El arte de "Maisons du Monde" se exhibe en la Bienal de Venecia


La exposición internacional de la Bienal de Venecia 2022, muy reaccionaria, y el Pabellón de Italia son síntomas de la misma enfermedad: los artistas se refugian en el pedestal de la obra para no enfrentarse al presente.

La Bienal de Venecia y el Pabellón de Italia son las pruebas de fuego de una crisis del arte contemporáneo que se arrastra desde hace al menos diez o quince años. Como he sostenido varias veces en los últimos años, el sistema del arte contemporáneo (mercado y eventos) se basa en cuatro fundamentos que no necesitan calidad ni juicio sobre el contenido (dinero público, recaudación, exenciones fiscales, publicidad de nicho). Por “calidad” entendemos la capacidad de abordar las cuestiones más acuciantes de nuestro tiempo, rompiendo con el siglo pasado y evitando así el lenguaje derivado y las poses nostálgicas. La cita del pasado puede estar ahí, de hecho quizá sea inevitable, pero debe convertirse en un puente para abordar el presente y no en una forma de replegarse en el pasado. Cada año, los grandes acontecimientos del arte contemporáneo se convierten en síntomas de esta crisis que el sistema no tiene por qué afrontar y resolver.

Lo interesante es que la exposición internacional comisariada por Cecilia Alemani en la Bienal de Venecia y el Pabellón de Italia de Gian Maria Tosatti son dos síntomas extremadamente explícitos. El primer paso que debe dar el enfermo para curarse es precisamente reconocer su enfermedad a través de sus síntomas. La Bienal de Cecilia Alemani, fuertemente apoyada por artistas modernos como Paula Rego, si se lee a través de las obras producidas en los últimos diez años, se convierte en una exposición extremadamente conservadora y reaccionaria, en la que el elemento surrealista se convierte en una “emoción freak” a proporcionar al visitante de un “parque de atracciones para adultos”. Es evidente cómo los artistas han optado por refugiarse sobre el pedestal de la obra para no tener que enfrentarse a un presente que desconocen y, lo que es más importante, al que no tienen que enfrentarse.



Utilizando una definición que acuñé en 2009, se trata de un paso del Ikea evolucionado a las “Maisons Du Monde”: las obras se convierten en chucherías inofensivas, en baratijas agradables para un colonialismo de retorno. Pero la culpa no es de la comisaria Cecilia Alemani, y en esto hay que ser muy claros: la culpa es de un menú nacional e internacional que en los últimos veinte años no ha producido artistas de calidad salvo en clave derivativa del arte moderno y noventero. Nadie saca esto a relucir porque en el público sólo hay insiders que tienen que mantener buenas relaciones con todos para no perder oportunidades de trabajo.

La leche de los sueños, Bienal de Arte de Venecia 2022, comisariada por Cecilia Alemani. Fotografía de Roberto Marossi
La leche de los sueños, Bienal de Arte de Venecia 2022, comisariada por Cecilia Alemani. Foto de Roberto Marossi
La leche de los sueños, Bienal de Arte de Venecia 2022, comisariada por Cecilia Alemani. Fotografía de Roberto Marossi
La leche de los sueños, Bienal de Arte de Venecia 2022, comisariada por Cecilia Alemani. Fotografía de Roberto Marossi
Gian Maria Tosatti, Historia de la noche y destino de los cometas, Pabellón de Italia en la Bienal de Venecia 2022. Fotografía de Andrea Avezzù
Gian Maria Tosatti, Storia della notte e destino delle comete, Pabellón de Italia en la Bienal de Venecia 2022. Fotografía de Andrea Avezzù

No existe un público verdadero y apasionado, como demuestra la historia de Gian Maria Tosatti, el único artista del Pabellón de Italia 2022. Hasta hace unos meses, Tosatti era un artista marginal en la escena italiana y, de repente, consigue tres nombramientos importantes (artista único del Pabellón de Italia, director artístico de la Quadriennale di Roma, proyecto en solitario en el Hangar Bicocca): una situación que en Italia, un país donde los concursos públicos son difíciles de llevar a cabo con transparencia, no es nada agradable de ver. En una rueda de prensa pocos días antes de la invasión de Ucrania por orden de Putin, Tosatti calificó la guerra y la cuestión ucraniana de “gilipolleces”, porque el verdadero problema es que el hombre debe evolucionar (“Nunca nos movemos: esta es la batalla, la guerra que hemos perdido: no estamos evolucionando”). Pero el nuestro no explica en qué consiste esa evolución, y nos habla de una civilización en decadencia, cuando cualquiera que conozca la historia sabe que no vivimos en “el mejor de los mundos posibles”, sino desde luego en “el mejor de todos los mundos que han existido” en cuanto a niveles de bienestar, libertad y salud. Pero, claro, la narrativa del declive conviene a cierta retórica que llega a citar a Pier Paolo Pasolini, quien en 1975 habría dado todo Montedison por tener luciérnagas.

Y es precisamente una fábrica que quebró durante Covid la protagonista del Pabellón Italiano de Gian Maria Tosatti. Lástima que sin la beneficencia, a la que también contribuyó Montedison, quizá esa fábrica nunca hubiera existido y Covid hubiera causado millones de muertos. Tosatti quiere hablarnos a toda costa de un “fracaso industrial” sin darse cuenta de que su Pabellón de Italia ha sido financiado por el mismo sistema industrial al que él mismo se refiere como “en quiebra” (1,4 millones de euros proceden de Valentino, alta costura, y Sanlorenzo, yates de lujo) y 600.000 euros del Estado. Es decir, por los mismos ciudadanos que luego deben visitar, aún pagando, este mismo Pabellón de Italia.


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