Hemos leído con interés esta intervención de Giacomo Montanari en Finestre sull’ Arte, que compartimos junto con algunas observaciones, relacionadas principalmente con nuestra realidad ligur.
Desde hace muchos años no hemos dejado de reiterar, en los lugares institucionales adecuados, que la causa principal del sobreturismo, y en el caso ligur, más apropiadamente, de la masificación, radica, en nuestra opinión, en una promoción / narración de los lugares, a nivel global, que crea expectativas engañosas y desconectadas de la realidad de los lugares visitados
La promoción requiere una visión a largo plazo y debe ser proporcional a la capacidad (también en el sentido de “capacidad”) que tienen determinados lugares para recibir flujos de forma sostenible. Contar el paisaje y los bienes culturales como una maravillosa Disneylandia, un lugar de la Dolce Vita, presentando a su usuario, como ocurre a menudo a través de las imágenes colgadas por los más diversos influencers, como un inmejorable consumidor de aperitivos con un selfie fácil, no es lo que se necesita para educar en el aprecio de nuestro territorio.
Montanari tiene mucha razón cuando dice que los bienes culturales y medioambientales son de todos: creemos que cobrar por acceder a los lugares donde viven las comunidades es, en sí mismo, una forma de desvirtuarlos. También estamos convencidos de que alquilar pueblos y aldeas para uso privado, para fiestas o banquetes, como ha ocurrido, es éticamente incorrecto y da la idea de que el dinero puede comprar el patrimonio cultural y natural, haciendo uso de él como uno prefiera, sin preguntarse siquiera “qué” es ese lugar.
Hay que enseñar a respetar el patrimonio cultural y el medio ambiente, estamos de acuerdo. Hay muchos países en el mundo donde el arte, la arquitectura y el urbanismo ni siquiera son materias de estudio en la enseñanza secundaria, pero estamos convencidos de que estas enseñanzas, junto con una adecuada educación medioambiental y cívica, deberían formar parte del currículo básico de cualquier ciudadano italiano.
Estamos en contacto con los visitantes constantemente y a veces durante varios días consecutivos con las mismas personas. Cuando el turista llega a un lugar, a menudo encuentra en el guía un primer contacto con ese lugar: una persona que le narra el territorio tal y como es, con su belleza pero también con esas asperezas que la promoción “lustrosa” no deja entrever. Y ahí radica su papel de divulgador “integral”: arte e historia, pero al mismo tiempo actualidad y necesidad de respeto.
El guía turístico, que ejerce una profesión reconocida (*) y también regulada a nivel europeo por el CEN, se encuentra a diario con personas de todo el mundo, de todas las clases sociales y de todas las edades. En todo nuestro territorio hay buenas normas que seguir y quienes viajan acompañados por un guía son orientados hacia un comportamiento correcto y respetuoso con el patrimonio y “a salvo” en caso de alertas meteorológicas.
Con la nueva ley 190 de 13 de diciembre de 2023 y sus modificaciones en la ley 56 de 29.04.24, se nos ha penalizado con una rebaja de los requisitos, incluidos los lingüísticos, para acceder a los exámenes de habilitación (lo cual es anacrónico porque desde hace mucho tiempo la mayoría de los guías turísticos incluyen estudios académicos en su currículo) y con la creación de una figura de guía “nacional”. Lamentablemente, todos nuestros llamamientos han sido desoídos.
Nuestra invitación a quienes, en el futuro, quieran ejercer su profesión con lealtad al cliente es que se especialicen en uno o varios territorios de nuestro país -lo que la nueva ley deja como opción- y que los hagan suyos, que se apasionen por ellos, para poder contarlos “desde dentro”... porque esta profesión no son sólo nociones. Nuestra esperanza es que los futuros cursos de especialización estén a la altura de la complejidad de nuestra hermosa nación.
(*) la definición de nuestra profesión en la nueva legislación en un comentario
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