El arte de Christo, ¿democrático y elitista al mismo tiempo?


Los muelles flotantes de Christo y Jeanne-Claude han sido criticados por su carácter antidemocrático. Pero, ¿es realmente así? He aquí un aspecto fundamental de su arte.

Como es bien sabido, en los últimos días han llovido muchas críticas sobre Los muelles flotantes, la obra de Christo y Jeanne-Claude en el lago de Iseo. El problema es que se ha hablado muy poco del arte y mucho del entorno. Por ejemplo: cuando Philippe Daverio, una persona por la que sentimos un gran respeto, dice que la obra es"una alternativa a las fiestas de los pueblos", no está expresando una crítica a la obra: no es tarea del artista asegurarse de que su instalación no se confunde con una atracción de feria. Si se ha reducido trivialmente a tal función, es porque las instituciones y los medios de comunicación han creado durante meses una enorme expectación en torno a Los muelles flotantes, concediéndole un protagonismo mediático que rara vez, al menos que se recuerde, se ha concedido a unaobra de arte contemporáneo. La fiesta del pueblo, en esencia, no es la obra, sino que está alrededor de la obra. Y la crítica de Vittorio Sgarbi, según la cual la obrano tiene "nada que ver con la valorización del territorio", parece totalmente engañosa. Sgarbi olvida quizás que Christo es un artista, no un concejal.

Christo y Jeanne-Claude, Los muelles flotantes desde arriba
Christo y Jeanne-Claude, Los muelles flotantes (2016) desde arriba. Foto de Luca Zuccala de ArtsLife


Más interesante es un artículo de Pierluigi Panza publicado hace unos días en su blog Fatto ad Arte (Corriere della Sera), en el que se da un enlace a otro artículo publicado en el blog de una escritora, Giulia Inverardi, que vive en el lago de Iseo y expresa todas sus más que legítimas dudas sobre la operación. Entre las acusaciones lanzadas contra Christo figura la de que el artista no es muy proclive al diálogo con las comunidades locales en la realización de sus obras y, en consecuencia, sus instalaciones carecen de democracia, pareciendo casi decisiones tomadas desde arriba. Estas críticas son interesantes no tanto porque estén bien fundadas: Christo siempre pide las autorizaciones pertinentes para sus obras de arte, y sus declaraciones, que a menudo parecen contradictorias y a veces deliberadamente provocadoras (y en esta forma de tratar con los medios de comunicación, Christo muestra una actitud bastante similar a la de Andy Warhol, cuyas contradicciones casi constituían una firma estilística), siempre deben tratarse con la debida cautela. Si, por ejemplo, en una entrevista concedida a la revista Abitare, Christo declaraba que sus contactos con la comunidad local se limitan a solicitar autorizaciones (aunque afirmaba que cuando el artista “toma prestado un espacio público”, hereda así “todos los elementos que componen la realidad de este lugar” y acaba inevitablemente por “implicar a las personas que viven este espacio de forma cotidiana y física”), en otra entrevista, concedida al Corriere, el artista afirmaba que “siempre cuenta con el apoyo de las comunidades con las que trabajamos”: si no, Christo “renuncia al proyecto”. Por tanto, si ya es difícil interpretar todas las declaraciones de Christo, incluso las que contrastan abiertamente entre sí, la peor manera de presentar al artista ante el lector es hacer un cherry picking imprudente que corre el riesgo de hacer pasar al personaje por lo que no es (o, a lo sumo, de ofrecer una lectura más que superficial de él). Y si, por el contrario, la decisión parece venir de arriba, es evidente que los ciudadanos que se oponen a ella deberían tomarla no tanto con Christo como con sus administradores: un poco como lo que está ocurriendo en La Spezia con las obras de la Piazza Verdi. Aunque se trate de situaciones poco comparables: una obra efímera financiada (íntegramente o, al menos, en gran medida) por el artista, frente a la repavimentación de una plaza a costa de la colectividad y con fondos que se habrían destinado a la recuperación de zonas degradadas. Pero en La Spezia, más que contra Daniel Buren, la gente ha arremetido (con razón) contra la administración local.

Así pues, se ha dicho que las críticas anteriores son interesantes no porque estén fundadas: son interesantes porque permiten comprender un aspecto fundamental del arte de Christo. La acusación es que es antidemocrático. La cuestión es que el arte de Christo, en su fuerte carga provocadora (particularmente vívida al principio de su carrera, y ahora quizá un poco más tenue, pero sin embargo todavía muy presente), establece un cortocircuito típicamente nouveau réaliste, que ha sido bien analizado en una interesante lectura filosófica de una de sus obras, The Gates, propuesta por un profesor de estética de la Universidad de Nueva York, David LaRocca (y recogida en un volumen, que también puede encontrarse en Google Books, dedicado a la influencia del pensamiento de Ralph Waldo Emerson en la filosofía, la literatura y el arte contemporáneos). La paradoja es que el arte de Christo puede parecer democrático y elitista al mismo tiempo, y el razonamiento realizado para The Gates (que data de 2005) puede extenderse fácilmente a The Floating Piers. La obra, dice LaRocca, es democrática por estar abierta a todos, por ser gratuita, por estar situada en un lugar de fácil acceso, por su extensión. Pero al mismo tiempo, al ser una obra concebida únicamente por dos personas (Christo y Jeanne-Claude), puede considerarse la “manifestación pública de una fantasía privada”, el “gesto de alguien que se sintió inspirado para crear el proyecto y que tuvo la capacidad de obtener el apoyo político, social, económico y material para realizarlo”. Desde este punto de vista, se trataría por tanto de una obra totalmente inaccesible al público, porque la idea es del artista, porque Christo no pidió a nadie que le ayudara a elaborar los detalles de su obra, ni pensó nunca en sucumbir a la presión de la opinión pública acabando por introducir cambios significativos que desvirtuarían su idea inicial.

Christo y Jeanne-Claude, Las puertas (2005)
Christo y Jeanne-Claude, The Gates (2005). Crédito

Christo y Jeanne-Claude, El Reichstag empaquetado (1995)
Christo y Jeanne-Claude, Reichstag envuelto (1995). Crédito

Sin embargo, continúa LaRocca, no se trata en absoluto de que un artista que se obstina en seguir su idea y no acepta compromisos relevantes sea un artista "intransigente y testarudo“, simplemente porque la idea de la obra ya incorpora un ”amplio espectro de posturas". Para el arquitecto estadounidense Frederick Olmsted, el componente artístico de un paisaje arquitectónico va siempre de la mano de la gestión de la ciudad, el urbanismo, la educación, la salud pública: para Christo y Jeanne-Claude es exactamente lo mismo, porque su actividad artística ya tiene en cuenta estas exigencias desde el principio, y de esta visión de conjunto se deriva la escasísima inclinación del artista a cambiar sus planes. El objetivo del arte de Christo y Jeanne-Claude, sigue diciendo LaRocca, es “poner en marcha una provocación temporal hacia la percepción”: no es arte conceptual, sino arte que “hace posibles nuevas concepciones”. Christo, en algunas ocasiones, contó (quizá incluso un poco divertido) cómo, con motivo de su famoso envoltorio del Reichstag, mucha gente se había acercado a las lonas para tocarlas. He aquí otra paradoja nouveau réaliste: el objeto de la realidad, oculto por la obra de arte, está quizá más presente que cuando no está cubierto, porque la gente se acerca al objeto con una percepción renovada. Lo mismo ocurre con el paisaje (el de Central Park como el del lago de Iseo): la obra ofrece una nueva forma de observar la realidad, y quizá de tener una nueva conciencia de ella (de hecho, muchos esperan que Los muelles flotantes puedan contribuir a abrir los ojos de muchos sobre la cementificación del paisaje lacustre).

Si el arte de Christo estuviera sujeto a condicionamientos, la libertad del artista se vería afectada y, en consecuencia, al menos según una interesante lectura ofrecida por el crítico Albert Elsen y traducida al italiano en el catálogo de la exposición de Christo y Jeanne-Claude en Lugano en 2006, se alteraría la capacidad del observador para ver lo que de otro modo no vería. El dúo Christo y Jeanne-Claude son, utilizando una eficaz expresión del propio Elsen, una pareja de “visionarios de lo visible”: dos artistas acostumbrados a pensar en abstracto pero capaces de dar forma concreta (y útil, añadiría yo) a sus visiones cuando encuentran un contexto capaz de inspirarlas adecuadamente.


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