Inmigrantes en los museos. Propuestas para abordar seriamente un tema de extrema importancia


Se discute mucho sobre el tema de los inmigrantes en los museos. ¿Cómo hacerlo con seriedad y calma? Algunas hipótesis para un debate.

LaAgenda Europea para la Integración de Nacionales de Terceros Países, un importante documento adoptado por la Comisión Europea en julio de 2011, define la integración como un proceso cuyo objetivo es hacer que los inmigrantes participen en la sociedad del país de acogida, con todas las implicaciones que ello conlleva: proporcionar alojamiento a los inmigrantes, respetar sus derechos y su cultura, informarles de sus obligaciones, hacer que a su vez demuestren respeto por las normas y los valores de la sociedad en la que viven. La integración (que, por supuesto, no debe ser una mera absorción: Europa, sigue diciendo el texto de la agenda, debe saber gestionar la diversidad y el multiculturalismo) es un proceso complicado, pero que puede elaborarse como “motor del desarrollo económico y de la cohesión social, para que los inmigrantes puedan seguir contribuyendo al crecimiento económico y a la riqueza cultural”. Son muchos los retos que conlleva la integración, y la agenda, en su apertura, enumeraba algunos de ellos: aumentar el nivel de empleo de la mano de obra inmigrante, combatir el riesgo de exclusión social, nivelar las disparidades en términos de escolarización, abordar la aprensión pública ante los bajos niveles de integración. Se trata de un proceso que implica a toda la sociedad y del que los museos no pueden sentirse exentos: el tema de los museos y los inmigrantes merece, por tanto, ser explorado en profundidad y, sobre todo, desempeñar un papel protagonista en el debate público sobre la cultura. Al fin y al cabo, se trata de una cuestión que muchos museos se han visto obligados a abordar hace tiempo, dada su gran importancia (y algunos museos incluso han sentido el problema antes que otros sectores de la sociedad).

Una importancia que, por supuesto, radica en el papel que los museos desempeñan en la vida de las ciudades, especialmente en aquellas más expuestas a los flujos migratorios que necesariamente han desencadenado considerables transformaciones dentro de los contextos urbanos, así como considerables impactos sociales. Dentro de estos procesos, los museos pueden y deben desempeñar una función mediadora considerable, ya que representan lugares capaces de unir los diversos componentes sociales de una ciudad, son dispositivos capaces de proporcionar las herramientas analíticas para comprender las propias transformaciones, pueden representar un punto de encuentro entre comunidades y encienden dinámicas participativas. Los museos, en esencia, no pueden sino considerarse actores privilegiados en el debate sobre las migraciones: migraciones que, obviamente, no representan un fenómeno nuevo, sino que han caracterizado toda la historia de la humanidad. Lo que cambia, si acaso, son los motivos y las composiciones particulares de los flujos. Una comprensión cabal del fenómeno, en todos sus aspectos, es por tanto la base para abordarlo de la manera más útil y serena posible: “los migrantes”, escribían los investigadores Pieter Bevelander y Christina Johansson en la introducción de un libro reciente sobre el tema “migrantes y museos”, “no son un grupo aislado: forman parte de un todo, con importantes implicaciones para todos los sectores de la sociedad y para la comprensión de lo que nos caracteriza a ”nosotros“. Las estructuras sociales, las instituciones y las características individuales y de grupo, tanto de los emigrantes como de los residentes, afectan necesariamente al desarrollo de la sociedad. Las desigualdades en el mercado laboral, en las políticas de vivienda, educación y sanidad, así como en la representación política, son áreas clave para los estudios sobre migración”.

La literatura pertinente ha producido varias contribuciones sobre el tema, teniendo siempre presente que el objetivo es que la cultura se convierta en un vehículo eficaz de inclusión. Es indiscutible que, para que se produzca la integración, es necesaria la máxima claridad y, sobre todo, la participación de todos, migrantes y residentes, sin que existan zonas de conflicto, ni elementos que puedan afectar negativamente a la percepción de quienes aún se esfuerzan por aceptar esta realidad. Sobre esta cuestión, cabe mencionar una reciente contribución de Jill Cousins y Beth Dale y publicada en el número especial de la revista Cartaditalia dedicado alAño Europeo del Patrimonio Cultural 2018, en la que señalan que “la migración se percibe a menudo como una realidad negativa o problemática”, ya que la llegada de “otros” a un tercer país se ve como una amenaza contra la identidad y la estabilidad del propio país: por este motivo, subrayan que una actitud positiva hacia la migración es una condición básica para que se produzca un diálogo intercultural eficaz entre los migrantes y las comunidades locales. Cousins y Daley sugieren tomar, como punto de partida, la conciencia de que nuestra sociedad es también “el producto de muchas influencias culturales” y que “nuestro patrimonio cultural es la prueba de que la Europa en la que vivimos hoy es el resultado de un flujo diverso de personas e ideas y de que la migración es parte integrante de nuestra vida cotidiana y la enriquece de muchas maneras”. Y el patrimonio cultural es una palanca importante en el proceso de acercamiento que precede a la integración, como herramienta que revela a las comunidades locales lo que hay detrás de su identidad.

Momentos de una reunión en la que participaron vecinos y emigrantes en el Museo de Rotterdam (Países Bajos)
Momentos de una reunión entre autóctonos e inmigrantes en el Museo de Rotterdam, Países Bajos

Sin embargo, si adoptamos el punto de vista de los museos (si queremos partir del museo como lugar que alberga parte de nuestro patrimonio cultural), debemos preguntarnos cómo pensar en un modelo de museo que pueda ser eficaz para dar vida al diálogo intercultural. En este punto, es útil referirse a un conocido estudio de 1997 del antropólogo estadounidense James Clifford, quien aplicó a los museos el concepto de zonas de contacto introducido en 1992 por su colega Mary Louise Pratt, que había adoptado esta expresión para definir aquellos espacios de encuentro “en los que poblaciones geográfica e históricamente separadas entran en contacto unas con otras, estableciendo relaciones ininterrumpidas, desencadenando normalmente condiciones de coerción, desigualdad radical y conflictos difíciles de gestionar”. Para Pratt, que pensaba principalmente en los conflictos coloniales o poscoloniales, el término “contacto” hace hincapié en las “dimensiones interactivas y extemporáneas de los encuentros imperiales, tan fácilmente ignoradas o reprimidas por los relatos de conquista y dominación contados desde la perspectiva de los invasores”, y ver dichos encuentros desde la perspectiva del “contacto” es considerar las relaciones no en términos de “separación, sino de copresencia, interacción, entrelazamiento de conocimientos y prácticas, y a menudo dentro de relaciones de poder radicalmente asimétricas”. Por tanto, las zonas de contacto pueden leerse, citando al museólogo Giovanni Pinna, presidente del ICOM Italia durante varios años, como “áreas donde las culturas se encuentran en una relación de subordinación, donde se desarrollan fenómenos de crítica, colaboración, mediación y denuncia, se desarrollan el bilingüismo y las expresiones vernáculas, se crean parodias y diálogos imaginarios, pero también fenómenos de incomprensión y mala interpretación, letra muerta, obras maestras no leídas y absoluta heterogeneidad de pensamientos positivos”. Se trata, en otras palabras, de ámbitos en los que el contacto genera la creación de nuevas culturas. Clifford, en su ensayo de 1997, describía una reunión celebrada en el Museo de Arte de Portland en 1989, en la que se invitó a un grupo de Tlingit, nativos americanos de la costa de la frontera entre Estados Unidos y Canadá, a participar en un debate sobre las colecciones etnográficas de la institución. El resultado fue que el personal del museo y los nativos americanos veían los objetos de las colecciones desde perspectivas radicalmente distintas: el encuentro-choque entre dos culturas diferentes había producido una zona de contacto. “El museo”, subraya Clifford, "estaba llamado a asumir responsabilidades que iban más allá de la mera conservación. Estaba llamado a actuar en nombre de las comunidades Tlingit, y no simplemente a representar la historia de sus objetos de forma completa o precisa. Se exigía al museo una especie de reciprocidad. El museo, en esencia, debía convertirse en un lugar de contacto y de relaciones duraderas, capaz de beneficiar a todas las culturas que engloba.

Uno de los requisitos del museo como espacio de contacto, subraya Pinna, es “la posibilidad de desarrollar relaciones de intercambio autoetnográfico y de reciprocidad entre los sujetos que se cruzan”. Ciertamente, no se trata de un objetivo fácil de alcanzar, entre otras cosas porque, si queremos situar el discurso en una dimensión histórica, muchos museos se originaron como símbolos de una cultura dominante (piénsese en las numerosas colecciones nacidas, precisamente, en la época colonial, o en las que se han convertido en elementos de identidad nacional). Sin embargo, hay que tener en cuenta que aunque “muchos museos siguen participando en los procesos que crean y recrean las identidades nacionales” (Bevelander y Johansson), en los últimos años sus funciones han experimentado cambios de época y se han ramificado drásticamente. En particular, los museos han empezado a reflexionar mucho más sobre sí mismos, adoptando nuevas políticas, reconsiderando su acercamiento al público, su forma de producir cultura, las implicaciones éticas de sus acciones (piénsese en el muy reciente debate sobre la descolonización cultural): Eilean Hooper-Greenhill ha hablado de “post-museos” en relación con aquellas instituciones que se repiensan a sí mismas y remodelan su acción, abandonando el punto de vista único y, a la inversa, haciendo que el conocimiento conservado entre sus muros ya no sea “unificado y monolítico, sino fragmentado y multivocal”, interesándose también por el patrimonio inmaterial, o incluso saliendo del edificio y encontrándose con las comunidades sobre el terreno. Obviamente, estos procesos tienen lugar sobre bases y plazos diferentes, o cambian en función del tipo y el tamaño de la institución, pero es un hecho objetivo que el panorama está experimentando profundos cambios.

Un documento elaborado entre 2015 y 2016 por la Red de Organizaciones de Museos Europeos (NEMO) y titulado Museos, migración y diversidad cultural pretendía hacer balance de cómo están cambiando los museos y, en concreto, de cómo deben abordar los nuevos fenómenos migratorios, haciendo hincapié en que un “museo para todos” es quizás utópico, pero que “un museo para el mayor número posible” debe convertirse en una realidad, y por ello se proporciona a las instituciones una serie de recomendaciones para concretar los procesos. La base es una reconsideración de las colecciones: los museos deberían, según el informe NEMO, reexaminar y reexplorar sus colecciones preguntándose cuáles fueron sus orígenes para “reconstruir y deconstruir” los contextos originales de las colecciones con el fin de “abrir nuevas perspectivas” y “crear nuevos escenarios para su exposición”. Los museos, prosigue el informe, deberían considerar las exposiciones como oportunidades para el diálogo intercultural (las exposiciones suelen ofrecer la oportunidad de abordar temas específicos y, por tanto, son especialmente adecuadas para iniciar el debate): “participar en las exposiciones fomenta la formación de opiniones personales y puede suscitar conversaciones entre los visitantes, ayudándoles a desarrollar una comprensión de las similitudes y las diferencias. Las exposiciones pueden hacer visibles la historia y la presencia de personas con o sin historias migratorias detrás”. Y crean el terreno ideal para que la gente compare distintos puntos de vista. Entrando en detalles, el informe pone el ejemplo de exposiciones sobre temas como el amor, la familia y el trabajo, que podrían investigarse o presentarse en términos de diversidad de significados. Pero el discurso también puede extenderse a las colecciones permanentes, con enfoques específicos (a realizar mediante aparatos adicionales, quizá en idiomas dirigidos a las nuevas comunidades de inmigrantes, o mediante herramientas digitales) que permitan un trabajo a largo plazo. Además, los museos deberían aprovechar sus sectores educativos para estimular el interés por los temas relacionados con la migración (con actividades centradas en estas cuestiones, si no con programas específicos). Los cambios también podrían afectar a las visitas guiadas (un propósito que sin duda requiere una actitud abierta y cierta flexibilidad, señala el documento de NEMO): es decir, se podrían abandonar las tradicionales visitas con monólogo del guía y experimentar con nuevas formas de visitas basadas en el diálogo (y tal vez, sugiere el documento, convertir este tipo de visitas en parte de la metodología educativa del museo). A continuación, los museos deberían tomar medidas para dirigirse a nuevos públicos: a menudo, los museos no llegan a todos los estratos de una sociedad o a todas las comunidades que animan la vida de una ciudad, quizá porque no son lo suficientemente abiertos o no tienen suficientemente en cuenta el potencial de determinados proyectos. Y para llegar a nuevos públicos es esencial la comunicación, la capacidad de encontrar medios eficaces y de conseguir transmitir lo que el museo ofrece. La investigación, la planificación, el estudio del público, la apertura de nuevos canales de comunicación, la formación, la participación y la relación continua son las claves para hacer realidad las buenas intenciones.

Varios museos ya han creado buenas prácticas que podrían servir de ejemplo a otras instituciones. En Rotterdam, el Museo local de Rotterdam, principal museo cívico de la gran ciudad portuaria holandesa, en el contexto de una exposición sobre la diversidad, creó mesas de debate en las que residentes, refugiados, personas sin hogar y estudiantes participaron en diálogos informales, casi de convivencia, sobre temas relacionados con la exposición. En Fráncfort, elHistorisches Museum Frankfurt puso en marcha el proyecto CityLab, a través del cual el instituto se fijó el objetivo de ampliar la investigación fuera de los muros del museo, dentro de la ciudad, para averiguar cómo perciben sus habitantes una ciudad tan grande y moderna como Fráncfort, buscando así respuestas entre los propios habitantes, recogiendo sus historias, animando reuniones, talleres, paseos por la ciudad y organizando exposiciones (y, por supuesto, los inmigrantes eran parte integrante del proyecto: sus historias, como las de los autóctonos, pasaron a formar parte de los fondos de la biblioteca del museo, en una sección especial). En Manchester, la Manchester Art Gallery organiza cursos gratuitos de inglés para pequeños grupos de diez personas cada uno. En Londres, el Battersea Arts Centre animó un festival, London Stories: made by migrants, dedicado íntegramente a historias reales de emigrantes, cada uno con su origen, que llegaron y se instalaron en la capital inglesa (unos por trabajo, otros por amor, muchos para huir de guerras y persecuciones). En Italia, el Museo Egipcio de Turín, en nuestro país uno de los más atentos a la cuestión, organizó reuniones y conferencias dirigidas a los trabajadores de los museos y a los iniciados para profundizar en el discurso sobre las herramientas necesarias para trabajar con migrantes en los museos (la formación es esencial). En Nápoles, el Museo Arqueológico Nacional organiza talleres con la participación activa de migrantes y, en ocasiones, también visitas gratuitas para grupos de migrantes. Quienes deseen encontrar muchos más estudios de casos sobre el tema “migrantes y museos” pueden dirigirse a la plataforma Migration: Cities, que recopila muchos estudios de casos interesantes sobre este tema.

Implicar a los migrantes, hacerles participar en la vida de los museos, hacerles formar parte de la comunidad que se reúne en torno al museo, es un reto de gran importancia: si es cierto que la migración es un activo para las ciudades europeas, es necesario proporcionar los espacios para que este activo se cree de la manera más fructífera. Los museos son una parte importante del proceso, y merece la pena concluir citando una entrevista a Marlen Mouliou, coordinadora del citado proyecto Migration: Cities, publicada en febrero de 2017 en la revista Journal of Foundations. A la pregunta de si los museos son conscientes de que tienen una responsabilidad en el ámbito de la migración, Mouliou respondió afirmando que “algunos museos se dieron cuenta de que tenían esta responsabilidad hace mucho tiempo, mientras que otros se están dando cuenta ahora. Hoy se pide a los museos que se posicionen contra el racismo y todas las formas de discriminación. Muchos colegas de todo el mundo hablan de resistencia y activismo de los museos refiriéndose a la necesidad de que los museos no permanezcan neutrales, de lo contrario corren el riesgo de convertirse en cómplices de la producción de discriminación y desigualdad. Y para abordar la cuestión de la manera más adecuada, Mouliou reiteró que ”los museos deben convertirse en motores de la ciudadanía activa, conectando al gobierno, los inmigrantes y la sociedad para que se acepte la diversidad y se pueda producir un cambio positivo“. Como punto de partida, los museos deben reflexionar críticamente, deconstruir sus modelos narrativos y crear nuevas narrativas capaces de contar múltiples puntos de vista”.


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