Blu anula sus obras boloñesas: ¿el gesto forma parte de la obra?


El conocido artista callejero Blu ha cancelado sus obras en Bolonia en polémica con la exposición de arte callejero: ¿un gesto que es como una obra de arte? Reflexionamos sobre ello.

A principios de año, Christian Omodeo, comisario de la controvertida exposición sobre arte callejero de Bolonia que se inaugurará el 18 de marzo en el Palazzo Pepoli, fue entrevistado por Artribune a propósito de la polémica suscitada en torno a una muestra que, como saben quienes siguieron sus acontecimientos, también se vio alimentada por la aportación de algunas obras desprendidas de los muros en los que se encontraban. Omodeo, al defender su trabajo (y tratar así de justificar las lágrimas), se expresó sobre el hecho de que la “gente” del arte callejero esté en contra de la musealización de obras de esta manera: “sin darnos cuenta, estamos validando micromusealizaciones del espacio público, sin discutir realmente si tiene sentido o no cristalizar porciones enteras de la ciudad para salvar un arte que ahora piensa en lo efímero más como herramienta de marketing que como portador de significado”.

En las últimas horas, uno de los artistas callejeros más conocidos del mundo, Blu, en abierta disputa con la organización de la exposición, ha retirado sus obras de los muros de Bolonia. El motivo del gesto se explicaba ampliamente en un artículo de Giap, el blog del colectivo Wu Ming al que, como recordaba Michele Smargiassi en Repubblica, Blu encomendó la tarea de divulgar sus intenciones: "Frente a la arrogancia de terrateniente o de gobernador colonial de quienes se sienten libres de quitar incluso los dibujos de las paredes, no queda más remedio que hacerlos desaparecer. Actuar por sustracción, hacer imposible el acaparamiento. [...] Este acto lo llevan a cabo quienes no aceptan la enésima sustracción de un bien colectivo del espacio público, la enésima valla y una multa a pagar. Lo llevan a cabo quienes no están dispuestos a ceder su puesto de trabajo a los siempre poderosos a cambio de un lugar en el buen salón de la ciudad. Lo llevan a cabo quienes tienen clara la diferencia entre quienes ostentan dinero, cargos y poder, y quienes aportan creatividad e ingenio. Lo hacen quienes aún saben distinguir el camino correcto del fácil.

Contra el gesto de Blu, muchos han intentado poner objeciones. Hay quien le acusa de haber contribuido así a hacer un servicio a la exposición y a sus organizadores (la sociedad Genus Bononiae, presidida por Fabio Roversi Monaco) al publicitarla. Hay quien se opone al hecho de que no se trata en absoluto del primer intento de musealizar un arte efímero por naturaleza. Christian Omodeo se opuso a que Blu no hablara de las lágrimas en sus obras. Y algunos reprocharon al artista que privara a la comunidad de una obra de arte que el público podía seguir disfrutando.

Attivisti cancellano opera di Blu
Los activistas borran la obra de Blu. La fotografía es de ArtsLife, donde se puede leer un excelente artículo del director, Paolo Manazza, sobre el tema.

Sin querer entrar en el fondo de los diversos argumentos que se han esgrimido contra la acción de Blu, sobre los que se podría discutir durante horas sin llegar a un terreno común que pudiera unir a todos, quisiera limitarme a dar algunas claves para valorar su gesto, empezando precisamente por la última de las objeciones enumeradas: porque es quizá la más controvertida y la más difícil, y porque es sobre todo desde este punto de vista desde el que el gesto de Blu puede parecer difícil de digerir por quienes han apreciado o amado sus obras en Bolonia. Hace unas semanas, dos de los mayores expertos italianos en arte callejero, Fabiola Naldi y Claudio Musso, fueron entrevistados, de nuevo por Artribune, sobre la cuestión del “arte callejero y las rasgaduras”. De las palabras de los dos críticos aprendimos que "hay prácticas artísticas que nacen con la intención precisa de no ser duraderas o que se exponen a lo perecedero, y esto no sólo concierne al arte urbano y puede entenderse también como la intención misma de la obra: la solución no puede ser sólo la conservación a priori. La finalidad del arte callejero no es dejar obras para que las admiren los que vendrán después de nosotros (pero también los que están aquí ahora), ni tampoco sacar de la decadencia a los barrios suburbanos. Por supuesto: un barrio que se precie de tener una pared en la que se ha creado una obra de un artista de fama internacional sólo puede beneficiarse de esa presencia. Y la actitud cultural de la inmensa mayoría de los amantes y conocedores del arte, fuertemente inclinada a la preservación, no puede sino inquietarnos ante la pérdida de una obra que nos hubiera gustado que siguiera adornando la pared de un edificio. Pero el valor estético que la obra de arte callejero tiene para los observadores, o la función que desempeña para el destino de un barrio, no son más que consecuencias colaterales.

El arte callejero es un arte de crítica y denuncia social, es un arte de contestación, es un arte que choca con loestablecido (y el hecho de que a menudo se enfrente a lo establecido no puede ni debe borrar los orígenes de una práctica que nació para romper moldes y que nació, como su propio nombre indica, en la calle, y no entre las cómodas paredes de los edificios de la alta sociedad), y es una forma de arte en la que la obra del artista se caracteriza por unalibertad extrema. Podríamos argumentar que el arte callejero ha perdido parte de su mordacidad y se ha visto en parte subyugado a la lógica del sistema contra el que pretende alzarse. Pero la libertad del artista consiste también en querer preservar lo genuino de una práctica artística, contra la privatización y contra la obstinación (que, según muchos, se traduce en arrogancia) de quienes quieren someter aún más el trabajo de los artistas de la calle a la lógica de la comercialización y de la explotación intensiva del arte. Por lo tanto, el borrado de la obra de arte puede leerse como una parte de la propia obra de arte, como una continuación de su significado, como una extensión del mensaje que quiere dirigir al público. Creo que quienes piensen que, a partir de ahora, sólo veremos muros grises en lugar de los muros que antes adornaban las obras de Blu no pueden estar exentos de crítica: porque a partir de ahora veremos muros que tienen una historia aún más larga que contar, y quizá tan significativa como la que la obra de arte podría haber contado antes de ser borrada. Veremos muros que hablan de un gesto doloroso y desesperado (sin duda Blu reflexionó larga y dolorosamente antes de llegar a tal decisión), pero no obstante noble, como lo definió el historiador del arte Fabrizio Federici en su página Mo(n)stre, e incluso romántico, y compartido por la mayoría de los ciudadanos de los barrios donde se encontraban las obras de Blu. Ciudadanos que se armaron de rasquetas para borrar las obras, y de rodillos y pintura para cubrir de grises melancólicos las paredes vacías.

Algunos hablan de daños, otros de provocación, otros de una maniobra de marketing. Lo cierto es que estamos ante un gesto que plantea varias preguntas: sobre la conveniencia de institucionalizar o no una forma de arte que nace contra las instituciones, sobre las contradicciones de un sistema que por un lado castiga a los artistas y por otro querría implicarlos, sobre el hambre voraz de un capitalismo que querría engullir incluso formas de expresión que se oponen fuertemente a su lógica, sobre el continuo sometimiento del arte a las razones exclusivas del beneficio, sobre el papel que la cultura debe asumir en nuestra sociedad. Estos son temas centrales en el debate cultural de nuestro tiempo, y Blu nos lo ha recordado contundentemente con su gesto. ¿Es más fea la Bolonia de hoy, como muchos han dicho? No lo sé, como tampoco sé si habrá figuras que salgan victoriosas de este asunto: puedo decir, sin embargo, que Bolonia, y toda Italia, son desde hoy quizá más conscientes de la importancia que el arte tiene que desempeñar para todos nosotros.


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