Ilaria Bonacossa. Creo que todavía es un poco prematuro ver los efectos de la pandemia. A excepción de algunos artistas internacionales, cuyo estudio es una auténtica fábrica de producción, el cierre no ha tenido un impacto tan significativo en la transformación de su vida cotidiana, aunque haya puesto en suspenso sus exposiciones y la posibilidad de conocer la obra de otros. Temas como la dificultad de relacionarse, el miedo al otro y ciertas visiones distópicas ligadas a la sociedad contemporánea y a nuestra obsesiva relación con la tecnología han sido objeto de reflexión por parte de artistas italianos e internacionales durante varios años. En mi opinión, uno de los efectos más significativos de la pandemia fue que el mundo del arte se reconoció como parte de un sistema que necesitaba sentirse unido, hacer equipo, abandonando inútiles visiones competitivas. Así lo demostraron las campañas de venta de obras en apoyo a los hospitales en el primer encierro de la primavera de 2020, o los proyectos de agregación entre galerías como “Itálica”, que contaba, a través del arte contemporáneo, la excepcionalidad de nuestro país.
También nos hemos dado cuenta de que necesitamos arte. El cierre lo ha demostrado con creces: los museos son lugares que nos ayudan a pensar, a formar una sociedad más inteligente, más consciente, más abierta a la diversidad y a la transformación. Son una herramienta social fundamental. Y el arte contemporáneo siempre ha ido un paso por delante en la interpretación del presente y del futuro gracias a su vocación de imaginar mundos más o menos distópicos. Lo que estamos viviendo es tan inesperado que el arte puede ser, sin duda, una buena manera de entenderlo.
Ivana Spinelli, Meditation place (2020; Somier de madera, pintura en aerosol, gomaespuma, tela 73 x 66 x 123 cm). Cortesía de la artista y Gallleriapiù. Foto Stefano Maniero |
IlariaGianni. Estoy de acuerdo con lo que ha dicho Ilaria, subrayando el aspecto relacionado con la dimensión de confrontación y puesta en común. Sin duda, los artistas han sentido la falta de espacio relacional en sus diversas articulaciones: desde la relación con el espacio expositivo hasta la relación con el público; desde las conversaciones cotidianas que tienen lugar en el estudio hasta las más institucionales. Muchos han sacado la situación de lo ordinario para centrarse en su trabajo, poniendo en marcha planes que nunca han llegado a realizarse. Otros sintieron la necesidad de reflexionar sobre sus posiciones no sólo formales y conceptuales como intérpretes del imaginario, sino como agentes políticos en un entorno social tan precario.
En mayo se fundó Art Workers Italia, un grupo de investigación y acción que ha estado activo en los últimos meses para conseguir el reconocimiento de la profesionalidad y la protección de los trabajadores del arte contemporáneo con el objetivo de repensar la lógica de todo el sector de forma colectiva. En julio, el Foro de Arte Contemporáneo Italiano, una organización informal creada en Prato en 2015, se reunió con el objetivo de responder a la presión a la que la pandemia de Covid-19 ha sometido a las artes visuales contemporáneas, debido también a la falta de intervención del mundo político. Artistas, comisarios, críticos, profesores, han puesto sus conocimientos sobre el terreno, han donado su tiempo, se han comprometido en primera persona, motivados por la esperanza de construir un camino estructurado que pueda dejar una huella tangible en el presente y para el futuro del sistema del arte contemporáneo.
También me gustaría decir que lo que más me ha llamado la atención durante esta pandemia es la dirección que han tomado las obras concebidas y producidas como respuesta a este momento histórico. Hacía mucho tiempo que no presenciaba obras tan reflexivas y comprometidas, decididas y atractivas. Muchos artistas parecen abrir vías en la lectura de nuestro presente, sugiriendo cómo el arte, al elevar el tono de su voz, ha decidido desviarse de las representaciones que se nos dan de la sociedad contemporánea. Sin desplegar la fuerza brutal machista y violenta a la que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación que nos rodean, los artistas han opuesto un poder visual imbuido de traducción crítica, imaginación y fuerza generadora. He visto obras que han sentado las bases de un puente que conducirá a la puesta en marcha de una conciencia crítica a través de la investigación y de ejercicios de interpretación: obras centradas en el cuestionamiento de las posiciones, en las que emerge el coraje de crear un discurso crítico para abordar cuestiones entendidas como urgentes (el antirracismo, la redefinición de las políticas de identidad, la crisis ecológica, la relación con lo digital, el terrorismo mediático, por citar sólo algunas).
Nos encontramos ante una nueva generación de artistas interesados en recuperar el presente, que han sentido el impulso de dar la espalda a los grandes centros urbanos (muchos han decidido trasladarse a zonas rurales y enfrentarse a un paisaje más auténtico y ancestral) en un intento de analizar mejor esa esquiva complejidad de la contemporaneidad que habitamos. La tensión entre Naturaleza y Presente, y sobre todo entre Naturaleza y Futuro, que ha puesto de manifiesto esta pandemia ha llevado a los artistas a reflexionar sobre su papel, tomando conciencia cada vez más abiertamente de cómo la elaboración de la imaginación es una de las estrategias más fuertes de resistencia.
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