Esta contribución se publicó originalmente en el número 6 de Finestre sull’Arte en papel (junio-julio-agosto de 2020).
Sólo hay una cosa que la comunidad internacional puede hacer hoy, si no quiere seguir escandalizándose por la destrucción y el saqueo cuando lo irreparable ya ha sucedido, y luego gastar inmensos recursos en restauración y reconstrucción en las fases posteriores al conflicto: un lujo que cada vez podremos permitirnos menos en el futuro, y que en cualquier caso no logra el objetivo primordial de respetar el patrimonio, arriesgándose en cambio a reducirlo a una serie de “falsificaciones” hermosas y muy caras.
Para lograr una auténtica salvaguardia, tal como prevén las Convenciones de la Unesco desde 1954, es indispensable actuar mucho antes del acontecimiento, es decir, “desde tiempos de paz”, no sólo con planes de seguridad e inventarios digitales, sino con y actividades de formación, basadas en un manual compartido, en las que debe participar personal militar y civil, gubernamental y no gubernamental; y debemos hacerlo (en una imprescindible lógica de prioridad y sostenibilidad) empezando por los sitios más importantes y reconocidos, es decir, los incluidos en las distintas Listas y Registros de la Unesco.
Para ser aún más conciso y claro al tratar un tema tan complejo, me limitaré a decir que ha llegado el momento de dar plena y efectiva aplicación al Protocolo II de La Haya de 1999, reconociendo un fuerte papel de coordinación al “Comité del Protocolo de La Haya de 1999” de la UNESCO y a las principales organizaciones internacionales que son sus socios y asesores técnicos, empezando por el Escudo Azul Internacional, la Cruz Roja Internacional, el ICCROM y el IIHL.
Devastación del Isis en Palmira en 2015 |
Las directrices del Protocolo, en el que trabajamos durante tres años en París entre 2006 y 2009, son todavía poco conocidas y aún menos aplicadas a nivel nacional, al igual que había ocurrido en los primeros años con los procedimientos similares de la Convención del Patrimonio Mundial (París, 1972). Con este último, así como con los de la Convención sobre el Patrimonio Inmaterial de 2003 y los demás instrumentos temáticos y regionales (para Europa, el Convenio de Faro de 2005), sería indispensable una mayor coordinación o al menos alguna forma de sinergia.
También es urgente una actualización de las modalidades técnicas de utilización del símbolo o de señalización alternativa, ya que la señalización visual a distancia con el “Escudo Azul”, que sólo puede servir a las tropas de ocupación que operan en el territorio adyacente al lugar del monumento, es ahora completamente anacrónica; por lo tanto, al menos para los bienes de importancia muy elevada, sería deseable ir mucho más allá de la simple señal colocada “a la entrada del bien cultural inmueble” o en el perímetro del centro monumental, adoptando, por ejemplo, métodos similares a los previstos en los Protocolos Adicionales a los Convenios de Ginebra de 1977, es decir, tecnologías electrónicas y digitales, señales de radio o radar, o sistemas de señalización luminosa.
Muy pocos países se han comprometido realmente a aplicar concretamente la Convención de La Haya de 1954 y sus dos Protocolos, especialmente el de 1999; se ha delegado mucho en la UNESCO, que, sin embargo, debido a su naturaleza jurídica y a sus limitaciones operativas (y financieras), desgraciadamente nunca ha sido ni puede ser hoy el sujeto adecuado para llevar a cabo esta dificilísima tarea.
Por otra parte, ni los Estados nacionales ni la propia UNESCO han hecho nunca gran cosa por apoyar en sus primeros pasos al Escudo Azul Internacional, que desde su larga, laboriosa y compleja fase constitutiva (1996-2006) y luego también en sus primeros años de actividadha tenido que luchar no sólo con sus propias y evidentes limitaciones institucionales y organizativas (ya que ICOM, ICOMOS, ICA e IFLA siguen luchando por encontrar un modus operandi común, creíble y sostenible), sino también con un ostracismo sustancial por parte de la comunidad internacional, que al seguir persiguiendo otras hipótesis y modalidades más o menos realistas (baste mencionar los llamados “Cascos Azules de la Cultura” o el programa Unite4Heritage) no ha demostrado aún reconocer en la nueva ONG cultural esa “Cruz Roja del Patrimonio Cultural” que todos esperamos desde hace más de un siglo.
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