, hasta el punto de que en 2016 las visitas a los museos más pequeños incluso disminuyeron respecto al año anterior (una media de 48.441 en 2016 frente a 49.098 en 2015): en términos absolutos, +7% y +4% en 2014, +7% y +8% en 2015, +6,3% y +0,56% en 2016. Así que si tenemos que encontrar un primer efecto de la reforma, es este: la autonomía ha garantizado excelentes resultados a los nuevos treinta “supermuseos” (en el “top 30” de 2016, había 19 institutos autónomos), pero el ministerio parece haberse olvidado casi por completo de los museos más pequeños. Y si se compara la cifra media con el año de mayor afluencia en los museos más pequeños, 2011, la caída es bastante drástica: de una media de 51.286 visitantes en 2011 a 48.441 en 2016 (un descenso del 6%), frente a los 688.592 del ’top 30’ en 2011 y los 829.770 de 2016 (un aumento del 20%). Datos que parecen confirmar los temores de muchos enterados: es decir, el hecho de que el ministerio se centra casi por completo en las grandes atracciones y, en cambio, tiende a ocuparse con mucha menos coherencia de los pequeños museos repartidos por el territorio, aquellos que pueden carecer de las obras fetiche o del nombre que atrae a los turistas, pero que son fundamentales para una comunidad o un territorio. Interesante es, por tanto, el dato de las regiones golpeadas por el terremoto de 2016: Umbría, Las Marcas y Los Abruzos, que experimentaron caídas en el número global de visitantes del 5,32%, 4,29% y 11,96% respectivamente. Comparando los datos con las estadísticas turísticas (solo hemos encontrado los datos de los nueve primeros meses de 2017 para Umbría y Las Marcas), resulta que en realidad el turismo resistió: en comparación con 2016, en Umbría crecieron tanto las llegadas como las presencias, un 3,4% y un 6,1% respectivamente, mientras que en Las Marcas las llegadas cayeron un 4,89%, pero las presencias se mantuvieron sustancialmente estables, marcando un descenso del 0,10%. Muchos han señalado que la maquinaria de protección en esas regiones estaba (y sigue estando) infradimensionada en comparación con las necesidades: los datos sobre flujos en los museos lo confirman.

Volviendo a las grandes cifras de 2017, es necesario destacar que los resultados están en línea con una tendencia que se remonta hasta 1996, año desde el que se dispone de datos sobre flujos de visitantes en los museos gestionados por el ministerio. Es decir, salvo algunos retrocesos (los más importantes fueron los ocurridos entre 2007 y 2009, en los primeros años de la gran recesión, y entre 2011 y 2012, este último, sin embargo, debido principalmente al cambio en el sistema de recuento del Parque Castello di Miramare de Trieste, a raíz del cual se eliminaron del cómputo más de dos millones de visitantes), el número de visitantes a los museos italianos ha ido creciendo tanto en términos medios como absolutos. Si queremos vincular los datos a los resultados del turismo internacional, es fácil ver cómo el crecimiento de visitantes a los museos italianos sigue el crecimiento continuo del turismo (excepto en el periodo 2008-2009): según elúltimo informe de la OMT, la Organización Mundial del Turismo de las Naciones Unidas, las llegadas a Europa han pasado de 303,5 millones en 1995 a 616,2 millones en 2016. Las cifras, además, están destinadas a aumentar considerablemente en los próximos años, según las previsiones: por lo tanto, es legítimo esperar que el número de visitantes a los museos italianos siga aumentando en el futuro. Italia, de 2010 a 2016, experimentó un aumento de nueve millones más de llegadas de turistas: ¿y qué hacen muchos turistas en Italia, si no es visitar museos? Hay que considerar entonces que, en los últimos años, el turismo italiano ha experimentado un aumento gracias también a los resultados negativos de sus competidores más directos: entre 2015 y 2016, Francia experimentó un descenso de llegadas del 2,2%, y lo mismo puede decirse de Turquía (aunque el último estudio disponible es el realizado entre 2014 y 2015, con una caída del 0,8%) y de los países del norte de África (Egipto llegó a registrar un -42%: en 2016, apenas llegó un tercio de los turistas que llegaban al país en 2010). Otros países como Grecia y Alemania, en cambio, crecieron, pero a un ritmo mucho menor que en años anteriores. No son pocos los analistas que relacionan estos datos, desgraciadamente, con elefecto psicológico provocado por los atentados terroristas: un efecto que parece haber favorecido a Italia. Los datos turísticos muestran, en definitiva, cómo el crecimiento de los museos sigue una tendencia que tiene muy poco que ver con la reforma Renzi-Franceschini: lo más probable es que el número de visitantes hubiera crecido incluso con otros gobiernos y otros ministros.

Pasemos a analizar los datos de recaudación, que, como se preveía, vuelven a marcar un récord con más de 193 millones de euros. El comunicado de prensa no difundió datos sobre los visitantes de pago, sino que se limitó a informar de que los visitantes que no pagaron experimentaron un crecimiento del 15%. Haciendo algunos cálculos a la espera de las cifras oficiales completas, esto significa que los visitantes de pago aumentaron un 5%. Este sería, a falta de confirmación, el peor dato desde 2013 (cuando el aumento fue del 5%, al que siguieron incrementos del 8,04%, 8,9% y 8,65% en años posteriores), pero en conjunto, quitando los años en los que cayeron los visitantes de pago, es uno de los crecimientos más modestos desde que hay registros. Por otro lado, el coste medio de la entrada registró el segundo mayor incremento de la historia: según los datos parciales, se produjo un aumento del +5,23% respecto a 2016, y el coste medio de la entrada superó por primera vez el muro de los 8 euros en 2017 (con 8,11 euros), frente a los 7,69 de 2016, los 7,49 de 2015, los 7,11 de 2014 y, remontándonos en el tiempo, los apenas 4,64 de 1996. Para encontrar un aumento más sustancial, hay que remontarse a 2002, cuando el precio medio subió un 10,83%, hasta los 5,71 euros, frente a los 5,15 euros de 2001 (y la razón de un incremento tan sustancial es fácil de adivinar: 2002 fue el año de la introducción del euro).

Finalmente, cabe añadir una última consideración sobre un pasaje del vídeo en el que el ministro Franceschini ofrece su comentario sobre los datos: en concreto, se trata del momento en el que afirma que el aumento de visitantes a los museos ha supuesto también “un gran crecimiento de ciudadanos, de familias, de personas que han ido a visitar el museo de su ciudad”. Para comprobar la veracidad de la afirmación del ministro hay que acudir a las estadísticas culturalesdel ISTAT, disponibles hasta 2016, que muestran una tendencia que da la razón a Dario Franceschini: los italianos que nunca han pisado un museo en el año han pasado del 70,2% en 2012 al 67% en 2016 (aunque eran el 67,8% en 2011), mientras que los que no han visitado un yacimiento arqueológico han bajado del 77,1% en 2012 al 73,2% en 2016 (eran el 74,8% en 2011). Podría pensarse que los domingos gratuitos (introducidos en 2014) han contribuido a bajar el porcentaje (que, en lo que respecta a los museos, alcanzó su máximo en 2013, cuando el porcentaje de los yacimientos arqueológicos era aún del 77%), por lo que parecen haber tenido el efecto de acercar a los ciudadanos a los museos. Eso sí: el precio a pagar ha sido un aumento del estrés por parte de los empleados y una fruición que ha experimentado niveles de malestar a menudo rayanos en lo sostenible. Y hablando de empleados del ministerio: el número ha caído de un total de 21.232 en 2010 (fuente: informe de rendimiento del ministerio de 2010) a solo 16.475 en 2016 (fuente: licitación 7002415FA5). Cifras que se reducen inexorablemente año tras año: señal de que, para hacer frente al aumento de la carga de trabajo, el ministerio probablemente tenga que recurrir a contratos de colaboración externa, con todo lo que ello conlleva en términos de precariedad laboral.

¿Cuáles han sido, pues, los efectos reales de la reforma Renzi-Franceschini? El primero: un aumento sustancial del número de visitantes en los museos más grandes y famosos, que se ha visto contrarrestado por un descenso drástico en los museos más pequeños. El segundo: las repercusiones sufridas por los museos cuya protección ha dado muestras de resentirse. El tercero: un aumento real de la participación ciudadana, en referencia al cual, sin embargo, debe analizarse el impacto de los domingos gratuitos, que solo en 2017 garantizaron una afluencia de tres millones y medio de visitantes a los museos estatales. Al margen, como efectos no estrictamente relacionados con la reforma: el precio medio de la entrada más alto desde la introducción del euro y una fuerte caída de la plantilla del MiBACT con la consiguiente precariedad laboral.

A la luz de todo esto, ¿qué podemos esperar para el futuro, sabiendo que con las elecciones de marzo asistiremos al nacimiento de un nuevo gobierno? Mientras tanto, la protección debe volver al centro de la acción del ministerio, y sobre todo es necesario acabar con el dualismo ilógico que ve en oposición protección y valorización (dos conceptos inseparables, o al menos lo eran antes de la actual reforma). La acción del futuro ministro debe entonces volver a centrarse en los museos más pequeños, actualmente en dificultades: la reforma ha dado demasiado peso a los museos autónomos, que corren el riesgo de convertirse cada vez más en lugares de recreo para turistas, desconectados de su contexto y de su territorio. Un modelo que corre el riesgo, con el tiempo, de convertirse en un fracaso: los grandes museos serán cada vez más tomados por asalto (y muchos ya tienen dificultades para hacer frente al flujo), mientras que muchos de los pequeños se verán obligados a reducir sus horarios de apertura, sus servicios al público y sus actividades de investigación, hasta el punto de tener que cerrar probablemente. Pero siempre se está a tiempo de invertir la tendencia. Habrá que despreciar la participación con iniciativas que extiendan la gratuidad de forma indiscriminada: una iniciativa como la de los domingos gratuitos no tiene sentido, salvo para aumentar el número. Mejor incentivar la participación con iniciativas que realmente acerquen a los museos italianos a los estándares europeos, para poner en marcha la verdadera revolución que llevamos tiempo pidiendo: gratuidad para los no asalariados, aperturas nocturnas estables, reducciones para los que entren en el museo en las últimas horas de apertura, ampliación de la validez de las entradas (sobre todo si el museo es grande), acuerdos con otros institutos. Y, sobre todo, urge estabilizar el trabajo y revigorizar el personal del ministerio con fuerzas nuevas y motivadas que puedan hacer frente a las necesidades de una máquina que no puede ni debe limitarse a hacer números: también debe saber transformarlos en trabajo, en acciones de conservación, en sentido cívico, en construcción de comunidad, en participación.


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