No a la censura de la cultura rusa. Suprimir a Dostoievski es grotesco


Esta mañana se ha informado de que la Universidad de Milán-Bicocca intentó aplazar un curso sobre Dostoievski para "evitar polémicas". Luego dio marcha atrás. No se atrevan a cancelar o censurar la cultura rusa: sería grotesco y peligroso.

La noticia de esta mañana es que la Universidad de Milán-Bicocca ha caído en la tentación de no dejar hablar de cultura rusa: el escritor Paolo Nori, gran experto en literatura rusa, denunciaba en su página de Instagram, con voz entrecortada, el intento de la universidad milanesa, que le envió un correo electrónico para informarle del aplazamiento de un curso sobre Fiódor Dostoievski. “El propósito”, rezaba la misiva, “es evitar cualquier forma de polémica, sobre todo interna, ya que es un momento de gran tensión”.

Ahora bien, a quienes se dejan llevar por el afán de cancelar los cursos sobre Fiódor Dostoievski porque es ruso y porque hablar de la cultura rusa podría alimentar la polémica, habría que proponerles otra carta, la que el gran escritor envió a su hermano el 22 de diciembre de 1849 desde la Fortaleza de Pedro y Pablo, donde estaba encarcelado por actividad subversiva, con una condena a muerte conmutada por trabajos forzados indefinidos. Un breve extracto: “La vida es vida en todas partes, vida en nosotros mismos, no en lo que está fuera de nosotros. Habrá alguien cerca de mí, y ser un hombre entre la gente y seguir siendo un hombre para siempre, no estar triste ni ceder ante cualquier desgracia que pueda ocurrirme, eso es la vida; ésa es la misión de la vida. Lo he comprendido. Esta idea ha entrado en mi carne y en mi sangre. Sí, ha entrado. La cabeza que creó, que vivió con la más alta vida del arte, que comprendió y se acostumbró a las más altas necesidades del espíritu, esa cabeza ya ha sido cortada de mis hombros. Le quedan el recuerdo y las imágenes creadas por mí, pero ya no encarnadas en mí. Me destrozarán, ¡es cierto! Pero queda en mí mi corazón y la misma carne y sangre, que también puede amar, sufrir y desear, recordar, y eso, al fin y al cabo, es la vida. On voit le soleil!”

Vasili Perov, Retrato de Fiódor Dostoievski (1872; óleo sobre lienzo, 99,6 x 81 cm; Moscú, Galería Tret'jakov)
Vasili Perov, Retrato de Fiódor Dostoievski (1872; óleo sobre lienzo, 99,6 x 81 cm; Moscú, Galería Tret’jakov)

Uno no puede dejar de observar la pura hipocresía de quienes creen que hablar de la cultura rusa puede suscitar polémica, y luego quizá piensen que es coherente simpatizar con los ciudadanos rusos que salen a las calles por miles para manifestarse, y son detenidos por razones no muy distintas de las que llevaron a la detención de Dostoievski. Además, ¿de quién podría venir la polémica contra Dostoievski? ¿De los belicistas que no han comprendido que la censura debe ser una herencia de un pasado que deseamos que no vuelva, y que señalar a todo un pueblo como enemigo o considerarlo semejante al autócrata que lo gobierna es un peligroso anacronismo? ¿Quién no se ha dado cuenta, a pesar de los ríos de retórica que uno casi lamenta estos días, de que la cultura es una de las mejores herramientas para crear un clima de confrontación, diálogo y distensión? La democracia también debería existir para permitir hablar de otras culturas, independientemente de lo que ocurra en la vida cotidiana. Tanto más cuanto que, en este caso, se trata de un escritor, Paolo Nori, que se posicionó inmediatamente contra lo que ocurre en Ucrania. Y tanto más cuanto que conduce a resultados grotescos: pensemos en el caso del fotógrafo Alexander Gronskij, expulsado del Festival Fotografia Europea de Reggio Emilia, y detenido el pasado 27 de febrero en San Petersburgo (luego, afortunadamente, liberado poco después) porque protestaba contra la guerra.

En situaciones como ésta, si algo se necesita es exactamente lo contrario, como bien ha señalado Paolo Nori. Ya, como él mismo señaló, es ridículo arremeter contra los rusos vivos, por no hablar de los muertos, que, además, si estuvieran vivos hoy, estarían del lado de los que protestan contra la guerra. Deberíamos leer más libros rusos, ver más arte ruso, escuchar más música rusa. Más Dostoievski y menos retórica belicosa obtusa. Tenemos que entendernos, no ponernos barreras. Es necesario ampliar las oportunidades para el ejercicio del pensamiento crítico: es peligroso reprimirlas, es ciego censurarlas y es profundamente antidemocrático.

En 1928, en un clima creciente de censura contra la cultura rusa que más tarde desembocaría en una prohibición casi total de las producciones literarias y teatrales rusas cuando, siete años más tarde, unos cincuenta países de la Sociedad de Naciones impusieron sanciones económicas a la Italia fascista por su agresión a Etiopía, en la revista Il convegno un gran escritor y periodista como Guido Piovene constatando la obtusidad de quienes decían que “no hay que leer a los rusos porque nos perjudican a los occidentales” y constatando igualmente el interés que muchos jóvenes estaban desarrollando por la literatura rusa, podía escribir que “es ridículo echar el cerrojo a las puertas de una ciudad vacía, es ridículo enclaustrarse en un claustro que no sirve para defender la riqueza, sino sólo para impedir que la riqueza entre desde fuera”. Afortunadamente ya no estamos en los años 30, afortunadamente ya no hay fascismo, y afortunadamente esta mañana ha habido un coro unánime de protesta contra la censura de Dostoievski (la polémica estaba planteada, pero era lo contrario de lo que imaginaba la universidad) y la Universidad de Milán-Bicocca ha dado marcha atrás. Y la situación en Italia entonces es bastante incomparable a la de hoy. Pero precisamente porque hoy vivimos en una democracia, deberíamos subrayar y tener presentes las palabras de Piovene, y evitar que reaparezcan tentaciones peligrosas.

Por supuesto: el peligro parece ahora bastante lejano, en primer lugar porque la sociedad civil se está mostrando responsable, y en segundo lugar porque, por ahora, todavía estamos en la fase tragicómica. Es decir, al intento de censura por miedo a que a alguien le moleste que se mencione a Dostoievski en una universidad. Para completar el cuadro, sólo falta alguien que proponga sustituir a Dostoievski porIfigenia en Táuride, de Eurípides, ya que trata de un tipo que va a la tierra que ahora se llama Crimea a robar una estatua: quizá haya quien pueda interpretarlo como un acto de resistencia contra Rusia.


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