Nadie tiene claro cómo viviremos una vez que haya terminado la reclusión de Manzoni. Que en esta incertidumbre, en muchos sentidos inédita y ciertamente inesperada, haya preocupación por la propia supervivencia del sistema cultural es ineludible. Del mismo modo, es comprensible que el debate se centre en los instrumentos financieros de apoyo, en gran parte de rescate. Pero quizá para imaginar -y tal vez construir- el futuro del sistema cultural sea útil intentar recordar cómo era hasta marzo, sin pretender que funcionara eficazmente.
La suspensión de las tribulaciones cotidianas no ha hecho sino acelerar y dramatizar una toma de conciencia que ya parecía ineludible desde hacía algunos años. La crisis (una fase decisiva en la antic griega) puede representar una preciosa oportunidad para centrarse en la estructura, los recursos y las orientaciones de la cultura italiana a la luz de una sociedad cada vez más compleja y sofisticada y que el medio cultural, en cambio, se empeña en considerar ignorante y superficial. Es hora de volver atrás por un momento, de centrarse en las fragilidades evidentes desde hace tiempo, que la crisis no hace sino acentuar.
Dejemos para el final la cuestión financiera (cuya dinámica debería favorecer el crecimiento y la consolidación del sistema), y pensemos en los fundamentos. Primera cuestión: las infraestructuras culturales y su relación con el territorio urbano. Lugares maravillosos pero carentes de verdaderos recorridos narrativos, depósitos dorados de una oferta a menudo cristalizada y mal expuesta; aislados de los espacios de la ciudad y tendentes a no querer acoger a la sociedad, salvo para iniciativas superficiales y poco constructivas: yoga, zumba, concursos de belleza, y todo lo que aleje la atención de la experiencia cultural.
Segunda cuestión: las opciones tecnológicas y las posibles sinergias entre lo analógico y lo digital. La tecnología sigue siendo un cuerpo extraño para la mayoría de los museos, teatros, yacimientos arqueológicos y espacios culturales. Se sigue blandiendo el dogma del contexto, olvidando que casi todas las obras expuestas en los museos no fueron creadas para su ubicación actual, se cree que lo digital es antinatural mientras sobreviven las etiquetas y los paneles murales, se recorre lo poco que se puede de la red sin sentirse pecador, reproduciendo protocolos analógicos obsoletos (comunicados de prensa en las redes sociales).
Visitantes de la exposición en la Gallerie d’Italia de Milán |
Tercera cuestión: la división horizontal por sectores, y la vertical por jerarquías convencionales. Precisamente en tiempos de hibridación, fertilización y versatilidad, el sistema cultural persiste en protegerse tras jaulas taxonómicas obsoletas. Cualquier apasionado conecta -con astucia e intensidad- visitas, lecturas, escuchas, exploraciones y cualquier experiencia que pueda enriquecer e integrar la cadena de valor cultural. No fomentar esta vía acentúa la alienación de los usuarios, basada en otro dogma: el “deber moral” de aprender, comprender y aprobar.
Cuarta cuestión: los recursos humanos, su espectro de acción y el marco estratégico de gestión. Los profesionales del más alto nivel y profunda especialización se ven forzados a vivir en jaulas operativas rígidas e impermeables entre sí. Esto se ve agravado por la dependencia de proveedores externos de servicios que la propia empresa ofrecería con más motivación y a menudo con mucha más calidad. El nivel directivo queda reducido por una normativa asfixiante a una función burocrática: se desalienta por completo cualquier tentación empresarial, así como las alianzas y sinergias dentro y fuera del propio sistema.
Quinta cuestión: patrimonio y flujos financieros. Una parte mayoritaria del patrimonio cultural está enterrada en yacimientos. Su localización generalizada (de forma relevante, segura y quizá elocuente) podría redibujar el mapa de la cultura en las ciudades italianas, intensificar el diálogo con la sociedad y el público, y aumentar y las opciones de participación, consenso y apoyo que reforzarían tanto la coherencia del apoyo público como la atención de las empresas privadas. El apoyo financiero está ligado a normativas censuradoras o indiferentes a las estrategias perseguidas.
En definitiva, es hora de construir un sistema cultural acorde con el espíritu de los tiempos, y con las nuevas exigencias de rediseñar de forma más suave nuestra relación con el espacio y el tiempo: extender la red de espacios expositivos y teatrales fuera de las torres de marfil; suavizar la escansión temporal y fomentar la presencia generalizada en los espacios culturales; hibridar eficazmente los glosarios analógico y digital ampliando el espectro de servicios y relaciones; hacer versátil y flexible el trabajo cultural sin restar protecciones y garantías. En definitiva, ser contemporáneos.
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