Una oposición en el ministerio marca la madurez, cantaba el CCCP. El problema es que, para los opositores a 500 plazas de funcionario del Ministerio de Cultura, la madurez llega tarde, o mejor dicho: muy tarde. Incluso una lectura superficial de los resultadosde la primera prueba, el megacuestionario que desató interminables polémicas, revela una situación bastante inquietante. De acuerdo: en el mejor de los casos, la oposición exigía, además de un título universitario, un máster de dos años. Es decir: suponiendo una carrera universitaria lineal, serían siete años de estudio. Teóricamente, el candidato más joven tendría por tanto veintiséis años. Soy consciente de que se trata de cálculos puramente espannométricos, pero también es cierto que, dentro de un sistema que funcione y garantice un puesto de trabajo a quienes elijan una carrera en el sector del patrimonio cultural, la edad media de los candidatos debería haber rondado los treinta o treinta y cinco años.
Llama la atención, sin embargo, el enorme número de candidatos nacidos en los años setenta, con incluso algunos mayores de cincuenta años no muy lejos de la edad de jubilación. Candidatos hiperespecializados, que han pasado por exigentes carreras de especialización (obtener una licenciatura en historia del arte, arquitectura o arqueología, se diga lo que se diga, es cualquier cosa menos fácil), por escuelas de especialización que les han proporcionado competencias profesionales de alto nivel, o por doctorados que también les habrían preparado para un futuro como profesores. Candidatos que, sin embargo, suelen tener trabajos precarios (o no trabajan), que van (cuando van) de renovación de contrato en renovación de contrato, a menudo por sueldos irrisorios y miserables si se comparan con los exigidos para determinados puestos de trabajo. O candidatos que se ven obligados a trabajar en dos o tres empleos para mantener a una familia (porque muchos son padres y madres de familia, algunos han ido a Roma para la selectividad con niños a cuestas, y a ellos se suma un nutrido grupo de mujeres embarazadas), y otros que en cambio desempeñan una profesión que nada tiene que ver con la carrera cursada. También hay candidatos que ya trabajan o colaboran en diversas funciones con las Superintendencias y, por lo tanto, esperan obtener un impulso en su carrera gracias al concurso. No son historias inventadas para impresionar al lector: son relatos que surgen de los numerosos grupos de Facebook que reúnen a los miles de candidatos al concurso del Ministerio. Casi veinte mil, para ser exactos, que competirán por quinientos puestos, distribuidos de forma diversa según el perfil profesional.
Candidatos que esperan, ganando la oposición, dar un giro a sus carreras con un puesto fijo que les garantice un sueldo digno. Pero al final, aproximadamente uno de cada cuarenta candidatos, por término medio, se verá recompensado con un puesto en el ministerio. Entonces, ¿es posible hablar de esperanza, o más bien de desesperación provocada por un sector asfixiado, incapaz de ofrecer oportunidades a tantos jóvenes que han elegido o intentan elegir una carrera en el patrimonio cultural, un sector reacio a realizar inversiones a largo plazo, dirigido por un Ministerio en el que trabajan empleados cuya edad media supera con creces los cincuenta años, y que probablemente se verá obligado a cerrar sus puertas dentro de unos años, si las cosas siguen como hasta ahora?
Lo cierto es que, desgraciadamente, los resultados de la prueba de preselección son los que mejor retratan un conjunto de situaciones bien documentadas por encuestas e investigaciones. Citemos la 17ª Encuesta (2015) - Condición Laboral de los Titulados, realizada por el consorcio AlmaLaurea: según esta encuesta, de la muestra de titulados en materias relacionadas con el patrimonio cultural entrevistados, sólo el 58% de ellos encontró un empleo cinco años después de graduarse, y de este 58% tener un trabajo estable es el 64,6%. Sin embargo, hay otros datos inquietantes: de estos jóvenes entrevistados cinco años después de su graduación, hasta un 41,7% declaró estar trabajando en una profesión para la que no le servían las competencias adquiridas durante sus estudios. Y el salario medio era de 937 euros netos al mes, con una gran disparidad entre lo que ganan los hombres (1.250 euros de media al mes) y las mujeres (856 euros).
En los últimos días, mucha gente ha discutido en particular sobre las preguntas del concurso: es evidente que un método de selección de este tipo no premiará a los más inteligentes o a los más capaces, sino que premiará sobre todo a los que han tenido más tiempo para preparar y quizás asimilar mnemotécnicamente los cientos de nociones en que se basaban las pruebas. Por otra parte, también es el tipo de selección más rápido para hacer frente a un ejército de casi veinte mil personas que esperan encontrar un trabajo decente. Por tanto, se puede poner mucha carne en el asador: se puede hablar de la calidad de las preguntas del concurso, de posibles favoritismos, carriles preferentes y conspiraciones varias (en los grupos de Facebook dedicados al concurso, en estas horas, hay un aluvión de polémicas de diversa índole, con los consiguientes anuncios de recursos, intercambios de bromas y acusaciones entre los que aprobaron y los que no: mejor glosar episodios cuyo único mérito es casi siempre servir de prueba de fuego del grado de desánimo), se puede hablar de que las universidades crean carreras más útiles para asignar cátedras que para dotar de competencias a sus titulados, se puede hablar de que el concurso es totalmente insuficiente para cubrir las necesidades del Ministerio (aunque el Ministro Franceschini presente el concurso, de forma engañosa e incluso un tanto ridícula, como un“cambio”, parece que para cuando los ganadores ocupen sus puestos en el MiBACT, ya se habrán jubilado el doble de trabajadores, por lo que el balance seguirá siendo negativo). Podemos hablar, en fin, de cualquier cosa, pero las verdaderas preguntas que deberíamos hacernos son más o menos éstas: ¿por qué han participado en el concurso nada menos que 20.000? ¿Por qué tantos, demasiados, tienen unamedia de edad tan elevada? ¿Qué es lo que llevó a estas personas a participar en el concurso? ¿Por qué no somos capaces de ofrecer oportunidades reales y serias a este grupo de jóvenes y mayores con aptitudes de alto nivel?
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