Una suposición popular afirma que, a la hora de hacer un regalo, lo que realmente cuenta es la intención. El pasado mes de noviembre, Jeff Koons probablemente se tomó el dicho muy al pie de la letra cuando anunció que donaría una de sus esculturas a la ciudad de París como homenaje a las víctimas del terrorismo: una composición de globos de colores que, por su forma, se supone que se asemejan a un ramo de tulipanes. Una idea antigua, por otra parte, ya que la producción de Jeff Koons abunda en composiciones florales similares a base de tulipanes. La cuestión es que Koons dijo que sólo quería dar a París el concepto de la estatua. Otra persona pagaría por su realización. Le Monde, con una ironía sin parangón, titulaba: “Jeff Koons nos ofrece flores, pero tendremos que pagar el jarrón”.
Tulipanes de Jeff Koons expuestos en Hannover en 2004 (similares a los que el artista pretende donar a París). Foto Créditos Axel Hindemith |
Ahora, sin embargo, un artículo de Rachel Donadio en el New York Times, recogido por TheIndependent y otros medios, revela que la costosa donación de Jeff Koons está dando largas. La fundación privada que asumió la carga de sufragar los gastos de la operación (tres millones y medio de euros) tardó más de lo previsto en reunir la suma necesaria. Luego se supo que la plaza designada para albergar la descomunal escultura (el ramo, de hecho, mediría unos doce metros) no puede soportar su peso, estimado en treinta toneladas. Y de nuevo, la obra es mal vista por algunos parisinos: muchos la consideran unaimposición y no el resultado de una elección compartida. El resultado es que ahora todo está paralizado y aún no está claro cómo acabará el asunto.
Una historia que se parece mucho a la de la estatua que el artista americano anunció que quería donar el año pasado a la ciudad de Florencia: al final, sin embargo, Koons se llevó el Pluto y Proserpina, porque el Ayuntamiento de Florencia se negó , con razón, a colocar la obra en la Piazza della Signoria (condición a la que Koons había subordinado elegantemente su regalo), y propuso al artista otros arreglos. Koons, como un niño caprichoso, no atendió a razones y exigió la devolución de su regalo: el Ayuntamiento de Florencia se lo devolvió sin pestañear. El regalo parisino parecería tener la misma connotación, la misma suposición basada en el marketing más arrogante y cialtronesco que pretende invertir los papeles iniciales, convirtiéndose las ciudades a las que van destinadas las donaciones de Koons, ellas mismas, en un regalo que el artista recibe a cambio, además gratuitamente. Al contrario: quizá sea el propio Koons quien recibe los beneficios más llamativos de estas relaciones, porque el artista gana visibilidad, pero las ciudades se quedan con sus catafalcos que hay que colocar en algún sitio (a no ser que ocurra como en Florencia).
Como señalaba también la crítica de arte Isabel Pasquier en unas declaraciones recogidas en el citado artículo, "Jeff Koons es un hombre de negocios, y enseguida nos dimos cuenta de que en realidad se estaba ofreciendo París a sí mismo como regalo". Por si quedaba alguna duda sobre los negocios de Jeff Koons, creo que muchos han podido despejarse tras el asunto parisino: con el pretexto de unhomenaje a las víctimas de los atentados, Koons consiguió una esperada (y gratuita) publicidad para sí mismo. Jed Perl había definido hace algún tiempo el arte de Jeff Koons como el “vacío perfecto”: tras la apariencia de pulidos iconos pop, porcelanas del siglo XVIII reproducidas y patinadas, gigantescos globos dorados y todo el repertorio al que Koons nos tiene acostumbrados, se esconde la nada absoluta. Una nada que, sin embargo, necesita alimentarse de visibilidad para seguir teniendo a su alrededor esa “tormenta perfecta” de ventas multimillonarias, crítica aduladora y público asertivo. Y, ojo, eso no tiene nada de malo. Pero, al menos, que el circo de Koons se mantenga alejado de las víctimas de los atentados. Y si es cierta la afirmación de Rachel Donadio, de que en París se ha instalado un clima de omertà (término utilizado en italiano en el texto original), con la excepción de algunas voces en contra, porque los críticos temen ofender a París, a la embajadora Jane Hartley, que hizo de intermediaria entre Koons y la ciudad, o incluso al coleccionista François Pinault (uno de los principales apoyos de Koons), puede decirse que París debería, si acaso, ofenderse por la operación en sí, más bien por las críticas.
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