Después de casi siglo y medio, Venecia se atreve a pensar de otra manera en la primera mujer italiana al frente de la Bienal de Arte. Por supuesto, aunque estemos en 2020 todavía quedan demasiadas “primeras veces” que celebrar cuando se trata de nombramientos de peso en el panorama cultural e institucional. Por eso, la elección de Cecilia Alemani lleva consigo el regusto de metas ya alcanzadas y de caminos aún llenos de baches hacia metas que requieren valentía y visión. En el caso de esta comisaria independiente y transversal, la lectura impone una mirada múltiple. El hecho de que sea mujer hace justicia a un embargo nunca oficial pero orientador, que en la cúspide de las instituciones ve aún a demasiadas pocas representantes (nos gustaría celebrar la primera Presidenta del Consejo, y tal vez incluso la de la República, por ejemplo), pero en realidad sería demasiado banal desvirtuar a Alemani con el rosetón de las cuotas rosas. Al contrario. Y aquí es donde entra en juego la otra mirada.
Cecilia Alemani. Foto Crédito Timothy Schenk |
La trayectoria de la recién elegida directora se basa en una idea del arte público orientada a la recuperación de espacios urbanos en desuso, repensados y regenerados como reflejos de las ciudades y las sociedades que los rodean. Es su visión la que transformó la antigua High Line de Nueva York en un lugar de contaminación entre las obras y el entorno en el que explorar un concepto de arte independiente, libre del mercado, que, sin embargo, no se ha negado a sí mismo dos mil millones de dólares de inversión y más de siete millones de visitantes en dos años. Y también No Soul for Sale, el festival pensado para espacios sin ánimo de lucro y que, gracias a colectivos de artistas de todo el mundo, se ha convertido en una forma de celebrar las nuevas estrategias de convivencia y participación puestas en marcha por realidades independientes (Londres 2010). Pienso también en el proyecto Rayuela, la gran ’invasión’ artística en las calles de Buenos Aires con motivo de la ’Art Basel Cities Week’ (2018), con la que desquició el concepto clásico de feria, inmediatamente después de haber firmado para la Bienal de 2017 uno de los Pabellones italianos más ’cosmopolitas’ de las últimas ediciones. También en aquella ocasión, la importancia del espacio expositivo estuvo en primer plano: se redujo el número de artistas, para apreciar los detalles arquitectónicos de aquel antiguo almacén de carbón construido en el siglo XIX.
Este será, creo, uno de los rasgos más interesantes de su dirección: el diálogo constante entre el arte contemporáneo y todo lo que crece y se transforma a su alrededor. Es el único planteamiento posible para una institución que quiere seguir el ritmo de la modernidad. Y es un concepto absoluto, no necesariamente ligado a una identidad europea, americana o latinoamericana, y mucho menos a una cuestión de género. “El arte no puede ignorar lo que le rodea”, nos recuerda Alemani. No puede ignorar, añadiría yo, los barrios del centro y del extrarradio; no puede ignorar el entrecruzamiento de instancias sociales y culturales que cada territorio expresa, de formas más o menos creativas; no puede ignorar la relación dialéctica pero independiente con otras instituciones culturales y con la “política”. Y no puede dejar de dialogar con las nuevas comunidades que animan y transforman cada vez más nuestras ciudades, cambiando la mirada y el propio lenguaje de quienes las habitan. Es de este entrelazamiento, de la reacción entre estos elementos, de donde nace el arte contemporáneo y actual. Bienvenida Cecilia.
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