“Goldin está cansado de las críticas, de los comités contra el uso de Santa Caterina para la exposición y de los historiadores del arte que pontifican sobre la calidad de sus proyectos”. Así escribía la Tribuna di Treviso el 24 de febrero de 2015 en un artículo de Alessandro Zago. ¿Qué podemos decir? Puede ocurrir que, en un país civilizado, la libertad de expresión siga vigente, con tranquilidad para quienes están cansados de críticas y comisiones. Como seguramente sabrán quienes nos siguen, desde hace meses se desarrolla una vexata quaestio en la que están implicados varios protagonistas: Marco Goldin y su compañía Linea d’Ombra, el Ayuntamiento de Treviso, el comité del Museo Santa Caterina Bene Comune y muchos amantes y conocedores del arte. El objeto de la disputa: el proyecto de Goldin de una gran exposición (que luego se convirtió en un proyecto de varias exposiciones a lo largo de varios años: pero esto no lo supimos hasta ayer) que debía instalarse en el complejo museístico de Santa Caterina di Treviso, que debía readaptarse ad hoc. También hablamos de ello en estas páginas.
Los últimos acontecimientos, resumidos brevemente en un artículo publicado en el Gazzettino, nos dicen que Goldin ha decretado el fin de su proyecto de Treviso incluso antes de darle el visto bueno. Los motivos: el clima de incertidumbre que se había creado en torno a las obras del complejo de Santa Caterina y la negativa del Ayuntamiento de Treviso a garantizar una fianza de tres millones de euros como penalización en caso de que el proyecto se paralizara por motivos ajenos a la empresa acreedora, es decir, la organizadora de la exposición, Linea d’Ombra. Esta última dio a conocer su decisión de abandonar el proyecto en un comunicado de prensa enviado a varios periódicos, entre ellos la Tribuna di Treviso, que lo publicó íntegramente el 6 de marzo.
Goldin delante de un cuadro de Van Gogh. Foto de Vicenza Report distribuida bajo licencia Creative Commons. |
Lo escrito en el comunicado tiene algo de surrealista. “La necesidad de una garantía surgió claramente como resultado de la oposición, de la que se hizo eco amplia y diariamente la prensa, de autodenominados exponentes del mundo del arte, de representantes de la misma mayoría, de comités creados ad hoc, todos coincidiendo en amenazar con iniciativas destinadas a obstaculizar el uso de la sede del museo de Santa Caterina para la exposición organizada por Linea d’ombra”. Así pues, haciendo caso omiso de la despreocupación con la que Linea d’Ombra apostrofa indiscriminadamente a los oponentes del proyecto como “autodenominados exponentes del mundo del arte”, la empresa de Goldin ha considerado oportuno pedir una sanción de tres millones en lugar de entablar un diálogo para tratar de resolver las diferencias con la parte contraria. Y si muchos han criticado el proyecto, alguna razón habrá tenido: es difícil pensar que todos lo hayan hecho sólo por prejuicios contra Goldin. “Una exposición cuyo proyecto ni siquiera conocían, y que el alcalde y otros concejales conocían desde hace tiempo”: si ha habido críticas, ¿no será también porque no se habían dado a conocer los detalles del proyecto? ¿Cómo se puede esperar que los habitantes de una ciudad no se opongan a un proyecto cuyos términos ni siquiera conocen?
Sin embargo, a pesar de que hayamos llegado al archivo definitivo de un proyecto de contornos tan imprecisos, debemos tomar nota de que, a pesar de todo, el arte ha sido derrotado. Sí, porque durante todos estos meses, en Treviso, el arte no ha sido considerado por la mayoría como lo que debe ser: una forma de enriquecer la cultura. Ha sido considerado como un medio de enriquecimiento económico, lo cual no está probado ni es demostrable: la propia Treviso, a pesar de haber sido en el pasado la tierra predilecta de las exposiciones de Goldin, nunca ha conseguido hacerse un hueco significativo en el sector turístico. Esto es señal de que el atractivo de un destino no crece donde hay eventos puntuales y esporádicos, y sobre todo no crece en absoluto donde se difunde la absurda idea de que un improbable deus ex machina traerá fama y gloria duraderas a la ciudad por el simple hecho de organizar una exposición, sobre todo si ésta no guarda relación alguna con el contexto que la acoge: el atractivo se alimenta donde hay una planificación a largo plazo, donde hay políticas de acogida astutas, donde se trabaja más la calidad que la cantidad.
El arte sale entonces perdiendo también porque muchos comentaristas han perdido de vista cuál era el problema principal de la cuestión, como también recordaba acertadamente Il Giornale dell’ Arte en un artículo de Veronica Rodenigo publicado el 25 de febrero: es decir, el problema no era oponerse o no al proyecto de Goldin. Una figura, la de Marco Goldin, hacia la que ni siquiera un servidor alberga antipatía alguna y sobre cuyos productos no tengo nada que objetar, siempre que se clasifiquen en la esfera delentretenimiento y no en la de la cultura, como ya he tenido ocasión de expresar en el pasado. El problema era doble: por un lado, el trastorno de un museo público por un proyecto cuyas condiciones no se conocían con certeza (un museo que, a falta de una planificación seria, habría corrido el riesgo de convertirse en un recipiente vacío), y por otro, las repercusiones de la exposición Goldini en las finanzas del municipio de Treviso. Quienes criticaron el proyecto consideraron que la balanza se inclinaba exageradamente a favor de Linea d’Ombra y, sobre todo, que el compromiso económico exigido al municipio era difícilmente sostenible.
Por último, el arte salió perdiendo porque los expertos en la materia fueron probablemente las personas menos escuchadas. Personalidades como Luca Baldin, director del Museo Casa Giorgione de Castelfranco Veneto, el gran erudito Lionello Puppi, miembros de laAsociación Nacional de Museos Locales e Institucionales, el historiador del arte Nico Stringa, el arquitecto Guglielmo Botter y muchos otros se han pronunciado al respecto: no quiero pensar que Linea d’Ombra, cuando en su comunicado de prensa habla de un hervidero genérico de “autodenominados exponentes del mundo del arte”, se refiera a las personas citadas. Sería una grave falta de respeto.
Por tanto, es necesario reiterar el concepto: el arte no puede venderse por meros intereses económicos, el arte no puede ser rehén de concejales en busca de votos, el arte no puede perseguir lógicas de bajo negocio. Si realmente debemos comparar el arte con los procesos económicos, entonces debemos considerarlo como una inversión para el enriquecimiento cultural de los ciudadanos.
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