El escenario #PCV19 (post Covid-19) ya está produciendo profundos cambios en el sector cultural: generación e intercambio casi frenético de contenidos, fruición inmaterial, multiplicación de plataformas, globalización de la audiencia. Una evolución, ante todo, de los lenguajes, ahora funciones del medio (la red) y de esa aceleración temporal que Zygmunt Bauman denomina nowismo y que dicta el imperativo de permanecer conectados.
No cabe duda de que se trata de un cambio de época, que saca el debate de la obsoleta dicotomía entre protección y valorización y lanza su mirada mucho más allá, hacia un futuro que se presenta tan incierto que parece un “fotograma” de Matrix.
Las implicaciones, sin embargo, son cualquier cosa menos teóricas e inciden tanto en la visión a largo plazo como en los aspectos cotidianos y concretos de la gestión cultural, cuando los museos y lugares de cultura se reabran definitivamente al público, o mejor dicho, a los públicos que han cambiado mientras tanto y que, a su vez, cambiarán su uso.
Visitantes del Victoria and Albert Museum de Londres. Fotografía de Massimo Pacifico expuesta en la muestra Effetto Museo (Florencia, Museo Marino Marini, del 21 de enero al 24 de febrero de 2019) |
Entonces (nos preguntamos) ¿podemos sacar algo positivo de esta enorme crisis? Tal vez. El sector cultural reaccionó ante la pandemia con gran generosidad y sentido de la responsabilidad. El hecho de que la población haya resistido incluso psicológicamente la cuarentena se debió también a la increíble cantidad de eventos, producciones, visitas guiadas, visitas virtuales de alto nivel que se pusieron a disposición de los ciudadanos, gratuitamente en línea, llegando a un público vasto y variado como nunca antes. Sin embargo, la otra cara de la moneda nos muestra cómo el sector, que ahora se ha convertido en una “industria creativa”, que emplea a cientos de miles de personas, con importantes flujos económicos, motor del turismo y una cadena de suministro muy amplia y compuesta, necesita ingresos significativos para mantenerse.
La consecuencia directa es, evidentemente, una profunda reorganización, mediante una reformulación del paradigma de la oferta museística tradicional, que ya no puede basarse en la relación conservación-institución/uso-público, sino cambiar a favor de esa llamada a la acción/participación.
Por tanto, será cada vez más necesario que los museos conecten lo que guardan en su interior con el mundo exterior, optando por seguir el ritmo de la aceleración de las relaciones y las comunicaciones, o decidiendo reafirmar su carácter de lugares de meditación y lentitud, “oasis de lo real”. Así como medirse con la tecnología sin renunciar a la experiencia “totalmente humana” de la visita, utilizándola más bien como herramienta de profundización y mejora.
Pero eso no es todo. En un ecosistema cultural radicalmente cambiado en el que la vida de las comunidades se transforma no sólo por un “antes y un después”, sino también (sobre todo) por un “dentro y un fuera”, la innovación y las tecnologías se convierten en herramientas potenciales para la inclusión y la práctica democrática.
En este sentido, los lugares de cultura adquieren una misión especial, la de centros de interacción con el territorio y la ciudadanía. Por ello, hay que apoyar, también económicamente, a las instituciones museísticas para que practiquen cada vez más la investigación y el descubrimiento, en relación permanente con el mundo escolar, universitario e incluso empresarial, y para que encarnen estructuralmente el papel de laboratorios de conocimiento y aceleradores generalizados de ideas, a través y en torno a los cuales se generen no sólo mecanismos de fecundación cultural y creativa, sino también, como consecuencia directa, de crecimiento humano y colectivo.
Para ello, estamos seguros, no faltarán ideas inteligentes.
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