¿Cómo visitar la Bienal de Venecia?
Llegados a este punto, es oportuno que te diga cómo practicar para preparar tu maleta de la mejor manera posible. No hay recetas ni certezas. Más bien ensayos (y errores) a lo largo de una trayectoria docente que dura ya unos cuantos años. Enseño Historia del Arte Contemporáneo a los alumnos de quinto curso de la Escuela de Conservación y Restauración de la Universidad de Urbino. Tras cinco años de estrecho contacto con el arte antiguo, la inmersión en el arte contemporáneo supone para los aspirantes a restauradores un reto comparable al de visitar la Bienal como neófito, o como no experto. Por ello, el ejercicio que les propongo cada año también puede decir algo aquí.
Dedico las primeras lecciones del curso a un paseo por los edificios diseñados por Giancarlo De Carlo fuera y dentro de las murallas de Urbino. En general, la propuesta es acogida con sorpresa y un poco de desconfianza. ¿Qué tiene que ver De Carlo con el arte contemporáneo? ¿Por qué dedicar tiempo a la arquitectura? En primer lugar, porque De Carlo diseñó para Urbino a lo largo de un periodo de tiempo que abarca desde principios de los años 50 hasta principios de los 2000, registrando en sus espacios, materiales y formas los cambios de gustos y costumbres, pero también el desarrollo del debate internacional sobre el modernismo y su superación, que tanto ha influido también en las líneas evolutivas del arte contemporáneo.
Sin embargo, estas razones son posteriores a la principal, que es la siguiente: De Carlo prepara espacios que invitan a perderse. O mejor dicho, que obligan a perderse. Esto no es un fin malévolo en sí mismo, por supuesto. Es más bien una indicación de cómo debemos recorrer siempre el espacio, es decir, activando la mirada encarnada y la capacidad somaestésica. Un muro curvo y continuo sin aristas, una rampa con peldaños bajos y largos, un cambio inesperado de elevación acompañado de la entrada repentina de luz natural en una zona de sombra, un plano vertical de espejo fragmentado en porciones inclinadas a diferentes grados que reflejan el entorno circundante, haciéndonos perder las coordenadas; todas ellas son trampas arquitectónicas que De Carlo utiliza para mantener nuestros sentidos en alerta máxima, para combatir la anestesia de la travesía cotidiana del espacio. Darse cuenta de que estamos perdidos es el primer paso para construir un camino de reorientación. Dentro de la arquitectura de De Carlo, la reorientación y el reequilibrio son procesos indispensables, continuamente comprometidos por entornos que son solo aparentemente minimalistas, a veces brutalistas, y sin embargo fuertemente empáticos, diría Harry Francis Malgrave(The Empathy of Spaces, 2015).
Pasear con los estudiantes entre los edificios de De Carlo en Urbino, estimulándoles a observar y registrar sus reacciones somáticas, se convierte en un ejercicio preparatorio para el uso de una mirada más consciente y crítica, que se les pedirá que utilicen en el transcurso de las clases. De este modo rompemos el hielo y nos deshacemos del miedo a no entender. Cuando uno se da cuenta de que el cuerpo siente y “mira”, la percepción de la distancia con lo que no se conoce cambia y la disposición a aceptarlo se amplifica.
Lejos de querer dar instrucciones de uso, el propósito de esta breve intervención es lanzar una reflexión sobre la conveniencia de establecer una relación “somática” con lo que se disfruta para recuperar una dimensión perceptiva sobre la que después -y sólo después- construir lecturas e interpretaciones, estudios e investigaciones. Sobre este tema, creo oportuno señalar aquí las contribuciones aparecidas en el número 36 de Roots&Routes dedicado a “La educación en el cuerpo. Per una somatica della relazione pedagogica” (La educación en el cuerpo. Hacia una somática de la relación pedagógica), una mina de pistas indispensables para la educación patrimonial, pero también para preparar las maletas para la Bienal.
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