Creo que la emergencia sanitaria no ha hecho sino acelerar un replanteamiento del sistema del arte que era inevitable y previsible. Llevábamos tiempo reflexionando sobre la espiral degenerativa en la que se perdía este sector entre la necesidad de atraer cada vez a más visitantes, de ser el primero en contar con el artista internacional más cortejado, de poder organizar la instalación más ambiciosa o llamativa. El año 2020 trajo consigo el repentino estallido de esta burbuja y la necesidad de reiniciar y redefinir los objetivos y parámetros del sector.
La primera constatación amarga fue aprender cómo la cultura sigue sin considerarse una “necesidad” que hay que garantizar para todos e incluso en situación de crisis. Nunca he abogado por el cierre de museos ni por su pronta reapertura (respeto las decisiones de los técnicos y estoy convencido de que lo que se nos pidió que hiciéramos era y sigue siendo necesario para contener la epidemia) pero en un sentido absoluto esta crisis ha dejado claro que nuestras actividades no se consideran necesarias. Nuestro empeño futuro como trabajadores culturales debe ser desafiar esta creencia. Poder visitar un museo debería ser percibido por todos como un derecho y una necesidad igual que poder pasear por un parque, coger un libro en la biblioteca o salir a correr con el perro.
Los primeros pasos en esta dirección y las primeras reacciones se dieron bajo la bandera de lo colectivo, de la confrontación y el intercambio como herramientas para volver a empezar juntos, en una perspectiva abierta y participativa. En mayo se fundó Art Workers Italia, una asociación que trabaja para censar y garantizar el reconocimiento de las distintas competencias profesionales de los trabajadores de la cultura. En julio, se organizó en línea un extraordinario Foro Italiano de Arte Contemporáneo, en el que se reunieron artistas, comisarios, críticos, directores de museos, profesores, operadores y diversas profesiones relacionadas con el mundo del arte, con el objetivo de sensibilizar políticamente sobre las necesidades de un sector (el de las artes visuales contemporáneas) fuertemente afectado por la pandemia de Covid-19. En septiembre se puso en marcha la plataforma Italics, un consorcio que reúne por primera vez a más de sesenta galerías italianas, verdaderas excelencias internacionales y actores clave del mundo del arte, que de este modo se organizan por primera vez en un organismo unificado capaz de funcionar como un sistema.
La colección permanente del MAMbo de Bolonia. Foto Crédito Giorgio Bianchi |
Si estas organizaciones que representan a los operadores y trabajadores del sector surgieron como respuesta a esta situación de emergencia llenando un grave vacío, un argumento similar puede hacerse sobre las iniciativas en línea y la digitalización del sector. Sin duda, el sector del arte y la cultura sufría un retraso en este ámbito, que el cierre de espacios físicos puso de manifiesto al mismo tiempo que activaba vías de modernización, experimentación y compromiso con el público y las tecnologías que a menudo nunca antes se habían explorado.
En cuanto a los artistas, no creo que puedan predecir el futuro, creo que con sus obras y a través de sus lenguajes pueden proporcionarnos interpretaciones de la realidad capaces de darnos indicaciones, estímulos e ideas para construir nuestra propia idea personal del futuro.
Desgraciadamente, esta situación de aislamiento ha privado a los artistas de la confrontación vital con los espacios, con los diferentes públicos, con los operadores y artesanos; en este contexto, es muy complicado llevar a cabo prácticas y nuevos proyectos artísticos. En el MAMbo hemos experimentado una posibilidad con el Nuovo Forno del Pane: un centro de experimentación multidisciplinar gracias al cual los espacios expositivos del museo se han adaptado a espacios de trabajo cedidos a 13 artistas que los ocupan con sus estudios desde julio. Una reconfiguración museística como la que propone este proyecto se lleva a cabo intensificando los principios de cooperación institucional y trabajo en red entre las instituciones de la zona, experimentando con una museología más radical, incrementando la investigación científica y la producción editorial, pero sobre todo reconfigurando el concepto de la mediación como elemento fundador de una nueva relación con el público, basada en “hacer” arte con la implicación directa de artistas, profesionales y practicantes en un enfoque no sólo basado en las obras sino también y sobre todo en las prácticas, el proceso, las relaciones y el uso de talleres y materiales.
Los espacios de trabajo colectivo son una posibilidad real, pero creo que los artistas tendrán que medirse en su trabajo y con sus obras con una sensibilidad cambiada por parte del público a la frecuentación de los espacios públicos, lugares de relación y también de la relación con las obras de arte en estos contextos. Los nuevos proyectos artísticos partirán, por tanto, con este nuevo reto, del mismo modo que los museos tendrán que hacerlo con sus colecciones permanentes: no lugares para “hacer números”, sino instituciones capaces de adaptar los itinerarios de visita y los contenidos a nuevos públicos, más conscientes y exigentes, con los que volver a partir de la idea de reapropiación y redefinición de los patrimonios museísticos.
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