Iniciar una reflexión sobre el mercado del arte hoy, en nuestra época contemporánea, no es nada sencillo. En primer lugar, hay que poner en tela de juicio el propio sentido sociológico de la compraventa de obras de arte, un sentido que hunde sus raíces en épocas mucho más antiguas que hace unos siglos y que, por tanto, nos empuja inevitablemente hoy, a quienes intentamos descifrar su significado, a considerarlo todo bajo una óptica mucho más amplia que la mera cuestión del gusto. Éste, al igual que las modas, las manías, no son más que expresiones de un determinado sentimiento social que, de un modo u otro, encuentran su realización en la promulgación de un gesto. El gesto de coleccionar obras de arte es sin duda una acción que consagra de algún modo un deseo de “infinito” que acompaña al hombre como ser milenario en su viaje evolutivo.
Y nosotros, los operadores de este mundo, no podemos desentendernos de este supuesto básico. El mundo de los coleccionistas cambia constantemente a medida que cambia el contexto socioeconómico mundial; surgen nuevas economías y con ellas nuevas clases de coleccionistas potenciales con un bagaje cultural diferente al que hemos estado acostumbrados durante los últimos cincuenta años. Sin embargo, lo que hoy parece mucho más reforzado es el papel del arte antiguo y de los grandes maestros en el panorama internacional de la compra de arte; la crisis contextual de lo contemporáneo es también un reflejo de la misma moneda. Se está avanzando hacia un modus operandi en el que coleccionar arte ya no se percibe como una actividad especulativo-financiera, sino como una erudición del alma. Y al final, esto es precisamente por lo que deben esforzarse todos los que trabajan en nuestro delicado sector: alimentar los valores del alma.
La reciente edición de la Biennale Internazionale dell’Antiquariato de Florencia expresó claramente lo dicho hasta ahora en esta breve reflexión. A lo largo de diez días, 28.000 visitantes poblaron los suntuosos espacios del Palazzo Corsini, atraídos por un valor y un gusto artísticos hechos de reflexión, habilidad, dedicación y profundidad. Nuevas esperanzas, en efecto, también para el futuro; presenciando acontecimientos de esta magnitud, uno no puede dejar de observar cómo cada vez más jóvenes deciden adentrarse en los meandros del arte antiguo, ya sean estudiosos capaces, coleccionistas, restauradores o aficionados; ¿hemos llegado a la conclusión de que quizá sea más revolucionario acercarse a los Maestros Antiguos que a los contemporáneos? Es difícil responder a esta pregunta, lo cierto es que en un contexto global extremadamente inestable y carente de valores, quizá la cultura artística de siglos pasados pueda constituir un faro seguro, una referencia a seguir para no naufragar en esta procelosa travesía de valores que aflige globalmente a la humanidad. Un verdadero viaje de (re)descubrimiento del pasado para orientarnos conscientemente en el futuro, esto creo que es lo que nos piden las nuevas generaciones.
Para concluir, creo que el concepto que subyace a un nuevo enfoque del mercado del arte es el de compartir y dialogar. Es importante entrar en contacto con otras culturas, confrontarnos con ellas, aprender y al mismo tiempo ser portadores de las maravillas artísticas que nos legaron nuestros antepasados y que temporalmente tenemos en uso. Rodearse de arte es rodearse de emociones, y el mercado debe seguir existiendo para llevar adelante esta imparable mezcla de sugerencias que caracteriza a la humanidad en su conjunto. No puede haber desarrollo, para ninguna nación, para ningún pueblo, sin recurrir a sus raíces.
Esta contribución se publicó originalmente en el número 24 de nuestra revista impresa Finestre sull’Arte sobre papel. Haga clic aquí para suscribirse.
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