Como tantos otros centros vitales de la vida de la ciudad durante los meses de la pandemia, los museos permanecieron cerrados: con mucho, el cierre más prolongado que se recuerda desde el final de la guerra. Durante esos días, pensé a menudo en los inmensos espacios monumentales inaccesibles y cerrados en un silencio irreal como los más fieles custodios del tesoro de obras que albergaban, preciosos aliados de la ciudad capaces de preservar la belleza para ofrecerla de nuevo intacta a la comunidad herida por la propagación del virus.
En efecto, la función primordial de los museos, la de custodia y conservación de las obras de arte, no se ha visto afectada en absoluto por los calamitosos acontecimientos que han asolado la ciudad, e incluso esta observación banal merece marcar una diferencia radical con el tipo de acontecimiento con el que, en mi opinión, a menudo se ha asociado indebidamente la pandemia en estos meses difíciles, a saber, la guerra: la historia nos enseña que los muros de los museos, por poderosos que sean, no han podido impedir la destrucción, los bombardeos y los saqueos.
Los museos no han sabido cumplir la función que cada vez más se les reconoce como propia, a saber, la de ser lugares de “fruición” de la cultura, de difusión del saber y de la belleza a través del conocimiento cada vez más directo y accesible, sencillo y atractivo, de las obras y de la historia que narran, concebidas y organizadas para un vasto público y no sólo para eruditos y expertos. Esta carencia era especialmente grave en un momento como el que hemos vivido, en el que el vacío y el silencio que se han creado en la vida de las personas habrían requerido estímulos adecuados. Y, de hecho, hemos sido testigos de un enorme esfuerzo por parte de todas las grandes instituciones museísticas para conseguir que las colecciones permanentes y las exposiciones temporales sean virtualmente accesibles a través de la tecnología digital.
Desde este punto de vista, hay que reconocer que el cierre forzoso y la consiguiente necesidad de inventar nuevas formas de comunicación con el público han constituido una formidable oportunidad para enriquecer las competencias digitales de todos los implicados en la gestión de los museos y acelerar el camino hacia la integración entre el uso físico y el basado en la web, que sin duda representa una de las fronteras más avanzadas de la museología. En particular, con referencia a la experiencia de Brescia Musei, la clausura brindó la oportunidad de acelerar y completar el estudio en profundidad, ya en curso, tanto de las metodologías didácticas más innovadoras para niños y preadolescentes como de las herramientas prácticas, digitales, multimedia e interactivas que garantizan el mejor compromiso de los niños en las actividades de taller de contacto y difusión artística. Del mismo modo, muchos formatos ideados y difundidos durante los meses de cierre constituyen una riqueza que no quedará limitada al periodo de emergencia y al mundo social. De hecho, se está trabajando para transferir el material al canal de YouTube y al sitio web de la Fondazione Brescia Musei para que pueda constituir un núcleo inicial de un “museo digital de Brescia”.
Por otra parte, el gran experimento sobre el potencial de la tecnología digital llevado a cabo durante el periodo de segregación forzosa ha demostrado claramente los límites que el uso de la tecnología en la comunicación artística encuentra inevitablemente: cuando actúa como sustituto, en lugar de instrumental/integrador, de la experiencia directa, resulta ineficaz y tedioso. Al igual que en las relaciones humanas, en la relación con la obra de arte la presencia física no es sustituible, ya que se basa en los cinco sentidos y no en uno o dos.
Brescia, Museo de Santa Giulia |
Precisamente por este motivo, la Fundación, como una de las primeras instituciones museísticas de Italia, consideró su deber devolver físicamente a la comunidad su patrimonio artístico e histórico en cuanto se autorizó la reapertura, obviamente respetando estrictamente las normas y sugerencias elaboradas por las autoridades y la comunidad científica para hacer seguras las visitas.
Así pues, la fortísima discontinuidad con los hábitos establecidos impuesta por la pandemia impulsó inmediatamente la experimentación de nuevas formas de frecuentación y disfrute del patrimonio artístico. No sólo eso: añade, en mi opinión, un gran estímulo a la reflexión que ya estaba en marcha sobre qué tipo de modelos de actividad y qué tipo de programación deben seguir las instituciones culturales, especialmente en un lugar como nuestra ciudad.
Lo que ahora parece, de hecho, bastante claro es el límite de un modelo basado necesariamente en un gran número de visitantes, en traslados masivos de obras y personas, en enormes inversiones de dinero: parece demasiado claro, de hecho, que la segregación de personas impuesta por la pandemia ha arrojado una enorme luz sobre los problemas de sostenibilidad, tanto económica y social como medioambiental, que ya se habían vislumbrado en referencia a un modelo necesariamente global y masivo de turismo cultural.
A la inversa, incluso la experiencia de estos meses, entendida casi como una prueba de estrés sobre la resiliencia de las instituciones culturales, me parece que consolida la idea de una vocación de “proximidad” de la institución respecto a su territorio, tanto desde el punto de vista funcional como de contenidos.
Desde el punto de vista funcional, la proximidad al territorio debe entenderse como un compromiso cada vez más fuerte y estructurado de la institución museística al servicio de la comunidad a la que pertenece y, al mismo tiempo, como la apropiación por parte de la comunidad en todos sus diferentes componentes de los espacios museísticos.
El ámbito electivo para este intercambio mutuo surge en primer lugar en el campo de la educación y, por tanto, con las escuelas: De hecho, es posible imaginar que los ya numerosos y cualificados servicios lúdico-educativos que los museos más estructurados prestan a las instituciones educativas y, más en general, a los niños en edad escolar (Santa Giulia es un ejemplo virtuoso, en términos de organización de visitas específicas, campamentos de verano,etc.) puedan integrarse poniendo a disposición de las actividades escolares curriculares los mismos espacios museísticos y las competencias de un personal altamente cualificado. De este modo, además de resolver la paradoja actual de escuelas llenas y museos vacíos, se reforzaría la fuerza de un vínculo virtuoso entre la ciudad y sus habitantes en formación, cualquiera que sea su origen, vínculo basado en la conciencia del alto valor de ciudadanía que el patrimonio artístico adecuadamente narrado y vivido puede aportar a las jóvenes generaciones, y en la cultura de la belleza como valor fundante de un crecimiento armonioso.
Del mismo modo, es posible imaginar un refuerzo del vínculo entre instituciones museísticas y universitarias en el signo de una permeabilidad recíproca, que se concrete tanto a nivel de colaboraciones científicas o didácticas como en la utilización de espacios museísticos o en formas de accesibilidad privilegiada a colecciones y archivos en beneficio de los estudiantes.
Otro ámbito en el que pueden desarrollarse otras formas de proximidad entre la institución museística y el territorio es el de las alianzas con instituciones públicas y privadas, así como con el vasto mundo del voluntariado, para hacer frente a diversas formas de penuria social y material, ya se trate de jóvenes, ancianos o enfermos. Desde este punto de vista, las experiencias en curso parecen especialmente prometedoras y es posible una evolución de gran alcance.
También es absolutamente necesario y estratégico el refuerzo del vínculo con el mundo de la producción, mediante la creación de una “comunidad” de actores privados e institucionales, que trascienda la dimensión tradicional del típico pacto sinalagmático intrínseco al mecenazgo cultural, renovándolo en una lógica de apertura, de puesta en común de proyectos y también de espacios físicos, de comunicación y de creación de experiencias generalizadas para la toma de conciencia del papel clave de cada actor en la consecución de los elevados objetivos sociales vinculados al apoyo y la promoción culturales. Es decir, es necesario establecer una relación duradera, participativa y mutuamente beneficiosa entre las instituciones museísticas y las empresas bajo la bandera de la promoción de ese activo fundamental de desarrollo social y económico de la ciudad que es su patrimonio cultural. Enfatizar a nivel local este vínculo natural entre actores privados y organismos públicos de gestión en la valorización del patrimonio permite, en otras palabras, “despertar las raíces” afrontando la contemporaneidad del propio territorio como motor esencial para el desarrollo de la comunidad.
Cierro estas breves notas con una pregunta, a partir del tema de la primera exposición temporal organizada en el Museo di Santa Giulia desde la reapertura de los Museos, tras los más de setenta días de segregación y los poco más de dos meses de reinicio de las actividades museísticas al público. El proyecto “GestoZero. Istantanee 2020” nos habla, con el lenguaje del arte contemporáneo, de la emergencia y el drama que hemos vivido en una perspectiva de renacimiento, en el signo de la reafirmación de la capacidad creadora del hombre. Aborda directamente el tema del vacío del que el gesto de la creación artística hace nacer la obra, y de la fatiga, el silencio del que ese gesto se alimenta necesariamente, y del que, en cierto modo, el aislamiento mortal al que la pandemia lo ha forzado es una metáfora, que indica la necesidad y la fatiga de superarlo. El origen de la creatividad nos sitúa así en un contexto que parece infinitamente alejado de los resultados de cierto mundo del arte, en particular del arte contemporáneo, que parece estar dominado por actores (me refiero en particular a ciertas galerías internacionales con ingresos multimillonarios) movidos por intereses que evidentemente trascienden los valores ligados a la pura autenticidad y creatividad del gesto artístico. Por ello, me pregunto si la experiencia que hemos vivido puede también en este ámbito cuestionar los modelos de “globalización capitalista” para marcar el camino de un necesario retorno a una consideración más atenta y cercana de la autenticidad y el esfuerzo de la creación artística.
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