Toda ciudad de vacaciones que se precie incluye siempre en su plantilla la desafortunada figura delimportuno animador turístico. Aquel que, por decirlo sin rodeos, hace todo lo posible por implicar en sus actividades, de forma más o menos coercitiva, al desdichado contable cincuentón de Brianza, orgullosamente despatarrado en su sofá con la misma propensión al movimiento que la tapa de una urna etrusca, y que, al pagar la fianza a su agencia de viajes, habría imaginado cualquier cosa menos participar en las hazañas más inverosímiles y degradantes que una mente humana pudiera idear para un contexto vacacional. Ahí lo tienen: una figura de esa calaña ya es molesta de por sí. No digamos ya si hay que trasladarla fuera de su hábitat natural, sobre todo si el destino es un museo. Y no un museo cualquiera: uno de los más importantes del mundo. De hecho, resulta que nuestro irritante animador ha aterrizado, con toda su carga de simpatía a ul tranza y dobles sentidos de dudoso gusto, en el Museo Egipcio de Turín, que ha tenido la ingeniosa idea de transformar la Galería de los Reyes en un gimnasio en el que hacer zumba.
Y para acallar de inmediato a todos los escépticos que consideran cuanto menos extraño que las notas de Gustavo Lima y sus amigos pudieran resonar ante las atónitas miradas de las antiguas estatuas que allí se conservan, el diario La Stampa ha aportado en las últimas horas la prueba: quedará la duda de qué música escucharon los participantes en el encuentro de baile, ya que se pretendía emitir a través de auriculares en señal de “respeto al lugar” (demasiada gracia). Como si la situación no fuera lo suficientemente cutre para empezar. La invitación, por supuesto, es a echar un vistazo al citado documento, que se abre con la sentida declaración de intenciones de una entrenadora personal probablemente implicada en la organización del evento: “la gente necesita que la guíen, están un poco perdidos en esta sociedad, ya no tienen guía”. El hecho de que la joven no hable de un dantesco desconcierto existencial, sino más simplemente de la poca propensión de muchos a hacer ejercicio, queda claro cuando se pone de manifiesto el propósito de la velada: “queremos decirle a la gente que se mueva, porque moverse es la mejor medicina que puede haber como prevención para cualquier tipo de enfermedad”.
Así, la cámara se desplaza hasta un colega, cuya perrería no puede nada contra el afán de saltar sobre un escenario y que, al grito de “bajad las manos” (sic), incita a la multitud, instándola a seguirle en su furia tersocrática medicinal. No falta de nada: desde el “go Cleopatra” hasta el adorable bromista vestido de momia, hay todo el equipo necesario para convertir el Museo Egipcio en la más triste, bochornosa y previsible sala de baile provinciana. El resto del audiovisual se puede glosar: basta con ver y escuchar, cualquier otro comentario sería en vano.
Zumba en el Museo Egipcio. Foto de Facebook |
Seguro que los jubilosos zumberis habrán reflexionado largamente sobre la consonancia entre su sesión de baile en grupo y las exigencias del código deontológico del ICOM para los museos (que en el apartado “exposiciones permanentes, exposiciones temporales y actividades especiales” sugiere que deben “corresponder a la misión, las políticas y objetivos declarados del museo”), es al menos legítimo preguntarse hasta qué punto se ha rebajado el umbral del ridículo que, tal vez, debería recordar a un museo que convertir una de sus salas en ungimnasio improvisado no debería ser una de las prácticas permitidas. Pero no porque las instituciones museísticas deban considerarse investidas de algún tipo de aura sagrada: simplemente porque la zumba no parece el tipo de actividad más adecuado para un contexto así. Y como prueba de ello, el director del Museo Egipcio podría preguntarse si es remotamente posible imaginar una exposición de piezas arqueológicas expuestas entre cintas de correr, máquinas de abdominales, press de piernas y mancuernas. Y si le parece perfectamente normal, a lo sumo podría preguntarse si ver a un abejorro jadeante y sudoroso dando vueltas y más vueltas en un entorno no precisamente propicio para acoger una clase de fitness es una forma eficaz de que el museo “desarrolle su función educativa y atraiga a un público amplio de la comunidad, el área local o el grupo destinatario”. Aunque, para responder a la pregunta, habría que saber el porcentaje de quienes pasaron una hora tonificando sus nalgas la otra noche.
Y, seamos claros, desde el punto de vista de los participantes, esto también podría considerarse más que plausible: simplemente estaban de paseo, y puede que algunos ni siquiera notaran la diferencia entre la Galleria dei Re y el Happy Wellness Gym de Orbassano. Entre otras cosas, porque el objetivo ni siquiera era acercar el público de los gimnasios a los museos: el propósito de la iniciativa, según declararon los organizadores a La Stampa, era “identificar lugares y centros de la ciudad que promuevan la actividad física y el cuidado del cuerpo”. E incluso aquí, cualquier comentario parece superfluo. Es sobre la actitud del museo sobre la que habría que reflexionar largo y tendido, al menos para entender si a la dirección le parece normal y aceptable que el museo preste su apoyo a iniciativas tan grotescas.
Pero ya se sabe, los tiempos son duros, y para aumentar elatractivo de los museos, todo vale: incluso convertirlos en un mudo telón de fondo (o mejor: en un espléndido marco, por utilizar una frase típica del fraseo de quienes organizan tales eventos) para reuniones de amantes de la zumba. Así, el Museo Egipcio puede ofrecer un ejemplo virtuoso: en el recién reabierto teatro marítimo de Villa Adriana, en Tívoli, podrían organizarse clases de aeróbic acuático. La Opera della Metropolitana di Siena podría considerar la idea de transformar la fachada del Duomo Nuovo en un rocódromo (también porque desde lo alto hay un “panorama impresionante”, por utilizar otra expresión original). Y para refrescarse, nada mejor que un festival de la porchetta instalado en los Jardines de Boboli.
Mientras tanto, tendremos que contentarnos con la zumba egipcia. Y ay de quienes nos digan que hasta el Metropolitan de Nueva York ya ha experimentado con la zumba entusiasta: Dios nos libre de perder las ganas de mirar con buenos ojos las idioteces importadas más truculentas. Para las prácticas serias siempre hay tiempo.
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