La invitación de Finestre sull’ arte a debatir sobre el destino de la crítica de arte merece una “respuesta crítica” y, en mi opinión, conviene partir de algunos puntos fijos. La crítica de arte es un trabajo de fondo, que requiere preparación y pericia; un trabajo, por tanto, que hay que perfeccionar con la experiencia, pero también con la intuición y, sobre todo, con la curiosidad. Curiosidad por comprender, profundizar, argumentar y analizar un proceso artístico que ha llegado a su fin y a un punto muerto (temporal). El discurso crítico siempre añade algo más y derivado a la obra del artista y produce textos que son el resultado de una práctica creativa y generadora de sentido, lateral y tangencial a la obra de arte. La crítica surge de un diálogo, y dependiendo de si éste se produce desde una posición cercana o distante, silenciosa y solitaria, o compartida y recíproca, entonces adquiere diferentes connotaciones, variando su pauta. La importancia del encuentro entre estas instancias, la del artista y la del crítico, es vital para el arte y para el artista.
En Italia, la crítica de arte contemporánea existe y vive, aunque bien diluida en el río de palabras que fluye incesantemente en publicaciones y plataformas online y offline, tanto que no es inmediato aislarla y aprovecharla. Y, sin embargo, he de reconocer que, en ocasiones, me ha ocurrido compartir con amigos y colegas que trabajan en las redacciones de revistas del sector, la constatación de que cada vez es más escasa una cierta crítica de arte, si entendemos ese discurso crítico desligado de la dirección unidireccional del juicio y la apreciación semáforos positivos como acto debido (también hay que decir que ni siquiera alcanza un juicio de gusto, muy a menudo, instalándose en un estadio aún más involucionado del comentario). Una de las hipótesis más plausibles es que, en la línea editorial de algunos periódicos, la crítica negativa ha sido sustituida por una indiferenciamás justa y oportunista: una especie de pasar por alto, no mencionar, ignorar lo que no se considera digno de mención y comentario. El resultado es una reseña (que debería ser, por tanto, una selección) de piezas críticas positivas. Dejando a un lado ciertas consecuencias inmediatas y colaterales de tal actitud “positivista” -como, por ejemplo, cierta innegable homologación de la crítica “de servicio”-, queda la duda de que, al menos estadísticamente, no todo lo que se visibiliza es acertado, eficaz y prescindible en un discurso crítico. Lo que Alfonso Berardinelli dijo sobre el periodismo cultural(Repubblica, 3 de diciembre de 2021) también puede reflejarse parcialmente en el arte contemporáneo: forma parte de la lógica del mercado, a la que responden en buena medida (aunque no totalmente) las revistas de arte y de gran tirada, que determinados artistas, proyectos, organizaciones o temas también reciban mayor visibilidad debido a un crédito social acumulado, y por tanto debido a una discreta influencia potencial en las funciones vitales de la propia revista.
La crítica publicada en los volúmenes merece un debate aparte. “¿Quién lee ya los textos de los catálogos?”, le gustaba observar estos últimos años a Enrico Crispolti, y proseguía: “si nos engañamos pensando que escribimos para nuestros contemporáneos, nos equivocamos, escribimos para la memoria futura... siempre que esté bien ordenada”. El sentido ético de nuestra profesión debe pasar también por la conciencia de que lo que escribimos hoy puede favorecer un análisis ulterior, un reverdecimiento del discurso crítico en un futuro próximo o lejano. La crítica, en efecto, siempre añade algo a lo existente, dando lugar a un discurso y a una serie de discursos, que continúan y se engrosan. Plantear dudas, impugnar, machacar (si se considera útil), es parte constitutiva del discurso crítico y si lo eliminamos, si nos privamos de ello como comunidad del sistema, no sólo perjudicamos a la comunidad (frenando su desarrollo rizomático) sino que privamos a launa parte no desdeñable del discurso en torno a su obra, limitando inevitablemente no sólo su impacto sino también su permanencia en la memoria; de hecho, cuanto más se estructure un discurso crítico complejo en torno a una obra, más se fortificará su presencia en el imaginario y en el propio discurso crítico.
Por razones familiares, me encuentro a menudo con estudiosos del cine y envidio la vivacidad crítica de esa comunidad sistémica; para ellos, la crítica negativa se gasta con mucha más frecuencia junto al discurso apasionado de la defensa y la apreciación. La crítica también se convierte en rutina, pero casi siempre se define dentro de un perímetro de respeto debido y apropiado al objeto de análisis. Incluso desde la crítica y la crítica negativa, de hecho, se genera un discurso de sentido que se amplifica así en un debate que enriquece el pensamiento. Por estas razones, he reflexionado a menudo sobre las diferencias entre el sistema del cine y el del arte contemporáneo. En primer lugar, los críticos de cine (así como el público) tienen un acceso casi instantáneo a las obras, mayores o menores, que se producen internacionalmente y, aunque pueda parecer retórico o superfluo mencionarlo, en mi opinión esto es una demostración simple y no teórica de que el cine sigue siendo, en perspectiva histórica, el “nuevo” medio. Si excluimos el net art o las obras de vídeo que también pueden disfrutarse en la pequeña pantalla, a los amantes de las artes plásticas y visuales nos resulta más oneroso y complicado disfrutar en presencia de las obras que nos gustaría analizar o sobre las que nos gustaría actualizarnos, y muy a menudo recurrimos a reproducciones, re-mediaciones, relatos, documentación más o menos eficaz. Esto explica entonces, en pequeña medida, la cantidad de crónicas de arte (desprovistas por tanto de juicio o de discurso crítico) que pueden confundirse con la crítica. El necesario anclaje de una obra de arte en el espacio y el tiempo, frente a la replicabilidad del cine en las pantallas, no es una diferencia menor. De ello se desprende que la crítica de arte de obras examinadas en presencia se orienta dentro de una gama asequible, en función de los medios de que se disponga, del tiempo que se pueda dedicar a viajar y desplazarse, y de la elección exclusiva que se acabe haciendo. También por esta razón, la crítica de arte tiene características nacionales o incluso regionales absolutamente marcadas, en comparación con la crítica de cine, que es por naturaleza internacional. De hecho, podemos ver cómo, en el arte contemporáneo, una cierta crítica -incluso negativa- emerge sobre todo con respecto a las obras y operaciones de artistas de perfil y resonancia internacional o mundial, y ello en virtud de la distancia que se establece entre estos artistas y una gran parte de la crítica militante. Cuando, por el contrario, uno se mueve dentro de una red más reducida, la comunidad colabora, dialoga, intercambia favores y obras, por lo que está en la naturaleza humana preferir a veces la vida tranquila y la oportunidad profesional a la integridad y profundidad del discurso crítico. En estos casos, paradójicamente, la crítica más auténtica se hace verbalmente, cuando se intercambian opiniones e impresiones, en algunos casos incluso despiadadas pero siempre, por lo que puedo atestiguar basado en la experiencia, serias, motivadas y por tanto respetuosas. En muchos casos, la escritura dulcifica el juicio, cuando no se prefiere (como se decía al principio) pasar por alto, ignorar, seguir adelante.
Las palabras y el lenguaje son la herramienta y la riqueza del discurso crítico, pueden servir para ampliar la narración pero también para ofrecer un análisis capaz de poner a prueba, de enjuagar lo que el artista ha hecho o creído hacer. Si se restableciera esta relación de reciprocidad intelectualmente honesta entre el arte y la crítica, incluso el silencio ganaría su debido peso y, en cierto sentido, su importancia crítica.
Esta contribución se publicó originalmente en el nº 13 de nuestra revista impresa Finestre sull’Arte Magazine. Haga clic aquí para suscribirse.
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