¿Está indignado por la historia del arte que se enseña en Yale? Preocúpese por lo que no se enseña en Italia


La prensa soberanista y neocon se ensañó contra la decisión de la Universidad de Yale de revisar los cursos introductorios de historia del arte: pero quizá sería mejor preocuparse por la historia del arte que NO se enseña en las escuelas italianas.

Es grato constatar que un buen número de periódicos italianos han redescubierto su pasión por laenseñanza de la historia del arte y han dedicado el fin de semana que acaba de pasar a deleitar nuestros intelectos con refinados análisis de las decisiones de laUniversidad de Yale, que, en consonancia con el paradigma culturalista que desde hace algún tiempo caracteriza el enfoque de la enseñanza de la historia del arte por parte de la academia estadounidense, ha decidido ampliar la oferta de cursos, introduciendo nuevos cursos transversales de estudio junto a los dos tradicionales (uno de los cuales, citando el comunicado de prensa oficial de la universidad, “trata del antiguo Oriente Próximo, Oriente Medio y el Oriente Medio”), ha decidido ampliar la oferta de cursos, introduciendo nuevos cursos transversales de estudio junto a los dos tradicionales (uno de los cuales, citando el comunicado de prensa oficial de la universidad, “trata del antiguo Oriente Medio, Egipto y el arte europeo anterior al Renacimiento”, mientras que el otro “abarca el arte europeo y americano desde el Renacimiento hasta la actualidad”). La cuestión, de hecho, es de una sencillez desarmante: El Departamento de Historia del Arte de Yale, convencido de que la historia del arte es una “disciplina global” y deseoso de garantizar que la amplia y polifacética diversidad de intereses de estudiosos y estudiantes quede adecuadamente reflejada en los cursos, consideró oportuno ampliar el alcance de los cursos introductorios, también de acuerdo con la convicción de que “ningún curso introductorio impartido en el espacio de un semestre puede ser tan exhaustivo, y de que ningún curso introductorio puede considerarse el curso definitivo de nuestra disciplina”. Por otra parte, si bien es cierto que los dos cursos tradicionales serán sustituidos (aún no se sabe cómo ni con qué títulos), el presidente del departamento, Tim Barringer, ha asegurado no obstante que en Yale los estudiantes seguirán formándose en los monumentos y obras maestras del arte americano y europeo (y uno se sorprendería si no fuera así).

Hasta aquí, en esencia, no hay nada excepcional: si acaso, se trata de una pieza más que se añade al debate sobre la historia del arte declinada en función de las políticas identitarias, y la corrección política de los últimos tiempos tiene muy poco que ver con ello, ya que los intentos de construir una historia del arte que difiera de la corriente dominante se remontan al menos a los años ochenta. Si de verdad queremos fijar una fecha crucial, deberíamos poner en el calendario 1993, año en el que se celebró la que quizá sea la edición más famosa de la historia de la Bienal del Whitney: dos obras como I can’t imagine ever wanting to be white, de Daniel J. Martinez, y Synecdoche, de Byron Kim, pueden ser recordadas como la suma de los intentos de descentralizar las perspectivas sobre la representación, la diversidad, la identidad y la propia idea de cultura que aquella exposición planteó para cuestionar décadas (si no siglos) de cánones que hasta entonces se habían dado por sentados. Este discurso se ha mantenido desde entonces y ha caracterizado el arte de la década de 1910 (la descolonización cultural y la política de la identidad, escribía Charles Esche en el número 3 de Ventanas al arte sobre papel, representan “procesos generativos que han ganado autoridad en los últimos diez años” y “podrían constituir la base para un desenmascaramiento total y una reforma radical de la santísima trinidad moderna compuesta por capitalismo, colonialismo y patriarcado”, aunque esto es sobre todo “un objetivo para la década de 2020”) y continuará en el futuro, también porque las ocasiones en las que se explorará en profundidad serán cada vez más numerosas (baste pensar en la edición de 2019 de la Bienal de Venecia).



Byron Kim, Synecdoche (1991-; óleo y cera sobre 275 paneles de 25,4 x 30,32 cm cada uno)
Byron Kim, Synecdoche (1991-; óleo y cera sobre 275 paneles de 25,4 x 30,32 cm cada uno)

La Universidad de Yale, en resumen, se ha sumado al debate, como han hecho, hacen y harán muchas instituciones culturales de todo el mundo (se puede discutir largo y tendido sobre cómo cambiará el estudio de la historia del arte a raíz de la política de identidad, pero eso no significa que los estudiantes estadounidenses vayan a dejar de estudiar a Fidias, Giotto, Rafael, Miguel Ángel, Caravaggio, los impresionistas, etc.). Entonces, ¿qué es lo que ha hecho saltar en el sofá al enjambre social itálico, a los que hasta anteayer no podían pensar en historia del arte porque estaban demasiado ocupados publicando en sus muros de Facebook posts poco gramaticales sobre inmigrantes en hoteles, a los que visitaron sin ganas el último museo en su excursión de octavo curso, a los que hasta ahora sólo habían asociado la palabra “Yale” con cerraduras de furgonetas? Sencillamente, la culpa es del cherry picking de la prensa soberanista y neocon de casa (y con algunas preocupantes excepciones incluso entre los moderados), que recogió torpemente un artículo de un periódico universitario, el Yale Daily News, evidentemente sin ir más allá del punto en el que los autores atribuyen a los estudiantes de la universidad un cierto malestar con un canon occidental “excesivamente blanco, heterosexual, europeo y masculino” (palabras que, por alguna extraña razón, se pusieron después en boca de Tim Barringer, presidente del Departamento de Historia del Arte) y deteniéndose lo justo para construir una narrativa capaz de tergiversar las intenciones de la universidad, automáticamente tachada de esclava de la “censura de lo políticamente correcto”, y culpable de obligar a los estudiantes a “prescindir de Rafael, Leonardo, el Barroco y Picasso” (así el Corriere della Sera, que se saca de la chistera una lista de nombres de artistas nunca mencionados en la declaración oficial del Departamento, ni en el artículo del Yale Daily News al que todo el mundo se refiere en este momento).

Y sin embargo, para hacerse una idea de lo que está pasando en Yale, bastaba con detenerse en el comunicado del Departamento, donde el asunto se explicaba en términos muy claros y asépticos, y sin histeria. O, si realmente era necesario citar una fuente de segunda mano sin recurrir al memo institucional, bastaba con seguir leyendo las declaraciones de la directora de los Estudios de No Graduados de Yale, Marisa Bass, que explicaba bien cómo la idea del departamento es “repensar y reescribir las narrativas relativas a la historia del arte, la arquitectura, las imágenes y los objetos a través de los tiempos y los lugares”, según la idea de que "no ha habido una historia de la historia del arte. En todo caso, se trata de una visión consagrada a la pluralidad, justo lo contrario de la “censura” atribuida a Yale por cierta prensa (como Quotidiano. net, que titula “Renacimiento censurado”).

Sin embargo, dado que muchos de los que inmediatamente se mostraron dispuestos a criticar las intenciones de Yale han demostrado haber redescubierto una pasión tal vez adormecida por la historia del arte y su enseñanza, convendría recordarles (también en deferencia a su leitmotiv según el cual es necesario pensar primero en los italianos y luego en los demás) que, si hablamos de la enseñanza de la historia del arte, en Italia tendríamos razones diferentes, más numerosas y más serias por las que encendernos y escribir encendidos editoriales en los periódicos: Los actuales planes de estudio de los institutos de enseñanza media prevén, por poner algunos ejemplos, 0 (cero) horas semanales de historia del arte para el bachillerato clásico, lingüístico y de humanidades de dos años y 66 horas, o sea 2 por semana, para el bachillerato de tres años, y la asignatura está prácticamente ausente de los institutos técnicos y profesionales, si hacemos una excepción con los sectoriales: por ejemplo, 2 horas semanales en el profesional de tres años “servicios para la cultura y el espectáculo”, y la misma cantidad de horas para el instituto técnico de turismo. Quizá alguien esté de acuerdo con el escritor al observar que, en Italia, la historia del arte se enseña muy poco en la escuela, y en algunos institutos ni siquiera se enseña, con el resultado de que miles de adolescentes no desarrollan la menor idea sobre las obras que tienen a su alrededor. Y puesto que la historia del arte, escribió Longhi, es como una lengua viva que “todo italiano debería aprender de niño”, quizá podamos convenir en que en Italia se hace poco por fomentar esta alfabetización. Y así, en lugar de preocuparnos por las supuestas cancelaciones de una universidad en el extranjero, ¿no deberíamos pensar más bien en las reales en las escuelas italianas, que realmente impiden a muchos estudiantes italianos conocer el patrimonio que les rodea?


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