La obra de arte es siempre un acto político, y es imposible separar el arte de la política


Un editorial sobre arte y política, así como sobre las funciones cívicas de la crítica de arte y el periodismo artístico, a la luz del vago deseo de separar la política del arte.

La retórica populista contra la prensa, tanto en Italia como en el extranjero, también corre el riesgo de tener un efecto perjudicial en el periodismo artístico. El problema, puesto de relieve por la directora de The Art Newspaper, Helen Stoilas, en un artículo del 16 de agosto, tiene implicaciones sin precedentes también para el mundo del arte, ya que detrás de una cuestión tan delicada se esconde el peligro de socavar nuestra relación con las obras de arte. Cuando contemplamos hoy una Virgen con el Niño del siglo XIV, una Piedad renacentista o una escena martirial barroca, la brecha que nos separa de la realidad histórica, cultural y social de aquellas épocas nos impide a menudo captar uno de los aspectos fundamentales de la obra de arte, el de un acto político que se convierte en tal por ser “representación fiel de un espíritu”, como muy bien ha señalado el crítico Lewis Hyde, refiriéndose a Walt Whitman.

Andrea del Sarto, Piedad de Luco (1523; óleo sobre tabla, 239 x 199 cm; Florencia, Galería Palatina, Palacio Pitti)
Andrea del Sarto, Piedad de Luco (1523; óleo sobre tabla, 239 x 199 cm; Florencia, Galería Palatina, Palacio Pitti)

Ciertamente, no se trata de hablar de política en los términos más usuales y habituales, pero no cabe duda de que es un “acto político”, especifica de nuevo Hyde, “crear una imagen del yo o del colectivo”. Whitman, en una carta enviada el 14 de agosto de 1852 al senador John Parker Hale, refiriéndose a la situación política de la ciudad de Nueva York, afirmaba que en el corazón de esa industriosa ciudad había decenas de miles de jóvenes en los que ardía, “casi con orgullo, ese fuego sagrado que, más o menos, pero en todas las épocas, no ha esperado más que la oportunidad de saltar a la luz y perturbar los cálculos de los tiranos, los conservadores y todos sus acólitos”. El artista es quien da forma a este “fuego sagrado”. Pero incluso si se adoptara un punto de vista diametralmente opuesto (el que vincula, y siempre ha vinculado, el arte a las relaciones de poder), se podría decir, en términos más generales, que el artista es en cualquier caso el que da cuerpo a un mensaje, del tipo que sea, pero siempre enmarcado en un contexto preciso: en cualquier época, siempre ha sido así.

La razón radica en el objetivo mismo de la obra de arte, concebida como un medio “para suscitar emociones poderosas y complejas”, en palabras de Michele Dantini, que en una de sus últimas obras, Arte y esfera pública, expresaba su decepción con esa parte del mundo académico totalmente dedicada al “especialismo disciplinar más reacio” que impide que “las competencias humanísticas entren en la discusión general y demuestren su utilidad desde el punto de vista público”. Se trata de "trascender la frontera del especialista para reconducir el estudio del arte a esa ’utilidad para la vida’ que la Segunda Consideración Inactual de Nietzsche elevó a bandera de la época venidera". La crítica de arte, y con ella el periodismo de arte, estrechamente ligado a la crítica como medio de ofrecer plataformas y conexiones compartidas, así como de crear vínculos y construir comunidades, cumplen una necesaria función civil, como mediadores entre la obra y el público (y el periodismo de arte también como mediador directo entre la política strictu sensu y el público, función que la crítica cumple indirectamente). Una función civil que se nutre de ese acto fundador y fundamental que es la interpretación de las obras de arte, indispensable puesto que la obra de arte se expresa en un lenguaje distinto del nuestro y que no pasa por las palabras: y esto implica “reconocer y procesar primero esas emociones que nos suscitan las imágenes, emociones que no son simplemente estéticas, sino que implican toda la esfera de nuestra existencia”. Y esto, prosigue Dantini, “es una buena razón para afirmar que las habilidades visuales tienen para nosotros una utilidad lingüística y cognitiva inmediata, además de cívica”, porque nos ayudan a “ordenar experiencias complejas y a movernos con menos torpeza entre diferentes dominios sensoriales”.

Afirmar la inseparabilidad del arte y la política equivale, pues, a restablecer el papel de la crítica, y con ella del periodismo artístico, dentro de la sociedad civil, de la que la crítica y el periodismo no constituyen un mero ornamento bueno sólo para ofrecer resúmenes en un lenguaje accesible a quienes creen que el arte no es más que una experiencia levemente estetizante. Significa devolver a la crítica y al periodismo el sentido más elevado de su misión que, mediante laaptitud para interpretar que es la"conditio sine qua non de una ciudadanía despierta y cualificada", consiste en ponerse al servicio del público y de los ciudadanos, que se ven así estimulados a interpretarse a sí mismos, es decir, a establecer vínculos y conexiones, plantear dudas, avanzar ideas y reflexiones. No sólo: afirmar la inseparabilidad de arte y política significa también elevar el arte mismo por encima de la irrelevancia a la que la sociedad contemporánea parece haberlo relegado, y al mismo tiempo significa afirmar la libertad de quienes ejercen una función tan vital para nuestras democracias. Para concluir, volviendo a los puntos de Stoilas, es posible afirmar que el arte es una poderosa herramienta para clavar el poder en la verdad: en consecuencia, críticos y periodistas no deberían tener reparos en afirmar su libertad acompañando a los artistas en ese acto profundamente político que es la “búsqueda de la verdad y la justicia”.


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