Un informe de la AgCom sobre la profesión periodística durante la emergencia Covid, publicado la semana pasada, muestra claramente que la cultura tiene una singular primacía en el ámbito de lainformación: fue el tema que, más que ningún otro, los periodistas tuvieron que dejar sin cubrir para dedicarse a temas relacionados con la emergencia sanitaria. El informe muestra que la cultura fue dejada de lado por el 36,8% de los periodistas que habitualmente cubrían el tema, seguida inmediatamente por las noticias (36,2%), pero con casi el triple de periodistas que cubrían temas como la economía (11,9%), la ciencia (8,8%) y los asuntos exteriores (7,8%). Incluso casi el doble que en deportes (21,3%).
La AgCom explica muy claramente por qué la cultura (que, conviene precisar, en el contexto de las categorizaciones periodísticas suele asociarse a ese vasto contenedor que se engloba bajo el nombre de “espectáculo” y que abarca desde el teatro expresionista hasta los productos más infames de la telebasura ) ostenta la primacía en este ranking, elaborando, además, un breve análisis de las consecuencias de la focalización en el tema Covid-19: “Si para la cultura y el deporte esta elección [la de no cubrir temas habitualmente cubiertos, ed.] se debe a la drástica reducción de acontecimientos y noticias relacionados con estos temas, también hay que señalar que cerca de un tercio de los periodistas han renunciado a cubrir noticias, cuya falta de cobertura no se debe ciertamente a un menor número de acontecimientos sobre los que ejercer la función informativa. Esto, a la larga, también podría acarrear consecuencias importantes, teniendo en cuenta la contribución fundamental del periodismo de calidad al ”seguimiento de fenómenos socialmente relevantes (como los relacionados, por ejemplo, con el crimen organizado) y, por tanto, al buen funcionamiento de la vida democrática del país". Parafraseando: el hecho de que no se cubran noticias para seguir la emergencia es un problema que preocupa, mientras que, por otro lado, si no se habla de cultura es porque faltan eventos.
Esta consideración del garante de la comunicación basta para comprender cómo la cultura sufre un grave problema de percepción, que lleva a los medios de comunicación a atribuirle un peso específico en conjunto reducido (ciertamente menor que el de las noticias, según se deduce de la lectura del texto del reportaje). Es un problema que, por desgracia, no sólo afecta a Italia: en septiembre, uno de los mayores museólogos del mundo, el francés Hugues de Varine, escribía en su blog, pensando en la realidad de su país, que “hay que convencerse de un hecho: la cultura [...] no es una de las actividades esenciales para la inmensa mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo. [...]. No significa que no importe, sino que no está en el primer plano de nuestras preocupaciones, especialmente en una crisis, cuando las cosas van mal”. Y es un problema cuyo alcance podría deducirse, incluso empíricamente, del espacio que se concede a la cultura en el debate público: no se habla de cultura en las tertulias televisivas, la cultura no ocupa las primeras páginas de los periódicos, la cultura no ocupa demasiado el pensamiento de nuestros políticos.
Lo pudimos comprobar en la rueda de prensa del 3 de diciembre dpcm: el Presidente Giuseppe Conte ni siquiera tocó el tema, y durante todo el día siguiente al Ministro de Cultura no se le ocurrió comentar la prórroga del cierre de toda la cultura hasta el 15 de enero. Una actitud muy diferente a la de otros dirigentes europeos, que intervinieron varias veces sobre el tema, incluso con mensajes dedicados. En Italia no ha faltado el apoyo económico a los profesionales de la cultura, por supuesto, pero ¿quién recuerda momentos de debate público profundo y generalizado sobre la importancia de la cultura, incluso en la crisis? Los problemas son esencialmente dos: el primero radica en lo que comúnmente se asocia con la palabra "cultura " y la consideración de que goza la cultura entre los medios de comunicación, los políticos e incluso el público. Es decir, por la mayoría, la cultura se percibe, más que como una forma de construir el futuro, como un pasatiempo o, en el mejor de los casos, como una mera actividad económica que actúa en el sector del ocio, como un elemento auxiliar del turismo. No es un tema nuevo: Horkheimer y Adorno ya hablaban de la mercantilización de la cultura a finales de los años cuarenta. Pero sigue siendo un tema muy actual. El segundo es la escasa autoafirmación de los protagonistas del sector, tema del que hablaba Chiara Casarin hace unos días en estas páginas. La consecuencia natural de estos problemas es la sustancial irrelevancia que asume la cultura en el debate público.
¿Existen salidas a este paradigma? Una posible solución podría estar paradójicamente contenida en el problema: la cultura ha alcanzado tal nivel de profesionalización y especialización que son impensables los retornos nostálgicos al pasado (y a qué pasado entonces, uno se pregunta). Se trata, pues, de pensar en nuevos modelos de gobernanza para los institutos culturales del futuro, de mejorar la oferta cultural actual (y, de hecho, de estimularla: en este espacio, hace meses, lanzamos algunas tímidas propuestas en este sentido, empezando por deducciones fiscales para quienes compren productos culturales), de distinguir mejor, como propone De Varine, lo que él llama las pratiques exigeantes (es decir, la alta cultura) de la industria del turismo y el ocio (que De Varine hace entrar dentro de laeconomía de la cultura, sobre cuyo potencial habría que trabajar más seriamente para nutrir mejor también la alta cultura), y todo ello para encontrar respuestas diferentes a problemas diferentes, con el objetivo de aumentar el peso de la cultura en la vida del país. Será crucial centrarse en el trabajo cualificado y las competencias, invertir en tecnología, trabajar en la localización generalizada de la cultura. El público también puede desempeñar su papel, asistiendo más a la cultura y reclamando más espacio para la cultura en los medios de comunicación.
La buena noticia es que, en su mayor parte, estos procesos ya están en marcha: incluso la demanda pública hasta 2019 estaba creciendo, tras un fuerte retroceso en los años de crisis de 2007-2008. La mala noticia es que se tardará en observar resultados apreciables también a nivel mediático y político: por eso, en el futuro inmediato, será necesario que los actores del sector se hagan oír más y mejor, y estén más unidos. No es que hayan faltado iniciativas interesantes, como llamamientos, peticiones, reuniones y diversas llamadas a la batalla. Sin embargo, uno tiene la impresión de que estas iniciativas han sido fragmentarias, a menudo precipitadas, ingenuas, carentes de coordinación. Y moverse en un marco de mayor armonía entre los componentes del sistema será crucial para desplazar el centro de gravedad de la cultura hacia posiciones más significativas.
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