¿Se puede añadir la estatua de una mujer en el Prato della Valle de Padua, el maravilloso panteón laico de la ciudad, donde, sin embargo, los monumentos, a excepción del pequeño busto de Gaspara Stampa que flanquea la estatua de Andrea Briosco, celebran exclusivamente a hombres? Se trata de un tema fascinante que merece ser explorado en profundidad. Mientras tanto, es posible despejar el campo de los malentendidos: no se trata aquí de anular culturas, ya que nadie ha propuesto nunca retirar o desplazar la existente para hacer sitio a la nueva. Por tanto, cualquier estatua nueva se añadirá a las que ya están sobre los pedestales del “Prà dea vae”: los monumentos que ya están allí no se moverán ni un milímetro. Tampoco ocurrirá nunca que la estatua de Elena Lucrezia Corner Piscopia, actualmente en la Universidad, sea trasladada de su emplazamiento bien conservado para ser expuesta a los agentes atmosféricos, a la contaminación y a la acción de los animales: la superintendencia no lo permitirá nunca, pero también hay que subrayar que el traslado de la escultura donada a la Universidad de Padua por Caterina Dolfin en 1773 no era la intención de quienes proponen erigir un monumento femenino en el Prato. Y también puede descartarse razonablemente que se trate de un monumento sin continuidad con el resto de la plaza: incluso en este caso, la superintendencia se opondrá. Así pues, salvo improbable trastorno, no habrá “Spigolatrici bis” en la plaza más grande de la ciudad.
Los orígenes de la propuesta, presentada por los concejales Margherita Colonnello y Simone Pillitteri (que lanzaron la idea de erigir un monumento a Elena Corner), son ya bien conocidos: basándose en el censo de monumentos femeninos en Italia realizado en otoño por la asociación Mi Riconosci, los dos representantes de los ciudadanos se dieron cuenta de que en Prato della Valle hay 78 estatuas, todas ellas de hombres, y por ello sugirieron erigir en la plaza un monumento a la primera licenciada del mundo, utilizando uno de los dos pedestales vacíos. Las distintas voces que han intervenido en el debate hasta ahora han sido resumidas de forma excelente en estas páginas por Leonardo Bison, y el artículo es una útil referencia cruzada a las distintas posturas. Especialmente interesante es la del historiador del arte (y antiguo secretario municipal del PD) Davide Tramarin, quien, si bien aplaude la iniciativa de Colonnello y Pillitteri, rechaza la hipótesis de utilizar uno de los dos zócalos vacíos del Prato della Valle. La idea de Tramarin es que a estas alturas, según él, la evolución histórica de la plaza, al haber transcurrido “139 años” desde la instalación de la última estatua (en realidad más: la última escultura, la de Francesco Luigi Fanzago, llegó en 1838, y no en 1883), estaría completa y habría concluido un “proyecto preciso, que también es histórico porque se determinó en una época concreta de la Historia de nuestra ciudad y según un gusto predominante”, y en consecuencia las dos bases libres “no pueden leerse como un inacabado por completar”, ya que allí se colocaron las estatuas de dos dux demolidas tras la caída de la República veneciana. El carácter incompleto de la plaza sería por tanto, para Tramarin, “un hecho histórico, fundamental para la lectura y la comprensión del monumento, y parte integrante de una evolución que, a lo largo de poco más de un siglo, ha pasado por fases consecutivas muy precisas que comenzaron y terminaron”. Es un poco como si, explicó, las dos bases vacías estuvieran todavía hoy prácticamente ocupadas por la historia de Padua. En consecuencia, “cualquier añadido sería erróneo y falaz”.
Son argumentos sensatos, pero pueden rebatirse con otras observaciones. Hay tres principales: la primera es el hecho de que el momento histórico de la caída de la República ya tiene su propia representación, a saber, los obeliscos instalados en las cabezas de los puentes que conducen a la isla Memmia para sustituir a las estatuas de los dux abatidos (las parejas Marco Antonio Memmo-Marco Antonio Giustiniani y Domenico Contarini-Alvise Mocenigo en el puente norte, la pareja Antonio Grimani-Francesco Morosini en la cabeza interior del puente oeste). La segunda es la propia historia del proyecto, que aún estaba lejos de concluirse en 1797, y a partir de 1799 se añadirían otras estatuas (por orden cronológico: Andrea Navagero, esculpido en 1799 por Luigi Verona; Giuseppe Tartini, obra de Sebastiano Andreosi en 1806; Melchiorre Cesarotti, obra de Bartolomeo Ferrari en 1821; Albertino Mussato, obra de Giuseppe Petrelli en 1831; Stefano Gallini y Francesco Luigi Fanzago, ambas estatuas de Giuseppe Petrelli en 1838). Por otra parte, no sería la primera vez que se propone llenar las dos bases que quedaron vacías en 1838: una hipótesis similar ya se había planteado en 1865, año del sexto centenario del nacimiento de Dante, cuando el Ayuntamiento propuso, e inicialmente aprobó, la instalación de estatuas de Dante Alighieri y Giotto (algunos incluso plantearon la idea de retirar dos de las “agujas”, es decir, obeliscos). Las esculturas, realizadas posteriormente por uno de los más grandes artistas de la época, Vincenzo Vela, se colocaron finalmente bajo la Loggia Amulea. Por otra parte, hoy no vemos el Prato della Valle de 1838: la plaza sigue siendo un organismo vivo que ha sufrido diversas modificaciones. La fuente Memmia, presente en el diseño de Andrea Memmo del siglo XVIII, no se inauguró hasta 1926. También en el siglo XIX se plantaron plátanos, que fueron creciendo con el paso de las décadas, hasta el punto de que, si se observan fotografías de la plaza en los años ochenta, parece que se vea un bosque en lugar de un prado: sólo en los años noventa, con la retirada de los plátanos, la plaza adquirió su aspecto actual, ciertamente más cercano al del siglo XVIII, pero aún carente de una parte nada desdeñable de su historia. Tercera razón, Andrea Memmo, el hombre de letras responsable del proyecto de Prato della Valle, no presentó una lista completa de las 88 estatuas que debían colocarse en la plaza: cuando Memmo desapareció en 1793, Fanzago era prácticamente un “neo-graduado”, podríamos decir utilizando un término moderno. Las estatuas eran, si acaso, fruto de las ideas y la generosidad de los ciudadanos, que estaban obligados a presentar propuestas a un órgano magisterial creado ad hoc, la “Presidenza del Prato della Valle”, que publicó un manifiesto el 10 de febrero de 1776 autorizando la oferta de estatuas y estableciendo las normas sobre los temas (las estatuas de santos, por ejemplo, se rechazaban alegando que los santos ya se celebraban en las iglesias).
La historia de la “Gran Pinacoteca, o colección de estatuas que representan a hombres ilustres” imaginada por Memmo puede leerse en la Descrizione della General Idea concepita, ed in gran parte effettuata dall’eccellentissimo signore Andrea Memmo, obra publicada en 1786 por el abad Vincenzo Radicchio, en la que nos enteramos de que la idea era incitar a los ciudadanos generosos a sufragar los costes de las estatuas, recurriendo a las numerosas personalidades ilustres (ciudadanos paduanos que “causaron una gran impresión en la República romana”, señores medievales y renacentistas, hombres de letras y científicos, soldados, rectores de universidad) de la historia de la ciudad. Para dar una idea del espíritu colectivo que condujo al nacimiento del proyecto, podemos saber por la Descripción que el Ayuntamiento de Padua quiso costear a sus expensas una estatua en honor de Andrea Memmo, pero éste se negó humildemente, indicando que en su lugar se erigiera una estatua a uno de sus antepasados, Maffeo Memmo (la estatua de Maffeo se erigió en 1776, pero en 1794, tras la muerte de Andrea Memmo, el creador del Prato fue sin embargo honrado por la Presidencia, con una escultura financiada por Angelo Diedo y los presidentes del Prato della Valle y encargada a Felice Chiereghin). En definitiva, añadir la escultura de una mujer ilustre, en continuidad estética con los demás monumentos de la plaza, no distorsionaría la historia de Prato della Valle y estaría en consonancia con el espíritu del que nació la “Gran Pinacoteca”.
La duda, en todo caso, es a quién homenajear. En el Rincón de Elena, muchos están en contra de que la ciudad ya cuente con un monumento en su honor. Los monumentos a conceptos abstractos ligados a la feminidad, o a mujeres víctimas de la violencia, deberían descartarse sin duda, por muy nobles que sean las ideas: Prato della Valle se creó como lugar para personalidades que han aportado prestigio a Padua, y así debe seguir siendo. Vittorio Sgarbi ha lanzado esta mañana tres propuestas: la poetisa Vittoria Aganoor, Eleonora Duse y Gaspara Stampa. Podrían añadirse varios nombres. Para quedarnos en el ámbito del arte, se podría pensar en Chiara Varotari, pintora paduana nacida en 1584, hija de Dario, también pintor, y hermana mayor del más famoso y talentoso Alessandro, que pasó a la historia del arte con el sobrenombre de Padovanino. Un núcleo importante de las obras de Chiara Varotari se conserva en los Museos Cívicos de Padua: se trata de los lienzos que pertenecieron a la pinacoteca del conde Leonardo Emo Capodilista, legados a la Ciudad en 1864. En cualquier caso, Carlo Ridolfi, en sus Meraviglie dell’arte (Maravillas del arte ) de 1648, la describe como una “mujer valiente” de la que se pueden admirar “muchos retratos bellos y semejantes y otras obras loables” capaces de renovar el recuerdo de las “mujeres ilustres alabadas por los escritores antiguos”. Ridolfi hizo especial hincapié en el hecho de que, a diferencia de su época, había rechazado el matrimonio, poniéndose al servicio de “la casa paterna”. Marco Boschini, en la Carta del navegar pitoresco, habla de ella como “única (si se puede decir así) en far retrati”. Cristoforo Bronzini la incluyó en su diálogo Della dignità et della nobiltà delle donne(Sobre la dignidad y la nobleza de las mujeres), que formaba parte del debate sobre el papel de la mujer a principios del siglo XVII (y Chiara Varotari podría ser recordada no tanto por su talento artístico, sino precisamente porque recuerda ese preciso momento histórico: también fue tomada como ejemplo por Ridolfi como artista capaz de demostrar “hasta dónde llega la perspicacia donnettiana”).
Pero hay otras mujeres en la historia paduana que merecen un lugar en Prato della Valle, quizá incluso más que Varotari. Yo añadiría dos: Sibilla de’ Cetto, noble que junto con su marido fundó el Ospedale di San Francesco Grande en 1407. E Isabella Andreini, actriz, escritora y poetisa, conocida como una de las primeras actrices de la historia del teatro, un papel revolucionario en una época en la que la oportunidad de pisar un escenario estaba normalmente reservada sólo a los hombres, y la primera mujer que compuso una fábula pastoril, La Mirtilla, publicada en 1588. Elogiada por sus contemporáneos por su cultura, en la Piazza universale di tutte le professioni del mondo, un tratado de 1599, el escritor Tommaso Garzoni habla de ella describiéndola como “la graciosa Isabella decoro de las escenas, ornamento de los Teatros, soberbio espectáculo no menos de virtud que de belleza”. La última palabra sobre un posible monumento en Prato della Valle la tendrá, por supuesto, la superintendencia. Pero las aperturas de los últimos días sugieren un resultado positivo. E incluso si la eventualidad de una estatua en el panteón de los paduanos no llega a producirse, un monumento a una mujer que contribuyó a engrandecer la ciudad sería una idea totalmente factible. Y no quitaría nada a nadie.
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