El 12 de octubre se conmemoraron Cristóbal Colón y el descubrimiento de América. Desde hace meses asistimos a fenómenos de rechazo, cuando no de franco vandalismo, de los monumentos públicos que celebran la figura de Colón (numerosas estatuas han sido embadurnadas en Estados Unidos; hace un mes se produjo el caso de la retirada definitiva del monumento de Ciudad de México, que dará paso a una obra apologética de la cultura indígena). Pues bien, también le ha tocado el turno a Génova: la "casa de Colón “ y el conjunto escultórico erigido en la plaza Acquaverde (junto a la estación del Príncipe) han visto aparecer en su base varias hojas en las que se enumeran los crímenes cometidos por el descubridor de América. Colón asesino, genocida, violador, saqueador”; “no podemos celebrar a un invasor”; “reclamamos esta propiedad en nombre de los pueblos indígenas de América”, etc.
Es esta última frase en particular la que suscita cierta inquietud. El riesgo, me parece, es que no se tenga en cuenta en absoluto el valor, no sólo histórico-artístico, sino cultural tout court, de esta obra. Por tanto, es necesario recordar: en la obra del monumento genovés a Colón (1846-1865) participaron varios escultores importantes al menos a nivel nacional, en primer lugar Lorenzo Bartolini (se puede decir que fue el escultor italiano más relevante de la generación posterior a Canova, junto con Pietro Tenerani). Además de él, entre otros, Luigi Pampaloni, Aristodemo Costoli y el mayor escultor genovés del siglo XIX, Santo Varni. El monumento es, por tanto, gracias a la participación de tan importantes personalidades, fundamental tanto para comprender el papel cultural de Génova a mediados del siglo XIX, como porque representa el principal ámbito de actualización de la escultura ligur de la época con respecto a las innovaciones nacionales.
Por lo tanto, por muy compartibles y respetables que sean las reivindicaciones de quienes piden una reevaluación del juicio histórico sobre Colón, no hay que olvidar que el monumento a él dedicado pertenece a la historia de la ciudad y debe, por ello, ser protegido con convicción. Ciertamente, podría ser útil a la causa contextualizar esa obra de arte, tal vez con leyendas adecuadas. Por otra parte, sería inaceptable verla, por desconocimiento de algunos, accidentalmente dañada o, lo que es peor, vandalizada, como ya ha ocurrido con otros simulacros del “invasor”.
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