Los tontos vídeos de los Uffizi en TikTok: ¿dónde está el problema? Las trivializaciones son otras


¿Los vídeos tontos de los Uffizi en TikTok? El museo lo está haciendo bien: nadie pensaría que la experiencia de la obra de arte se limita a este tipo de contenidos. Las verdaderas trivializaciones están en otra parte.

“Meadas territoriales” no es solo el título de una famosa canción de Nirvana, sino también la expresión que Labranca utiliza para identificar a los pseudointelectuales que autovalidan su posición dentro de un ámbito social marcando su territorio, es decir, criticando o burlándose de situaciones o contenidos considerados bajos o con los que no merece la pena mezclarse. Por ejemplo, los que emiten gritos indignados en las redes sociales cuando oyen hablar de los Uffizi en TikTok. Muchos de los que no conciben la presencia del museo más visitado de Italia en una red social llena de vídeos de adolescentes bailando en sus dormitorios insisten en que se trata de la “banalización del arte”. Pero la banalización es precisamente lo que tantos practican y buscan. De lo contrario no harían cola para la enésima exposición de Banksy, de lo contrario no entenderían por qué las librerías de los museos están a rebosar de libros de Costantino D’Orazio, de lo contrario no se explicarían por qué entre ayer y hoy la página más visitada de nuestra revista era “probamos FaceApp en 15 obras de arte famosas” (y seguro que también la leen muchos que se escandalizan por los vídeos de TikTok en los Uffizi).

Me vienen a la memoria estas consideraciones al leer en Repubblica una encendida intervención de Bonami que lanza una invectiva contra las payasadas de los Uffizi en TikTok ya que, según él, con tales artimañas “el arte se aleja del público porque se reduce a una broma de la peor calidad”. No entiendo el mecanismo por el que un vídeo del enano Morgante cazando al son de Blinding Lights debería impedir cualquier intento de profundización, pero ahí está: lo que hace falta, dice Bonami, “es respeto por la obra de arte, cuyo disfrute por parte de un vasto público no puede ser a costa de su enriquecimiento”. Es decir, el usuario debe salir enriquecido por la experiencia artística y no al revés". Cito las palabras exactas de Bonami porque, quizá con otra sintaxis o con el uso de otros sinónimos, son las que más oímos a una vasta y abigarrada congerie de habitantes de nuestro mundo, desde los serios funcionarios de la superintendencia hasta las aduladoras vestales que los domingos secuestran a la familia para llevarla a una jornada de la FAI o a la exposición de Frida Kahlo.

El enano Morgante en TikTok

Lo que hay que enfocar es: ¿por qué un vídeo estúpido debe excluir a priori cualquier “enriquecimiento”? Legitimar esta idea es tener una opinión muy baja del público. Ahora bien, los Uffizi son visitados por dos millones de personas cada año, y creo que podemos estar de acuerdo en que no estamos hablando de un público de dos millones de Panofsky, Warburg y Wind frente a la Venus de Botticelli lanzándose a apasionadas discusiones sobre las relaciones entre belleza, amor y divinidad en la filosofía neoplatónica. Pero ni siquiera estamos hablando de dos millones de pitecántropos que piensan que la “experiencia artística” (si es que hay que hablar de ella) se detiene en el vídeo tonto de TikTok: cualquier individuo con pulgar oponible es perfectamente consciente de que esos vídeos son, como señala acertadamente Bonami, “chistes de muy mala calidad”, y nadie imagina, ni siquiera por una fracción de segundo, que ése sea el límite superior al que pueden esperar llegar.

No son las payasadas de TikTok en los Uffizi las que descartan el enriquecimiento, porque creo que está claro para todos, incluso para los que no han visitado un museo en su vida, que ese es un simple medio de intentar ampliar la audiencia buscando nuevos subgrupos. Los problemas de enriquecimiento de la experiencia, en todo caso, vienen después, cuando el público entra en el museo: Llegan cuando ven la última exposición inútil sobre Van Gogh, donde se presenta al pobre holandés como un alma en pena que pintaba movida casi por un aflato espiritual, y uno se olvida de las instancias sociales de su arte, cuando se enfrenta a una obra de Caravaggio y los guías siguen pregonando el inveterado tópico del pintor maldito sin ahondar, por ejemplo, en las implicaciones políticas, religiosas y estéticas de su arte, cuando contemplan las últimas payasadas de Banksy (puntualmente expuestas en algún museo italiano en busca de colas fáciles) y creen saberlo todo sobre el arte callejero. Es entre estos pliegues donde se cuelan las verdaderas trivializaciones, alimentadas por los medios de comunicación generalistas que siguen presentándonos el arte como un caramelo, como una mera experiencia estética, como un pasatiempo dominical alternativo a una excursión al lago. Este aplanamiento cultural, esta nivelación hacia abajo, este populismo estético intrusivo es infinitamente más peligroso que un vídeo de TikTok, que a su vez nació como un producto bajo y burdo (y nadie se atrevería a pensar lo contrario).

Entonces, si para el usuario de TikTok, la Medusa de Caravaggio será simplemente un interludio entre el vídeo del tipo doblando a su pitbull y discutiendo con él, y el de la pareja gastándose bromas mientras piden una hamburguesa en McDrive, el problema no se plantea: significa que no hay interés (lo cual es totalmente legítimo) y la Medusa se habrá colado entre cientos de vídeos del mismo tenor que quinceañeros desde Houston a Romito Magra hojean cada día con la misma compulsividad. Igual que se habrán colado los vídeos más palaciegos del Prado o el Rijksmuseum, que ofrecen píldoras sobre sus obras. Y seguro que a ninguno de los chicos de TikTok se le ocurrirá achacarlo todo a la autoridad o al aura sagrada de la obra de arte. Burlarse de la obra maestra, al fin y al cabo, es un género que no nació en TikTok.


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