"Restauradores en vías de extinción" era el título de un artículo de Monica Pieraccini en la edición florentina de La Nazione del 30 de marzo. La periodista informaba de cómo antes de la crisis, sólo en Florencia, había al menos cuatrocientos restauradores, hoy reducidos a un centenar, ya que muchos de ellos han cambiado de profesión (o han acabado en el paro) por falta de trabajo, debido sobre todo a que la restauración es un sector en el que no hay inversiones. Y los resultados de esta política son evidentes: aparte de algunas restauraciones "puntuales", cuya utilidad se cuestiona a menudo, se hace poco, y es sobre todo el pequeño patrimonio diseminado por el territorio el que sufre, necesitando a menudo laintervención privada para hacer frente a situaciones de emergencia.
Por ejemplo, la noticia de hoy es el rescate, por parte de diez jóvenes restauradores graduados en el Opificio delle Pietre Dure de Florencia, uno de los principales institutos de restauración italianos, de doscientas sesenta obras retiradas de los lugares golpeados por el terremoto del centro de Italia en 2016 y depositadas en el depósito de Santo Chiodo di Spoleto: una intervención que fue posible gracias a una contribución de ciento treinta mil euros asignada por una entidad privada, la Fondazione Cassa di Risparmio di Firenze. Y la diferencia entre las intervenciones posteriores al terremoto de 1997 en Umbría y Las Marcas y las actuales también fue bien resumida por Vittorio Emiliani en un reciente artículo publicado en Emergenza Cultura. Al fin y al cabo, son los números los que certifican cómo el Ministerio de Cultura, en los últimos años, ha mostrado un cierto desinterés por el patrimonio menor. Y todo ello resulta paradójico, si se piensa que el patrimonio artístico y la restauración se utilizan “como escaparate y para campañas electorales”, como señalaba Marco Benati, del sindicato Fillea CGIL de Florencia, en el citado artículo.
Restaurador trabajando en la basílica de Sant’Eustorgio de Milán. Foto Crédito Giovanni Dall’Orto |
Así pues, muchos restauradores tienen que hacer frente a la precariedad de los contratos de colaboración o de duración determinada, o al trabajo por cuenta propia, haciendo malabarismos con consultorías externas y encargos temporales, a menudo esporádicos, ya que todo el sector atraviesa dificultades. A la crisis de las inversiones hay que añadir la espinosa cuestión del reconocimiento de la profesión, un problema que el ministerio, en los últimos tiempos, nunca ha mostrado intención de resolver. Y, sin embargo, no se trata de un asunto menor, ya que el propio ministerio, a través de dos decretos (294 de 2000 y 420 de 2001) ha identificado los requisitos de quienes, en Italia, pueden ser reconocidos como restauradores del patrimonio cultural, demostrando así que los restauradores desempeñan un papel de importancia crítica en la economía general de la protección del patrimonio cultural. Estos requisitos fueron confirmados por el artículo 182 del Código de Bienes Cult urales (Decreto Legislativo 42 de 2004), la ley fundamental del sector del patrimonio cultural en Italia, y posteriormente ampliados.
Según la ley, un profesional que desee ser habilitado como restaurador debe demostrar al Ministerio (que se encarga de realizar los controles oportunos) que ha obtenido un diploma de una de las escuelas de restauración o que se ha graduado en una de las carreras universitarias (o Academias de Bellas Artes) reconocidas por la ley, o bien en el caso de los profesionales que ya ejercían como restauradores antes de la entrada en vigor de los decretos, haber trabajado regularmente durante al menos ocho años (si no se está en posesión del diploma, cuatro en caso contrario), y con responsabilidad directa en la dirección técnica de la intervención, en el ámbito de las restauraciones certificadas por las autoridades encargadas de la protección. Así, en 2009 se iniciaron los controles mencionados para garantizar el reconocimiento de la profesión. Además, a raíz de la delimitación del perfil profesional según el Decreto Ministerial 86 de 2009, también se determinó una formación universitaria de cinco años para formar a los futuros restauradores. En 2010, un cambio en los criterios provocó el aplazamiento del procedimiento, que tuvo que esperar a que tuviera lugar el “proceso parlamentario necesario para la revisión del artículo 182 del Código”. Además, la convocatoria para el reconocimiento de la cualificación había expirado un día antes de la suspensión, y solo podemos imaginar la frustración de aquellos que ya habían presentado la solicitud de reconocimiento al ministerio.
Pasaron otros tres años, se aprobó la enmienda y se fijó el final del procedimiento para el 30 de junio de 2015. Esta vez, al menos en apariencia, no hay sorpresas: Se publicó la convocatoria, los restauradores enviaron su documentación (y una circular del secretario general del ministerio de mayo de 2015 hacía saber que quienes cumplieran los requisitos legales podían seguir trabajando a la espera de que finalizara el procedimiento) y en noviembre de 2015 se nombró la comisión de verificación. La prórroga llega justo a tiempo, pero la odisea de los restauradores aún no ha terminado. En julio, mes en el que se espera que concluya el procedimiento, se activa una prórroga de un año que pospone todo a junio de 2017. Y la prórroga se activa, además, cuando ya se había publicado una lista parcial de personal cualificado, para que los titulados de las escuelas ministeriales pudieran participar en la gran oposición de 2016, la de la contratación de quinientos funcionarios en los cuerpos del ministerio (ochenta de ellos restauradores). Y eso no es todo: el 30 de junio, nueva fecha límite, hay una nueva prórroga de seis meses y todo se aplaza al 31 de diciembre. Y si los restauradores pensaban que su calvario terminaría con las fiestas navideñas, estaban muy equivocados, ya que el 12 de diciembre entró en vigor una nueva prórroga de tres meses (el plazo se aplaza, por tanto, hasta el 31 de marzo), que, no obstante, tal y como recoge el decreto director 220 de 2017, es prorrogable.
Esto significa que, en esencia, actualmente no existe una fecha cierta para la finalización del procedimiento que debe garantizar que los restauradores obtengan su cualificación profesional. Y esto ocurre dieciocho años después de la identificación de los requisitos necesarios para ejercer la profesión, y nueve años después de la publicación de la convocatoria que puso en marcha el procedimiento de reconocimiento. Se ha llegado a este punto por varias razones: porque la legislación que identifica los requisitos ha sido modificada en varias ocasiones, porque entretanto han surgido nuevas titulaciones que obligan a revisar los criterios, porque la documentación aportada por los restauradores (decenas de miles de documentos) tarda mucho tiempo en ser evaluada de forma adecuada y exhaustiva (aunque, tres años después de que finalizara el plazo de presentación de solicitudes, quizás se podría al menos garantizar a los restauradores una fecha cierta para completar el procedimiento).
Mientras tanto, muchos restauradores denuncian que en el sector operan personas no autorizadas que no cumplen los requisitos establecidos en la normativa, pero que siguen operando sin ser molestados, aprovechándose de la actual falta de claridad. Y esto no sólo crea situaciones de competencia desleal, sino que entraña graves riesgos para nuestro patrimonio histórico-artístico. Por lo tanto, por una parte, una cuestión de respeto a una categoría de profesionales a los que se les ha prometido el reconocimiento, pero cuyo plazo se ha prorrogado año tras año, y por otra, el cuidado de los intereses de la protección, deberían hacer reflexionar al nuevo ministro sobre el hecho de que la cualificación de los restauradores es una prioridad urgente que debe debatirse con carácter de urgencia. Entre otras cosas, porque la cualificación podría constituir la base del relanzamiento de una profesión en peligro, pero de importancia fundamental para nuestro país.
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