Elartículo de Federico Giannini puede leerse haciendo clic aquí.
Querido Federico, tengo la máxima estima por tu trabajo y por la calidad de la revista que diriges con tanto empeño, y por ello añado un breve comentario sobre la cuestión del “Museo sobre el fascismo” y la conveniencia de la iniciativa, abordada por ti con argumentos bien articulados en un plano más general y, sin embargo, cuestionables en relación con la realidad actual.
Para responder plenamente a su pregunta (“¿Por qué Italia no puede tener un museo sobre el fascismo?”) habría que conjurar un ensayo denso y autorizado, pero esto no está en mis intenciones, ni es de mi competencia. Por otra parte, su pregunta también merece una respuesta que prescinda del sesgo “elevado” de la investigación histórica, y responda en términos elementales a una pregunta que parece presuponer una respuesta obvia. Aunque aprecio la interpretación constructiva que haces del proyecto (que evidentemente no te pertenece y cuya aproximación has puesto de relieve), creo que es oportuno expresar algunas dudas.
Cuando un padre le dice a un niño vivaz e inteligente que no hay que hurgarse la nariz (teniendo hoy también un soporte válido en el tema del contagio COVID 19), el niño se rebela y defiende la legitimidad de una acción que parece inocente... y que el padre sin embargo juzga arriesgada. Una situación similar de desacuerdo existe en relación con el problema que aquí se aborda, a saber, entre quienes consideraban razonable la propuesta y las numerosas voces que se alzaron para rechazarla. De hecho, el concepto de museo implica una llamada de atención y, al mismo tiempo, un aura de conciliación que no conviene a un fenómeno y a una serie de acontecimientos que han tenido un fuerte impacto en nuestra historia.
Pertenezco a la generación que estuvo a punto de ponerse el uniforme blanco y negro de las “italianitas”, y esa capa con la hebilla dorada en el pecho que tanto gustaba a los niños de la época; me la perdí brevemente, porque no tenía edad suficiente, pero viví de primera mano la guerra, los cambios bruscos de condición, la pérdida de orientación, la dificultad de adaptarse en un mundo cuya extrema fragilidad se descubrió.
Hoy, el atractivo del fascismo, basado en la facilidad del mensaje y en la retórica del gesto decisivo, sigue emergiendo de forma preocupante, cuando en su lugar debería prevalecer una serena conciencia crítica de los errores cometidos y del engaño que se oculta tras los aparatos grotescos. Así pues, la necesidad de releer el pasado es totalmente legítima y debe seguir apoyándose, ya que la opinión pública en su conjunto no parece haber tomado suficiente distancia, y la consideración del periodo de veinte años sigue empañada por una desinformación generalizada.
Conviene promover nuevas ocasiones de discusión y debate, publicar documentos inéditos o poco conocidos, evaluar las razones del rápido éxito así como del vertiginoso declive. Pero recordar esa dolorosa experiencia situando el fascismo en el centro, ya desde el título, y dedicándole una estructura como un museo, normalmente destinada a preservar y reforzar la identidad de un país... No, en la situación actual la operación no parece basarse en la claridad y en supuestos ampliamente compartidos, y espero que prevalezca la serena convicción del rechazo.
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