Ya se ha aclarado y repetido ampliamente cómo la reforma Renzi-Franceschini de 2015 ha desvirtuado la impronta técnico-científica del ministerio imaginado por Giovanni Spadolini -valorizado y mantenido vivo en Florencia hasta la presencia al servicio de Antonio Paolucci primero y Cristina Acidini después- transformándolo en el actual ministerio “político”.
Del mismo modo, ya se ha señalado cómo, en el contexto de esta nueva perspectiva, la atención se ha centrado sobre todo en los museos, primero en los más importantes de la nación y, posteriormente, incluso en los medianos y pequeños, en detrimento objetivo de las Superintendencias territoriales, una especificidad totalmente italiana - las Prefecturas de Protección, como le gustaba llamarlas a Paolucci - penalizadas en términos de recursos económicos y de personal.
En este contexto, incluso las Oficinas de Exportación, incardinadas en las distintas superintendencias, se han visto perjudicadas, tanto por la escasez de personal y el aumento de la carga de trabajo, como por las legítimas expectativas de los usuarios de simplificación y mayor rapidez en la tramitación de los trámites, en particular en lo que respecta a la expedición de autocertificaciones para el arte contemporáneo y la expedición de Certificados de Libre Circulación.
Por ello, me pregunto si no sería conveniente que las Oficinas de Exportación fueran también “autónomas”, en el sentido de confiar su dirección a gestores historiadores del arte y, además, reforzar y agilizar su funcionamiento con la presencia de funcionarios historiadores del arte que trabajen predominantemente en ellas, a diferencia de lo que ocurre en la actualidad. Ahora, los historiadores del arte se reúnen periódicamente en las oficinas para examinar las obras presentadas a la exportación y luego “salen corriendo” lo antes posible hacia los distintos museos y superintendencias en los que están destinados, donde, por supuesto, les esperan muchos compromisos en términos de cuidado de las colecciones, investigación y preparación de exposiciones y tareas burocráticas. Así las cosas, es inevitable una lentitud crónica no sólo en las investigaciones en profundidad necesarias para emitir un juicio razonado sobre algunas de las obras presentadas para su exportación, sino también en la elaboración de informes técnico-científicos para posibles propuestas de expropiación forzosa, o para la adopción de las medidas más o menos importantes de declaración de interés, que antes se llamaban notificaciones. En esta situación, el personal administrativo de las oficinas de exportación debe entonces tratar de facilitar, no sin dificultad y esfuerzo, la coordinación y el dictamen concluyente de los miembros de la comisión, dentro de los plazos fijados por la normativa vigente.
Si realmente se cree en la importancia de controlar la circulación legítima de nuestro patrimonio artístico, no sólo con fines científicos (exposiciones, investigaciones diagnósticas, restauraciones, etc.), sino también con vistas a fomentar concretamente el desarrollo del mercado del arte con las importantes repercusiones económicas que ello conlleva, y además, por último pero no por ello menos importante, si se quiere cumplir con las expectativas de mayor eficacia y puntualidad de los usuarios, creo que debería crearse una estructura ad hoc para la gestión de este sector concreto, que incluyera sin duda un organismo central de política y control, pero sobre todo unas oficinas de exportación repensadas y reforzadas, distribuidas por todo el territorio.
Estas últimas hoy en día no son pocas sobre el papel, pero dadas las condiciones en las que se encuentran desde el punto de vista del personal disponible en los distintos niveles, en realidad son muy pocas las que pueden funcionar válidamente sin llegar a unas condiciones de trabajo estresantes e insuficientes en cualquier caso para responder a las expectativas. Bastarían de ocho a diez oficinas distribuidas homogéneamente por todo el territorio nacional, cada una de ellas dotada, sin embargo, como ya se ha dicho, de su propio responsable historiador del arte, con historiadores del arte trabajando predominantemente en ellas -para garantizar también una mayor frecuencia de presentación de los bienes- y con personal administrativo capaz de tramitar los distintos expedientes. Personal, por tanto, en número más que suficiente y no repartido a cuentagotas, teniendo en cuenta también las diversas situaciones locales. Baste decir que, según estadísticas recientes, ¡sólo la Oficina de Exportación de Milán soporta el 40% del volumen de trabajo a escala nacional! El renovado contexto aquí esbozado debería implicar un aumento significativo de la autonomía decisoria de cada una de las Oficinas, dirigidas para ello por un gestor y no por un mero funcionario, lo que debería permitir una agilización del proceso burocrático y de los consiguientes tiempos de espera. Sin embargo, es fácil imaginar que Roma no querrá renunciar al control final de los actos de las distintas Oficinas. En conclusión, en mi opinión la situación del sector puede mejorar notablemente si se pone en marcha una organización estructural y operativa diferente y mejor.
De hecho, creo que la legislación actual es excelente y está acertadamente orientada a la mayor protección posible de nuestro patrimonio artístico. Italia siempre ha sido proveedora de obras de arte, incluso a su pesar: ¡basta pensar en las devastadoras y vergonzosas incursiones napoleónicas! Y aún hoy siguen apareciendo incesantemente no sólo tesoros arqueológicos fruto en parte de excavaciones clandestinas, sino también pinturas, esculturas y objetos de arte de gran interés, que en cualquier caso sólo en una pequeña parte y de manera muy juiciosa merecen medidas de protección, precisamente a la luz de la extraordinaria consistencia cuantitativa y cualitativa de nuestro patrimonio. Y es precisamente esta extraordinaria e inagotable riqueza nuestra la que hace más difícil la aplicación del modelo francés o inglés al que se refiere Fabrizio Moretti. Recientemente, los franceses lograron encontrar el dinero para retener una pieza muy rara de Cimabue y los ingleses detuvieron -caso muy raro para el país más liberal del mundo para el comercio del arte- una obra maestra temprana de Beato Angelico... ¡pero aquí el Estado podría correr el riesgo de establecer un número mucho mayor de compras obligatorias o de crowdfunding para las obras detenidas cada año!
Esta contribución se publicó originalmente en el nº 24 de nuestra revista impresa Finestre sull’Arte sobre papel. Haga clic aquí para suscribirse.
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