Es probable que la administración municipal de Florencia tenga debilidad por las cenas “VIP” en espacios públicos. Y aunque podría suponerse que, tras la acalorada polémica que acompañó a los banquetes de los Ferraristi en el Ponte Vecchio en 2013 y de Morgan Stanley en Santa Maria Novella en 2014 (ambas ocasiones en las que los inmuebles se cerraron al público y el ayuntamiento no ganó más que calderilla) los administradores florentinos habían abandonado el esquema de la “fiesta privada en un espacio público”, evidentemente la excepcionalidad de los acontecimientos de este año les ha llevado a plantearse un paradigma que se creía confinado al pasado, sin posibilidad de resurgir.
Así, nos enteramos por La Nazione, y en particular por un artículo de la redactora jefe de moda y sociedad Eva Desiderio, de que el próximo 2 de septiembre, con motivo de Pitti Uomo, la Piazza della Signoria acogerá una cena de gala de Dolce y Gabbana, que ese día organizarán un desfile-evento en la ciudad (aún no se sabe exactamente dónde, quizá en el Salone dei Cinquecento, donde Domenico Dolce fue fotografiado junto al alcalde Dario Nardella y el concejal de cultura Tommaso Sacchi): “como en una fiesta renacentista”, escribe Desiderio con profusión de adjetivos y símiles, “400 invitados súper VIP convocados a Florencia por Domenico Dolce y Stefano Gabbana se sentirán un poco como en la corte de los Médicis. Magníficos escenarios comiendo frente a la Loggia dei Lanzi y el Palazzo Vecchio!”. Aparte de que los Médicis y su corte ni siquiera podían concebir la idea de cenar delante del Palazzo Vecchio, y aparte de que el principal símbolo de la vida pública florentina queda reducido a una “magnífica escenografía”, al leer las palabras del periodista uno se pregunta espontáneamente cuál es, desde el punto de vista de Florencia, la razón de ser de la operación.
En ocasiones similares se habla, y siempre de forma muy genérica, de “efectos indirectos” y “visibilidad”: ahora bien, al menos por lo que sabe quien esto escribe, no existen estudios en profundidad sobre los efectos económicos indirectos de operaciones de este tipo (o al menos una historia de casos con datos y estadísticas: sin embargo, por limitar los ejemplos a los dos estilistas sicilianos, se puede decir que la invasión de ciudades forma parte de su modus operandi típico, ya que no son ajenos a cerrar centros históricos más o menos extensamente para sus eventos, como hicieron en 2016 en Nápoles, en 2017 en Monreale en 2018 en Bellagio, y siempre entre protestas de la población local), ni tampoco ha habido nunca un revival mediático de las localidades que han acogido los desfiles y sus anexos y conexiones (¿alguien sabe o recuerda que el año pasado el evento ’super-VIP’ de Dolce y Gabbana se celebró en Palma di Montechiaro?).
Florencia, Piazza della Signoria |
Dado que hablar de beneficios económicos (hablamos, claro está, de los derivados de la privatización momentánea del lugar, ya que, por ejemplo, la empresa de catering seguiría trabajando), a falta de datos que puedan demostrar algún beneficio, es suficiente para las notas de prensa que acompañan al evento, y dado que, en términos de visibilidad, es legítimo plantear algunas dudas sobre la eficacia de un único episodio, sobre todo cuando se comunica poco o mal (el evento siciliano del año pasado, por ejemplo, fue cubierto casi exclusivamente por los periódicos de Agrigento y sus alrededores inmediatos), una posible objeción podría ir en tres líneas En primer lugar, Dolce y Gabbana ofrecerán sin duda una donación a la ciudad (más o menos congruente: conviene recordar que en Monreale hubo fuertes protestas porque, entre tasas por la ocupación de suelo público y una oferta para la restauración de una fuente, los dos estilistas habían dejado a la ciudad sólo doce mil euros). En segundo lugar, los dos días de Dolce y Gabbana darán trabajo a las personas implicadas en la organización del evento. En tercer lugar, en el año de Covid, Florencia y su plaza arcana también necesitan publicidad.
En los últimos días, se ha intentado impugnar el acontecimiento por la vía de la legitimidad jurídica: En concreto, el grupo “Perunaltracittà” ha recordado que, según el Código del Patrimonio Cultural, incluso una plaza es un bien cultural (artículo 10), que el uso individual de un bien público sólo debe concederse si la finalidad es compatible con el destino cultural del propio bien (artículo 106, apartado 1), y, aun suponiendo que una fiesta privada entre dentro de los términos de compatibilidad, que la conditio sine qua non para la concesión de la autorización ministerial es la posibilidad de garantizar “la conservación y el disfrute público del bien” (artículo 106, apartado 2-bis). Ahora bien, admitamos que las tres objeciones anteriores son ampliamente compartibles, y admitamos también que los requisitos legales previos existen (si queremos interpretar la “garantía del disfrute público del bien” como la garantía de que el hecho no perjudique su futuro “disfrute”). Aquí no estamos hablando de un museo que, durante las horas en que está cerrado al público, acoge a una personalidad con la intención precisa de que se hable de la institución: operaciones recientes como las de los Uffizi, el Museo Egipcio o los Museos Vaticanos pueden parecer todo lo desagradables, tardías e inútiles que queramos, pero tenían la finalidad precisa de promocionar el museo y no perjudicaban la facultad de visitarlo. Aquí estamos hablando de la plaza principal de Florencia que cierra varias horas para una cena exclusiva.
Así que hay que reconocer que, aunque sólo sea por unas horas, un espacio público que se supone que representa los valores cívicos de la ciudad de Florencia cede a las exigencias de dos estilistas que quieren cerrarla para dar una fiesta a sus invitados “super VIP”. Imagínese la imagen de una Piazza della Signoria cerrada, con guardias a las puertas, un puñado de famosos dentro, cotilleando bajo la torre Arnolfo, y todos los demás fuera, rechazados si intentan pasar por la plaza a la que da el ayuntamiento. Aquí: ¿es aceptable una imagen como ésta? ¿Es aceptable una toma tan intrusiva del espacio público, aunque sea por poco tiempo? ¿Es aceptable olvidar, aunque sólo sea por un momento, el valor del bien común más importante y simbólico de una ciudad en nombre de algún beneficio incierto o aún por evaluar? ¿No es este caso cruzar una línea?
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