Manifiesto sobre Derechos y Deberes Culturales: bueno, pero falta una señal sobre el derecho al trabajo


El 30 de noviembre se presentó en Palermo el Manifiesto sobre Derechos y Deberes Culturales, cuyo objetivo es reconocer y proteger los derechos y deberes culturales de las personas. Sin embargo, falta el cartel sobre el reconocimiento del derecho a trabajar en la cultura. Y quizás pagado.

El 30 de noviembre se presentó en Palermo, en el Palazzo dei Normanni y el Museo Arqueológico de Salinas, el “Manifiesto sobre los derechos y deberes culturales”, promovido por el Partido Democrático. El objetivo del documento es “el reconocimiento, la protección y el respeto de los derechos y deberes culturales de las personas y las comunidades, y pretende ser una herramienta para crear y aumentar la conciencia de los mismos en la comunidad: instituciones, empresas, sociedad civil”. Un objetivo que se pretende alcanzar, prosigue el documento, a través de la “redacción de la Carta de Derechos Culturales que propone la institución de la figura del Garante”. En cuanto a los fundamentos jurídicos, “el Manifiesto hace referencia a fuentes normativas específicas e identifica aquellos derechos y deberes que entran dentro de la categoría de derechos culturales”. En realidad, esta “referencia a fuentes normativas específicas” se traduce en una identificación genérica en “documentos de derecho internacional, de derecho comunitario europeo, en la Constitución italiana, en leyes ordinarias, en leyes regionales, en reglamentos, en costumbres y tradiciones”. Quizás, un reconocimiento preciso se pospone precisamente a la redacción de la Carta.

Así, los "derechos culturales“ se definen como ”derechos inalienables que posee todo ser humano. Son universales, indivisibles e interdependientes con los demás derechos humanos. Son indispensables para la dignidad y el libre desarrollo de la personalidad de los individuos, para la coexistencia pacífica y se basan en la existencia y el reconocimiento de las diversidades y pluralidades culturales“. A continuación figura una lista de ellos: ”los derechos de opinión, como la libertad de pensamiento, de conocimiento, de religión, de expresión; el derecho a la protección y conservación del patrimonio cultural material e inmaterial, del paisaje de las comunidades a las que pertenecen; el derecho a la creación, difusión y disfrute compartido de las expresiones culturales el derecho a la educación y a la formación a lo largo de toda la vida, el derecho a investigar, producir, transmitir y recibir información; el derecho a la protección de los intereses morales y materiales vinculados a las obras que son fruto de la propia actividad creadora".

En cuanto a los “deberes culturales”, que “expresan la obligación moral y las responsabilidades individuales y colectivas de promover el respeto”, sólo se identifica uno, el de “dedicar recursos para asegurar el ejercicio de los derechos culturales, garantizando a quienes invoquen su violación el acceso a recursos efectivos”.

Resumiendo: el esfuerzo, loable (una especie de declaración de intenciones para un “texto único” que recoja las declaraciones vertidas en diversos documentos de derecho nacional y supranacional), erra el tiro, sin embargo, en un tema candente, el del derecho al reconocimiento de la dignidad profesional en este ámbito. Es decir, el derecho a trabajar en el patrimonio cultural. Trabajo remunerado: conviene insistir en ello, habida cuenta de la no infrecuente coincidencia entre trabajo y voluntariado. Al igual que conviene recordar, en cuanto a las fuentes del derecho, el artículo 4 de la Constitución, entre sus principios fundamentales: “La República reconoce el derecho de todos los ciudadanos al trabajo y promueve las condiciones para que este derecho sea efectivo. Todo ciudadano tiene el deber de desempeñar, según su capacidad y elección, una actividad o función que contribuya al progreso material o espiritual de la sociedad”. Es de esperar, pues, que este derecho constitucional se incluya acertadamente... entre los temas de la futura Carta.

De lo contrario, el sentido de este Manifiesto se diluiría al ser, como señala Giuliano Volpe, poco más que la transposición de principios ya enunciados en el Convenio de Faro. Por cierto, en su blog de Huffpost, el ex presidente del Consiglio superiore Beni culturali e paesaggistici del MiC, que intervino en la presentación del Manifiesto en Palermo, subraya, en consonancia con la primacía siciliana que reivindica el documento, las razones históricas y culturales por las que éste ve la luz precisamente en Sicilia y no en otro lugar de Italia: porque es aquí donde “se experimentaron nuevas fórmulas de protección y valorización del patrimonio cultural”, escribe, “con la adopción de las superintendencias únicas o la ley sobre los parques arqueológicos”. Con la salvedad, entre paréntesis, de que “aunque, más recientemente, esas importantes innovaciones se han aplicado de forma muy poco convincente, debido también a una persistente mortificación de las competencias profesionales”. Todo de acuerdo, si no fuera por una contradicción no venial, dado que el propio Volpe contribuyó no poco a esas “aplicaciones muy poco convincentes”, participando como miembro del Consejo Regional del Patrimonio Cultural (’homólogo" del Consejo Superior del MiC), en la reunión del 30 de enero de 2018 en la que el gobierno de Musumeci, en Sicilia, dio luz verde de un plumazo a nada menos que 15 parques arqueológicos, mientras que la ley regional prevé la obtención de dictámenes particulares por parte del órgano consultivo. Hemos relatado los resultados de esa “sentada” en una larga investigación en estas columnas. En resumen, podríamos decir, utilizando las propias palabras de Volpe, que ha sido la “causa de una persistente mortificación de las competencias profesionales”, ya que en estos parques está previsto que los administradores políticos, como los alcaldes, puedan expresar sus opiniones en lugar de los “técnicos”, arqueólogos a la cabeza, sobre cuestiones también relativas a la protección. Pero, entonces, ¿por qué, precisamente en la tierra de Sicilia y con estos precedentes en la historia reciente del patrimonio cultural siciliano, el arqueólogo no habló en Palermo en calidad de miembro del Consejo Regional, en lugar de en la ’lejana’ calidad de ex presidente del Consejo Superior, en la que aparece en el comunicado de prensa, en las invitaciones, tanto en el Palazzo dei Normanni como en Salinas, y en los artículos de prensa? ¿Por qué esta “damnatio memoriae”? A decir verdad, no es la única rareza del día (véase el recuadro).

Volvamos, en cambio, al meollo de la cuestión: el reconocimiento de la dignidad profesional en un sector en el que hay ’sueldos de caporalato de la llanura de Sibari’. La expresión no proviene de algún sindicalista, sino del presidente de Confindustria Messina, Ivo Blandina, en la presentación (después de la Cámara de Diputados) en noviembre de 2019, promovida por el escritor, en el Museo Regional de Messina,de la investigación de ’¿Me reconoces? Sono un Professionista dei Beni Culturali’, que fotografió el sombrío panorama para quienes trabajan en el sector. Resultó que el 80% de los encuestados ganaba menos de 15.000 euros al año y con salarios inferiores a 8 euros por hora declarados por la mitad de ellos. La situación empeoró drásticamente en Covid, como fotografía una nueva encuesta del Movimiento, que devuelve la situación, un año después del primer encierro, de las trabajadoras y trabajadores del sector cultural. El trabajo en el sector del patrimonio cultural no basta para vivir. Esta es la triste realidad que choca con el principio de que todo ciudadano tiene derecho a la cultura. No puede olvidarse, ni siquiera en una declaración teórica como un “manifiesto”.

La cuestión de la irrelevancia del “capital humano” va unida a la de su instrumentalización, la otra cara de la moneda de una dignidad profesional negada. Los 28 nombramientos sin concurso de los nuevos directores de varios institutos de MiC han suscitado una gran polémica, incluida una pregunta parlamentaria. En realidad, parece obvio afirmar que la asignación de nombramientos a través del acto de interpelación, que es un procedimiento para-concursal o concurso interno, para quienes ya han accedido al escalafón de la administración por oposición, no se produce vulnerando la normativa. Ni siquiera si se trata de funcionarios “elevados” a rango directivo, como estigmatiza, por otra parte, la citada pregunta para la que sería en la época de Franceschini cuando “por primera vez se produjo esa decisiva progresión en la carrera sin tener que someterse a ninguna prueba”. En 2012, de hecho, el Tribunal de Cuentas del Lacio, en su sentencia sobre la legitimidad de dos nombramientos ejecutivos cuando Lorenzo Ornaghi (Gobierno Monti) era ministro, no hizo constar los nombramientos concedidos (uno de los dos fue a un funcionario) debido a la ilegitimidad del procedimiento de interpelación, una selección comparativa de currículos en la que deben tenerse en cuenta la experiencia laboral, las competencias y los cargos desempeñados, tal y como regula el d. lgs. nº 165/2001, sino por “violación y falsa aplicación de la normativa vigente”, “violación bajo el perfil de exceso de poder (ilogicidad manifiesta)”. En resumen, una selección enmascarada por la lógica de la afiliación política.

En un comunicado de prensa de la época, la Secretaría Nacional de la UIL-BACT comentó con satisfacción que “el tribunal, al no registrar los nombramientos efectuados (...) por el Director responsable de la Dirección Regional del Patrimonio Cultural y Paisajístico del Lacio, marcó un punto importante en la correcta aplicación de las normas”.

Por lo tanto, las Administraciones, tanto la MiC como la Región de Sicilia, están obligadas a motivar adecuadamente las elecciones que realizan. Aunque se trate, de hecho, de decisiones discrecionales, deben basarse en elementos de evaluación lo más objetivos posible, de modo que puedan verificarse con referencia a la persecución real del interés público en juego. Pero también de manera que los candidatos tengan la posibilidad de conocer las razones de las elecciones realizadas.

En Sicilia, que debería ser exportadora de buenas prácticas en el ámbito estatal, según las buenas intenciones del Manifiesto del PD, estas selecciones comparativas quedan completamente superadas precisamente en el nombramiento de los directores de los parques arqueológicos, que se produce mediante el nombramiento del Assessore dei Beni Culturali en persona. En otras palabras, aquí cortamos por lo sano incluso con las comparecencias que aún se realizan para los nombramientos como directores de museos y superintendencias, que son efectuados por el gerente regional, es decir, por la cúpula administrativa, y no por la política.

No son, pues, los procedimientos de selección por interpelación conforme a la ley, ni la nueva “fórmula” del curso-concurso para la contratación de directivos en el MiC, el nervio bruto de la cuestión, sino un país que avanza de norte a sur según la lógica de los grupos de interés político que se revuelcan en el mar de los nombramientos discrecionales. Además, en el mismo país de los concursos universitarios amañados denunciados por el investigador siciliano Giambattista Scirè, fundador de la Asociación Transparencia y Mérito, en su libro “Mala università: Privilegi baronali, cattiva gestione, concorsi truccati. I casi e le storie” (Chiarelettere), no se entiende la esperanza fideísta en los concursos públicos, en lugar de las interpelaciones en el banquillo de los acusados, a la que se han entregado los indignados por los recientes nombramientos del MiC.

Manifestación por los derechos de los trabajadores de la cultura
Manifestación por los derechos de los trabajadores de la cultura

Un pequeño misterio al margen: pero el Manifiesto presentado en Palermo, ¿lleva o no la firma del PD? En el documento, de hecho, no hay rastro del logo del partido y en el preámbulo sólo leemos que “nace de un diálogo, a lo largo del tiempo, entre Manlio Mele y Monica Amari y ha sido redactado por un grupo de estudiosos de las políticas y procesos culturales de diferentes ámbitos y experiencias”. Entre ellos se encuentran, de hecho, algunos miembros del Departamento de Cultura del Partido Democrático de Sicilia. No se especifica en el documento, pero el propio Manlio Mele es el jefe del Departamento. En la parte inferior, hay una lista de firmantes, pero no está claro quién firmó realmente el texto, dado que el presidente de Legambiente Sicilia, Gianfranco Zanna, ciertamente no lo hizo e incluso advirtió de la necesidad de eliminar su firma, que en cambio aparece en el documento. En la lista destaca la ausencia de la directora del Salinas, Caterina Greco, que en su página de Facebook (’Caterina Greco - Salinas’) no publica nada sobre el evento. Mientras que el 29 de noviembre la página oficial del museo anuncia la presentación del Manifiesto del día después en clave “neutra”: sin logotipo, ni siquiera en la invitación, nada que destaque la autoría política de la iniciativa. Esto explica también, por ejemplo, que el primero de los saludos institucionales de la invitación sea el del consejero regional de Patrimonio Cultural, Alberto Samonà, de la Liga. ¿Pero cómo? ¡¿En un acto del PD?! Y, de hecho, en la página de Facebook del concejal no hay ni rastro de él. El caso es que “el espectáculo debe continuar” y un post del Museo Arqueológico al día siguiente reza: “Comienza en Sicilia el manifiesto sobre los derechos y deberes del patrimonio cultural a la luz del Convenio de Faro: una cuestión crucial para el crecimiento de las personas y el desarrollo sostenible de la sociedad. Agradecemos a los autorizados ponentes las reflexiones propuestas”. A pesar de esta relevancia reconocida y de la ausencia (aparente) de connotación política, el director no había firmado, sin embargo, el Manifiesto. Sólo en el comunicado de prensa las cosas recuperaron su justo nombre: el logotipo del PD Sicilia para disipar cualquier malentendido y el promotor del Manifiesto el Departamento de Patrimonio Cultural del Partido Democrático con las declaraciones de su responsable Mele. ¿Hay alguna explicación? Intentemos formular una pregunta que formulé el 6 de julio en el diario Gazzetta del Sud: ¿pueden los bienes del patrimonio cultural, los edificios monumentales o las zonas arqueológicas, sujetos a protección, convertirse en sedes de actos políticos? El 26 de junio, en la iglesia del Spasimo de Palermo, se celebró una convención sobre los tres años de gobierno de Musumeci. Entre los discursos figura el del concejal Samonà. El año anterior, era el 18 de julio, el uso del yacimiento arqueológico de la Morgantina para el congreso del PD que llevó a la elección del nuevo secretario Anthony Barbagallo había puesto furioso al propio Samonà. Así, en muy poco tiempo había llegado una circular que prohibía expresamente las “iniciativas de los partidos y movimientos políticos” en los sitios culturales. Los bienes afectados son exclusivamente los que están en manos del departamento regional, mientras que el Spasimo es propiedad del municipio, pero sigue estando sujeto a la supervisión de la Superintendencia para las limitaciones monumentales. Más allá de la propiedad, el fondo no cambia: para este gobierno, ¿se trata de actos de carácter político o no de “fines compatibles con el destino cultural” del bien, como exige el Código del Patrimonio Cultural? ¿Puede considerarse el escaparate del gobierno de Musumeci un ’destino de uso’ compatible ’con el carácter histórico-artístico del propio bien’ como también prescribe la misma legislación? ¿O estamos ante el clásico caso de doble rasero y la prohibición sólo se aplica a las oposiciones? En nuestro caso de las Salinas, la cuestión es algo diferente. A pesar de la escrupulosa observancia de la circular regional que explicaría la singular, por no decir chapucera “censura” en la que desembocó el PD con su Manifiesto, de hecho se contravino la prohibición. Hay, sin embargo, un debate abierto. Creemos, de hecho, que el acto del PD se ajusta al derecho estatal superior, que también se aplica en la región del estatuto especial con competencia legislativa primaria. El párrafo 1 del artículo 106 del Código del Patrimonio Cultural, que sustituye a un decreto del evaluador, exige que la finalidad de la concesión de uso de un bien cultural, en este caso un museo, sea compatible con el destino cultural del propio bien, y en el párrafo 2-bis que se garantice la compatibilidad del destino de uso con su carácter histórico-artístico. Todos requisitos en continuidad con la presentación de un Manifiesto de Intenciones a favor del patrimonio cultural. Para entendernos, una cosa es el escaparate del gobierno de Musumeci en el que el concejal de patrimonio cultural pisotea su propia circular, y otra muy distinta que un partido no utilice un museo con fines propagandísticos y hable a la sociedad civil de “derechos y deberes culturales”. Aunque con lagunas que esperemos se subsanen en la redacción de la Carta.


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