Mario Vargas Llosa descubre el arte contemporáneo (haciendo alarde de ignorancia y gritando conspiración)


Reflexiones sobre el artículo de Mario Vargas Llosa acerca de su visita a la Tate Modern de Londres y sus ideas sobre el arte conceptual.

Cualquiera que haya tenido algo que ver con elarte contemporáneo (aunque sólo sea por ver una foto de una obra en Facebook, por ejemplo) sabe que hay mucha gente que, cuando se enfrenta a un objeto cuya forma no es inmediatamente reconocible y cuyo significado no es fácil de adivinar, hará alarde o alegará ignorancia, se prodigará en comparaciones estrafalarias con el arte del pasado, como si existiera una mítica edad de oro en la que todo el arte era mejor de lo que es hoy, e incluso puede que lleguen a decir que las formas artísticas que se nos ofrecen cada día son el resultado exclusivo de una conspiración perpetrada por el mercado y los críticos, que quieren imponernos a toda costa sus gustos y sus artistas.

Leyendo un artículo aparecido hace unos días en El País, desde luego no me esperaba que el que lloraba conspiración (o ’gombloddo’, como está de moda escribir en las redes sociales, para ridiculizar las teorías de la conspiración) fuera un autor que ganó el Premio Nobel de Literatura en 2010, concretamente Mario Vargas Llosa, que en su obra titulada El palo de escoba (’The Broomstick’, traducida al italiano para Repubblica por Luis E. Moriones) quería darnos una visión de la trama. Moriones) quiso darnos cuenta de sus impresiones tras visitar la Tate Modern de Londres. Una obra, en concreto, llamó la atención del escritor: la describe como “un palo cilíndrico, probablemente de escoba, al que el artista había quitado las cerdas de sorgo o nylon que lo habían hecho funcional -como objeto cotidiano para las tareas domésticas- y lo había pintado meticulosamente de verde, azul, amarillo, rojo y negro, en series que seguían más o menos este orden, cubriéndolo por completo”. Lo irritante es que Vargas Llosa glosa intencionadamente el nombre del artista y de la obra (típico recurso retórico utilizado para degradar el objeto de su crítica), llegando incluso a mostrar una voluntad de ignorancia deliberada cuando dice no haber querido averiguar el nombre del autor ni el título del objeto.

Mario Vargas Llosa
Mario Vargas Llosa. Crédito

La obra que tanto parece haber perturbado el gusto estético de Vargas Llosa, al menos según su descripción, no es evidentemente un palo de escoba: se trata de la “Barra redonda de madera”, una escultura de André Cadere realizada en 1973. Es importante saberlo no sólo por respeto a la obra, sino porque el escritor, en las líneas finales del artículo, comentando los esfuerzos de una profesora que intentaba explicar la obra a un grupo de niños, se expresa en estos términos “lo que ella estaba haciendo no era otra cosa que contribuir a un monumental embrollo, a una sutilísima conspiración poco menos que planetaria en la que galerías, museos, ilustres críticos, revistas especializadas, coleccionistas, profesores, mecenas y desvergonzados mercaderes se han puesto de acuerdo para engañarse a sí mismos, engañar a medio mundo y, de paso, permitir que unos pocos se llenen los bolsillos gracias a semejante impostura”. Si Vargas Llosa se hubiera tomado siquiera unos minutos para profundizar en la figura de André Cadere, habría sabido que no podía haber elegido a un artista más equivocado como ejemplo del fantasmal “engaño monumental” urdido por galerías y críticos contra los indefensos espectadores de arte. Porque André Cadere era un artista orgullosamente contestatario, que se colaba en las exposiciones de otros artistas con sus barras redondas de madera para provocar al entorno, o que distribuía pomposos folletos anunciando “presentaciones de su obra” que en realidad no eran más que paseos por las calles de París con sus barras en la mano (de este modo, Además, Cadere sugería que el arte es algo que concierne a todo el mundo), o que se burlaba de la organización de la Documenta 5 de Kassel, que le había invitado a la exposición con la condición de que hiciera el trayecto de París a Alemania a pie: había enviado postales falsas de las ciudades que salpicaban el camino, y había llegado a Kassel en tren. Cadere era, en esencia, un artista independiente e indomable, especialmente detestado por la crítica oficial (y sobre todo por muchos otros artistas) precisamente por su actitud burlona: una figura romántica que, desde luego, no puede considerarse un ejemplo de la “conspiración de las galerías y los críticos” de la que habla Vargas Llosa.

André Cadere, Barra di legno rotonda
André Cadere, Round Wooden Bar (1973; madera pintada, 155 x 3 x 3 cm; Londres, Tate Modern)


André Cadere in giro per Parigi con una delle sue barre di legno
André Cadere paseando por París con una de sus barras de madera

Está claro que buena parte del arte contemporáneo está adecuadamente alimentado por el mercado y la crítica y que muchos artistas, sin buenas conexiones, no podrían hacerse un nombre. Pero tampoco es posible arrojar todo el arte conceptual a una improbable sopa construida, además, sobre bases completamente endebles (porque Vargas Llosa se cuida de no intentar demostrar, de manera seria, si hay algo que sostenga la tesis del “embrollo monumental”). De hecho, el artículo de Vargas Llosa es defectuoso en varios aspectos, incluso en el plano meramente técnico. No hay ni una sola referencia concreta al nombre de un artista (lo primero que enseñan en un curso de comunicación de primer año de universidad es que toda suposición debe estar adecuadamente circunstanciada), y sin embargo una opinión personal (sobre qué características debe tener una obra de arte “genuina”) se hace pasar por paradigma absoluto mediante el uso del presente de indicativo, y finalmente la única tesis pseudohistórica esgrimida por el autor se basa por completo (si se puede llamar así) en la vaguedad: “estas cosas siempre han sucedido, no cabe duda, pero entonces, además de éstas, hubo ciertas ciudades, ciertas instituciones, ciertos artistas y ciertos críticos que resistieron, que se enfrentaron a las artimañas y a las mentiras, las denunciaron y las derrotaron. Formaban parte de esa élite demonizada que la corrección política de nuestro tiempo ha puesto contra la pared”. Pero, ¿a qué época se refiere Vargas Llosa? ¿A qué ciudades se refiere con “ciertas ciudades”? ¿Qué instituciones? ¿A qué artistas? ¿A qué críticos? ¿Qué élites? Al menos, ¡pon un ejemplo!

No critico el pensamiento de Vargas Llosa: sobrearte conceptual tendrá su opinión y con razón. Lo que critico es laactitud. Resulta desconcertante que tan inverosímiles muestras de superficialidad y tan descaradas invitaciones a la ignorancia provengan de un escritor galardonado con el Premio Nobel de Literatura y que escribe en un periódico leído por millones de personas que, dada la autoridad del autor, es probable que tomen como oro en paño sus alucinadas andanadas contra el arte conceptual. ¿Será que el síndrome conspirativo está haciendo proselitismo incluso donde se pensaba que nunca llegaría? Bromas aparte, una cosa es cierta: artículos de este tipo no son buenos ni para los autores (que pierden credibilidad), ni para los periódicos que los publican (cuyo espacio está ocupado por dislates conspiracionistas de los que se podría prescindir, aunque estén escritos por premios Nobel), ni para los lectores (que, después de artículos de este tipo, bien podrían preguntarse si pueden seguir confiando en autores y periódicos).


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