El circo está cerrado, pero ¿volverán los bufés? Reflexiones para un modelo de progreso cultural... de paso por Carrara


Nos inspiramos en una exposición en Carrara para reflexionar sobre el futuro del arte.

Entre los libros que procuro tener siempre a mano figura una piedra angular de la bibliografía sobre exposiciones, The Birth of Exhibitions, de Francis Haskell: Al repasar la historia de las exposiciones de arte, el historiador del arte inglés consideró que las exposiciones organizadas y comisariadas por Mammès-Claude Pahin de La Blancherie entre 1782 y 1783 fueron las primeras animadas por un “deseo genuinamente interesado de honrar a los autores (cuidadosamente seleccionados) de las obras expuestas” y lograron establecer una ruptura con las exposiciones organizadas en el pasado, movidas principalmente por tres motivos, según Haskell: “la celebración, la ostentación y el comercio”.

Celebración, ostentación y comercio nos siguen pareciendo hoy una especie de código no escrito, válido para la mayoría de las exposiciones de arte antiguo y contemporáneo que se inauguran cada día en Italia y en todo el mundo. Un código no escrito, pero que se manifiesta continuamente en toda su palpable materialidad, hecha de pomposos eventos destinados a celebrar los cumpleaños de los artistas (todos tuvimos prueba de ello el año pasado con el aniversario de Leonardo, y este año la emergencia sanitaria nos habrá salvado de tantas exposiciones insultantes sobre Rafael que seguramente se habrán quedado en papel mojado), de imponentes transmigraciones de obras de arte que se desplazan de un extremo a otro del planeta, a menudo por razones que van más allá de las de la historia del arte como materia fundada en su propia naturaleza científica, o, si se piensa en el arte contemporáneo, de acontecimientos vacíos poblados en su mayor parte por una fauna enjambrada y ruidosa que persigue relaciones y proseccoes más que el significado real de las obras expuestas (suponiendo que para gran parte del arte expuesto haya alguno).

¿Sigue siendo éste un modelo sostenible para la era postcovida? Tal vez la pandemia cambie nuestra mentalidad (y este tema también lo debatiremos en breve en estas páginas con expertos en la materia), pero también es seguro suponer lo contrario, es decir, que una vez finalizado el (ya seguro) infernal rigmarole del distanciamiento físico y la cobertura facial obligatoria, todo continuará según la fórmula business-as-usual. Sin embargo, los infatigables directores del circo del arte tendrán que contar con la crisis económica y el periodo de contención que habrá que afrontar incluso cuando la enfermedad esté erradicada y quede el odioso recuerdo de un año para olvidar: en ese momento, un nuevo paradigma de exposiciones y eventos ya no será una elección, sino una obligación sancionada por la escasez de medios y, presagiando un escenario desolador, por la desaparición más o menos generalizada de quienes se vean obligados a cerrar. Será sin duda un periodo efímero, ya que (la historia de la economía nos lo enseña) las crisis económicas debidas no a razones estructurales, sino a agentes externos que intervienen con fuertes pero momentáneas convulsiones, van siempre seguidas de periodos de recuperación igualmente fulgurantes. Pero seguirá siendo un periodo que nos obligará (y en cierto modo ya nos está obligando) a reflexionar.

El galerista Nicola Ricci, que también celebra este año sus 20 años de actividad, me habló hace unos días de su nuevo proyecto, que se inaugurará en el espacio Vôtre de Carrara cuando por fin podamos volver a visitar museos y galerías: Se llama The Last, y es una exposición fotográfica que recogerá ochenta instantáneas en blanco y negro de la decimocuarta Bienal Internacional de Escultura de Carrara (“la última” porque fue la última que se celebró antes de que el evento se suspendiera indefinidamente: fue en 2010), tomadas por el fotógrafo milanés Valerio Brambilla. La inauguración está fijada para junio, probablemente antes del día 15, y estará abierta hasta finales de julio (adjunto más abajo, un avance de algunas de las fotografías que se expondrán). Nicola, por teléfono, me explicó que los objetivos de esta exposición son esencialmente dos, pero que están ineludiblemente entrelazados. El primero es iniciar una reflexión sobre cómo fuimos (y, a su vez, sobre cómo podríamos haber seguido siendo), y el segundo, por el contrario, abrir un debate sobre cómo seremos, y en particular llamar la atención de la comunidad, los amantes del arte y las instituciones sobre la importancia de pensar en una política cultural astuta y de amplio alcance que evite la fragmentación dispendiosa de recursos y energías, y evite la lógica contraproducente de centrarlo todo en el gran nombre (por ejemplo: en Carrara, sólo en los últimos ocho años, ha habido cinco exposiciones sobre Canova, entre exposiciones serias y chanchullos inútiles), que pretende dar el valor adecuado a la calidad.

Vanessa Beecroft en la 14ª Bienal Internacional de Escultura de Carrara (2010). Ph. Valerio Brambilla
Vanessa Beecroft en la 14ª Bienal Internacional de Escultura de Carrara (2010). Foto Valerio Brambilla


Kevin van Braak en la 14ª Bienal Internacional de Escultura de Carrara (2010). Ph. Valerio Brambilla
Kevin van Braak en la 14ª Bienal Internacional de Escultura de Carrara (2010). Ph. Valerio Brambilla


Antony Gormley en la 14ª Bienal Internacional de Escultura de Carrara (2010). Foto Valerio Brambilla
Antony Gormley en la XIV Bienal Internacional de Escultura de Carrara (2010). Ph. Valerio Brambilla


Terence Koh en la 14ª Bienal Internacional de Escultura de Carrara (2010). Ph. Valerio Brambilla
Terence Koh en la XIV Bienal Internacional de Escultura de Carrara (2010). Ph. Valerio Brambilla


Giorgio Andreotta Calò en la 14ª Bienal Internacional de Escultura de Carrara (2010). Ph. Valerio Brambilla
Giorgio Andreotta Calò en la 14ª Bienal Internacional de Escultura de Carrara (2010). Ph. Valerio Brambilla

Se trata de buenos principios que han sido sistemáticamente desatendidos en los últimos años, pero con los que tendremos que aprender a familiarizarnos en los meses (y tal vez años) venideros, si no queremos enfrentarnos a una desertización cultural que, en primer lugar, supondrá grandes y dolorosas masacres de espacios y museos que no tendrán fuerzas para sobrevivir, y en segundo lugar, dará una notable aceleración al proceso de aplanamiento cultural ya en marcha. Históricamente, las grandes crisis siempre han provocado cambios dramáticos también en el arte, que tras un acontecimiento de gran impacto siempre se ha visto impulsado a poner en marcha procesos de reexamen crítico de lo anterior. De la peste no cabe esperar ningún renacimiento repentino, como repiten estos días quienes tienden a reducir la historia a un feuilleton caricaturesco: al contrario, los periodos de incertidumbre casi siempre han reavivado las relaciones con la tradición, sobre todo con la tradición más elevada y consolidada. Hablando con Nicola sobre la Biennale di Scultura (de la que él mismo ha sido un importante animador con su galería, especialmente en las tres últimas ediciones, trayendo a la ciudad a artistas como Mat Collishaw, Luigi Mainolfi, Italo Zuffi, Flavio Favelli y otros), recogí el catálogo de la edición anterior, la de 2008, comisariada por Francesco Poli, cuyo objetivo era “reafirmar el sentido de una tradición histórica que vincula estrechamente a la ciudad con la producción escultórica y que culturalmente sigue siendo hoy un notable punto fuerte”.

Poli escribió que una exposición de este tipo, aunque arraigada en la tradición, “para desempeñar un papel eficaz en el panorama artístico” debía “centrar la atención en los aspectos más significativos e innovadores de la investigación”, sin “perseguir a toda costa la novedad, demasiado a menudo condicionada por la efervescencia superficial de las modas”, sino buscando “realizar [...] un proyecto expositivo más meditado, que contribuya a una reflexión suficientemente profunda y, por tanto, también a una visión más precisa del estado actual de los principales valores actuales”. Aquí: algo así es necesario para el futuro. Un modelo de progreso cultural (y no de mero desarrollo) que considere un error la bulimia de eventos, a menudo desordenados y organizados de la mejor manera posible, que concentre sus inversiones en la calidad y el crecimiento del territorio y sus habitantes, que sepa evitar seguir las modas y logre basar sus propuestas en los valores de la fundamentación científica, la utilidad, la amplitud de miras y la colaboración. Todos ellos son recursos que serán indispensables para construir una cultura postvirus. Loonline será sin duda importante: no será una respuesta, pero será una herramienta que deberá acompañar necesariamente a una planificación cultural seria, puntual, con visión estratégica, confiada a la pericia y no a la improvisación.

En esencia, se trata de un modelo cultural que persigue la valorización en el sentido más verdadero y noble del término: por tanto, no una “valorización” como la que a menudo se comenta en el sector y en nombre de la cual se han justificado los desplazamientos más aborrecibles y perniciosos de obras de arte, llegando a menudo a pensar que “valorizar” una obra significa arrancarla de su contexto para llevarla a un contenedor donde se induce a miles de personas a verla porque se crea artificialmente la necesidad de ver esa misma exposición. O, en el mejor de los casos, pensar que “valorizar” significa organizar unas clases de yoga o zumba para recordar a la mayoría de la gente que existe un lugar llamado “museo”. Se trata, si acaso, de una valorización de las energías y los recursos culturales locales (Ilaria Bonacossa hablaba de ello hace unos días en estas páginas, a propósito de las ferias de arte), sin olvidar que siempre estaremos actuando en un contexto global: y en este sentido es útil subrayar cómo muchos de los problemas y retos de las comunidades individuales son en gran medida compartidos (baste pensar en el problema de la sostenibilidad medioambiental), cómo la colaboración internacional es un recurso extraordinario para intentar superarlos, y cómo una cultura inclusiva y abierta puede aportar continuamente respuestas y argumentos. Y un modelo cultural que, además, se base en la mejora continua de los procesos, en la planificación a largo plazo (y por tanto en la capacidad de planificar), en la protección de las obras y del trabajo, en la investigación, en la consolidación de los resultados adquiridos, en la revalorización del potencial territorial. Un “sistema cultural que demuestre estar en consonancia con el espíritu de los tiempos, y con las nuevas necesidades de rediseñar nuestra relación con el espacio y el tiempo de un modo más suave”, como defiende Michele Trimarchi. La crisis, en esencia, no ha hecho más que reafirmar la necesidad de tomar un camino ya indicado por muchos: habrá que ver si tenemos la voluntad y el valor de seguirlo. De lo contrario, del pasado no quedarán más que fotografías en blanco y negro.


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