Numerosas y violentas polémicas han agitado las aguas del Ministerio de Cultura en los últimos días. Polémicas que han estigmatizado la labor de los dos últimos ministros, Gennaro Sangiuliano y Dario Franceschini, y que han desembocado en la dimisión del primero como ministro y en una autodefensa del segundo en relación con un regalo recibido por la ciudad de Pompeya. En los últimos años, este último se ha convertido en el epítome de la política del Ministerio; es decir, de una política que lo ha apostado todo a la valorización del patrimonio, convirtiéndolo en el primer motor de la economía de la zona.
Digamos, pues, que todo lo que ha ocurrido se ha saltado una vez más un hecho fundamental. A saber, que la primera y verdadera forma de valorización de nuestro patrimonio artístico es su conservación. Un tema del que nadie habla, todos convencidos de que conservación coincide con restauración, lo que no es cierto por dos razones principales, ambas expuestas por John Urbani desde la dirección del Instituto Central de Restauración, que era todavía un referente internacional indiscutible en materia de conservación, restauración y protección. Primera razón, la necesidad de establecer una metodología de recogida de datos que informe sobre el estado actual de la cosa a conservar como un “ente medible”, del que se puedan deducir objetivamente técnicas con las que frenar al máximo su continua evolución, metodología que hasta la fecha (2024) nunca se ha aplicado, por lo que se puede afirmar que en ausencia de esa medida, la restauración se realiza a ciegas.
La segunda razón es que la causa principal de la degradación de nuestro patrimonio artístico -una degradación que no afecta a obras individuales, sino a su conjunto- son los desequilibrios medioambientales a los que se ve sometido continuamente. De ahí la necesidad de que el Ministerio se dote de una organización integrada por personalidades preparadas para ocuparse de la conservación del patrimonio en relación con el medio ambiente. En el caso aprovechando un modelo que aún hoy es único. El “Plan Piloto para la Conservación Programada del Patrimonio Cultural en Umbría”, realizado por Urbani con los laboratorios de investigación de Eni y numerosos institutos universitarios italianos y de otros países, que se presentó en 1976 y fue rechazado de inmediato por los políticos de izquierdas basándose en razones semifarcisistas como las esgrimidas en un artículo de l’Unità, afirmando que se trataba de “un ataque preciso a las propuestas presentadas por las fuerzas de izquierda, y en particular por el Partido Comunista Italiano, en favor de una gestión más democrática del patrimonio cultural [...] en lugar de entregar porciones enteras del espacio público de explotación a grupos privados en nombre de una burda ideología managerial”, y no de lo que era. Un proyecto de investigación ejecutiva, que subordinaba a una “verificación sobre el terreno” las opciones que debían tomarse, dentro de un cierto número de variables que en cualquier caso habían sido definidas, en relación con el tamaño, la organización y los métodos de trabajo de una estructura encargada de la conservación del patrimonio artístico de Umbría, como en cualquier otra región.
Aquí, pues, la reanudación de la obra de Urbani interrumpida hace medio siglo por una burocracia, según sus palabras, “no sólo sorda, sino ferozmente hostil a cualquier instancia de progreso técnico y organizativo”, podría ser la baza del nuevo ministro Giuli. Para conseguir, por fin, una forma diferente de abordar la cuestión de la protección que, entre otras cosas, le libraría de hacer de Pompeya el ombligo de la acción de salvaguardia del patrimonio artístico italiano. Es decir, le liberaría de acudir a excavaciones para decir que encontrar un cadáver carbonizado en un lugar, Pompeya, sumergido por la lava a 2.000 grados del Vesubio es un hecho cultural importante; le libraría de la vergüenza de decir a sus colegas del G7 que, en la época de los microrreactores para una energía nuclear limpia, la tecnología puntera en Pompeya es Le libraría de tener que oíral director de Pompeya, Zuchtriegel, decirle, como ha hecho en muchas entrevistas, que en los tiempos en que era estudiante en Berlín solía discutir con sus amigos sobre el pensamiento de Giorgio Agamben, pero mostrando ignorancia del hecho de que el filósofo romano siempre ha colocado a John Urbani entre sus maestros, dedicándole -en letra impresa- su L’uomo Urbani (El hombre), obra que escribió en 1863. en letra de imprenta- su L’uomo senza contenuto, escribiendo además la introducción a algunos de sus libros. De haberlo sabido, también habría sabido medirse con los temas tratados por uno de los pocos hombres de pensamiento que han aparecido en la galaxia del patrimonio cultural en las últimas décadas, Urbani. Temas de importancia fundamental como la aleatoriedad, cuando no nocividad, de las restauraciones estéticas, o el hecho de que hoy el patrimonio artístico se haya convertido en “un componente medioambiental antrópico tan necesario para el bienestar de la especie como el equilibrio ecológico entre los componentes medioambientales naturales”, hasta cuestionar “el papel desempeñado por el azar en el arte actual”, tema este último que debería haber llevado al director Zürich Zürich a plantearse “el papel del azar en el arte actual”.tema este último que debería haber llevado al director Zuchtriegel a preguntarse si una serie de pobres muertos fijados por un molde de escayola en los espasmos de un horrible final puede ser una obra de arte, como señaló en vano una importante historiadora de la cultura, Eva Cantarella, al comentar una exposición en la que el entonces director de Pompeya, Osanna, colocaba a esos pobres muertos en perchas, convirtiéndolos en una “instalación” de un Calder campaniano necrófilo.
Pero, sobre todo, al hacerlo, Giuliani se libraría también de la vergüenza que suponen las multitudes que atascan las estrechas calles de los centros históricos italianos, acabando con los hoteles tradicionales en favor de los bed and breakfasts, rebajando radicalmente el nivel de la restauración y dejando excrementos de diversa índole en las calles: setenta mil visitantes en los Uffizi el puente del 1 de mayo, es decir, aproximadamente toda la población de Viterbo, incluidos bebés y abuelos. Por último, cierro este artículo con una cita que pretende quitar al lector la idea de que se encuentra ante el sueño habitual del alma bella y soñadora. Una cita de un texto en el que Urbani escribía: “De Toynbee hemos aprendido que cuanto más consigue Occidente irradiar su tecnología sobre el resto del mundo, más se le opone éste en su defensa a ultranza de sus propias tradiciones culturales, diversas y variadas. Sin embargo, incluso los testimonios materiales de estas tradiciones, no muy distintos de los nuestros, se enfrentan a una ruina que sólo puede contrarrestarse con innovaciones tecnológicas bien dirigidas. ¿Por qué no depositar en ellas la esperanza de que lo que hasta ahora ha conducido a la separación y la disensión pueda algún día reunificarse y sanar?”.
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