La idea del concejal Alessandro Onorato de introducir una entrada de pago (2 euros por media hora) en la Fontana de Trevi confirma por enésima vez la avidez de dinero de los ayuntamientos italianos. Sobre todo cuando ese dinero es fácil y sale de los bolsillos de los turistas, que no votan y, por tanto, no pueden hacer oír su disconformidad en época de elecciones. Y los mismos administradores municipales se desinteresan por resolver un problema real, como es la masificación de turistas, frente a la Fontana de Trevi como en otras partes de Italia.
Tiendo a estar a favor de experimentar con métodos de limitación o cálculo de números para hacer que un monumento, un museo o un lugar sean utilizables y agradables. Pero, por otro lado, estoy absolutamente en contra de cualquier entrada de pago. Porque seamos claros: una entrada de 2 o 5 euros sirve para hacer ganar dinero a las arcas de un municipio, pero no influye en absoluto en el número de turistas que deciden entrar en una ciudad (como ocurría en Venecia) o en un monumento. Si voy a Roma, a menudo una vez en la vida, y quiero ver la Fontana de Trevi, desde luego no es un problema económico pagar la entrada, como tampoco lo es pagar la tasa turística, por exagerada que sea como la vigente en Roma.
La propuesta parece operativamente aún más absurda cuando el concejal Onorato (que evidentemente ha elegido este asunto de la masificación turística para salir todo el tiempo en la televisión, los periódicos y las páginas web) añade cómo funciona este sistema. Intentaré explicarlo bien, porque no es sencillo: reserva obligatoria con un ticket de 2 euros y 30 minutos de tiempo disponible, una entrada y una salida obligatorias, controladas por azafatas y azafatos, pero -¡ojo! - la plaza de la Fontana di Trevi permanecerá abierta y gratuita, mientras que la reserva y el billete sólo serán necesarios para acceder a la escalinata bajo el monumento.
En otras palabras, un sistema engorroso y costoso que acabará costando al Ayuntamiento de Roma más dinero del que podría recaudar. La montaña que da a luz a la pulga en lugar del clásico ratón. Y -por desgracia hay que repetirlo siempre- sin reducir ni una sola unidad el número de personas que abarrotarán un monumento que no deja de asombrar y fascinar.
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