Me complace leer los resultados de la encuesta de Art Basel, que confirman una tendencia de interés por los artistas jóvenes que, en mi opinión, se percibe cada vez más claramente incluso al pasear por una feria o visitar galerías comerciales o desplazarse por la programación de diversos museos. Aunque la resistente extranjerofilia y la inclinación natural a privilegiar lo “ya conocido o historizado” siguen bien arraigadas en muchos sectores de la producción cultural, gracias a la pandemia y a las numerosas y fructíferas iniciativas en este sentido (convocatorias, residencias, exposiciones), existe una creciente atención y apertura hacia los artistas emergentes.
Los nuevos artistas son antenas de la contemporaneidad, no proceden necesariamente de una trayectoria académica, lineal o canónica y son mayoritariamente nómadas, abiertos a experiencias de estudio y formación en contextos también muy distantes de ellos. Hacen del colectivo un posible nuevo desarrollo expresivo y una forma de trabajar desarrollando una contaminación entre saberes, formaciones y disciplinas. Junto a la investigación y el intento de desarrollo de los medios canónicos del arte, no desdeñan la experimentación con nuevos lenguajes, incluso aparentemente alejados de la práctica artística, y estudian y reproponen procesos de otras esferas de producción e investigación.
Con su trabajo, analizan las temáticas peculiares de su contemporaneidad, que podríamos resumir en cuatro puntos principales: los procesos de descolonización, la ruptura de la diversidad étnica, la lucha por la igualdad de género, las cuestiones medioambientales y la sostenibilidad ecológica; a los que se añade un quinto, cada vez más presente la accesibilidad entendida como la lucha contra la pobreza y la necesidad de limitar la discriminación de ingresos.
Creo que un artista joven, para emerger, debe ser consciente de que se mueve en este terreno, que debe encontrar la manera de interpretarlo con su propio y exclusivo lenguaje y, por qué no, de anticipar cuáles serán los próximos temas de la contemporaneidad.
Es muy difícil hacer una lista de los artistas menores de 40 años que han surgido en Italia y en el extranjero, los nombres son muchos y sólo de pensar en ellos me vienen muchos a la cabeza. Intentaré señalar los 10 italianos y los 10 extranjeros que más me vienen a la cabeza, incluidos aquellos con los que he tenido la oportunidad de trabajar recientemente, los que están teniendo éxito entre el mercado y las grandes exposiciones, y otros que pueden responder a esta descripción de “urgencia investigadora”. Entre los italianos se encuentran Diego Marcon (Busto Arsizio, Milán, 1985. Vive y trabaja en Milán), Giulia Cenci (Cortona, Arezzo, 1988. Vive y trabaja en Cortona), Benni Bosetto (Milán, 1987. Vive y trabaja en Milán), Valentina Furian (Venecia, 1989. Vive y trabaja en Milán), Ludovica Carbotta (Turín, 1982. Vive y trabaja en Barcelona), Beatrice Favaretto (Venecia, 1992. Vive y trabaja en Milán), Tomaso De Luca (Verona, 1988. Vive y trabaja en Roma), Eleonora Luccarini (Bolonia, 1993. Vive y trabaja en Bolonia), Alberto Tadiello (Montecchio Maggiore, Vicenza, 1983. Vive y trabaja en Vicenza), Alice Visentin (Ciriè, Turín, 1993. Vive y trabaja en Turín). Entre los extranjeros, Agnes Scherer (Lohr am Main, Alemania, 1985. Vive y trabaja en Düsseldorf), Dominique White (Londres, 1993. Vive y trabaja en Marsella), Alex Ayed (Estrasburgo, 1989. Vive y trabaja en Bruselas, París y Túnez), Miao Ying (Shanghai, 1989. Vive y trabaja en Nueva York), Pedro Neves Marques (Lisboa, 1986. Vive y trabaja en Lisboa), Bianca Baldi (Johannesburgo, 1985. Vive y trabaja en Bruselas), Alexandra Pirici (Bucarest, 1982. Vive y trabaja en Bucarest y Berlín), Julian Charrière (Morges, Suiza, 1987. Vive y trabaja en Berlín), Ode De Kort (Malle, Bélgica, 1992. Vive y trabaja en Amberes), Andy Holden (Bedford, Inglaterra, 1982. Vive y trabaja en Bedford).
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