Batallas darwinistas entre ferias, supervivencia y virtual: cómo será el mundo de los maestros antiguos después de Covid


¿Cómo emergerá el mundo de los Antiguos Maestros de la pandemia del coronavirus Covid-19? Será una lucha por la supervivencia y se recurrirá a lo virtual, pero los Antiguos Maestros resistirán.

En un paisaje silencioso, un pueblo parece abandonado y la plaza de una iglesia está vacía.

Seis personajes avanzan de izquierda a derecha. El primero lleva dos bastones y avanza lentamente para no chocar con el segundo, que le guía agarrándose a uno de los dos bastones. A su vez, el segundo se apoya en el tercero, agarrándose a su hombro. Y lo mismo hace este último, que a su vez sigue el ejemplo del cuarto, que se inclina hacia delante, arrastrado por el quinto hombre que, aturdido, se precipita en la zanja por la que ya se ha abierto paso el sexto. “Son ciegos y guías de ciegos. Y cuando un ciego guía a otro ciego, ambos caen en la zanja”. Esta es la Parábola de los Ciegos tal como la imaginó Pieter Bruegel el Viejo en el siglo XVI, y sin embargo nada parece más apto para describir el escenario cultural, económico y social de este momento.



Pieter Bruegel el Viejo, Parábola de los ciegos (1568; temple sobre lienzo, 86 x 154 cm; Nápoles, Museo Nazionale di Capodimonte)
Pieter Bruegel el Viejo, Parábola de los ciegos (1568; temple sobre lienzo, 86 x 154 cm; Nápoles, Museo Nazionale di Capodimonte)

Resistencia.

Los maestros antiguos son resistentes por naturaleza. Y sólo podían serlo: supervivientes de todas las obscenidades de la parábola humana, promovidas por el tribunal de la Historia, han visto, callado y presenciado en silencio todas las guerras, todas las pestes, todos los triunfos y todas las debacles, recordándonos que, al fin y al cabo, no hacen falta tantos días para hacer un siglo.

Resiliencia, pues, como elemento constitutivo incluso del mercado del “arte antiguo” y de los operadores del sector. Sí, por supuesto, hay modas y es innegable que -en una perspectiva corta y ciega- el gusto ha cambiado durante la primera década del nuevo milenio. Pero el gusto, efectivamente, cambia y, en nuestra opinión, ésta será la primera consecuencia real de la experiencia que estamos viviendo. El cambio ya estaba en marcha antes -porque el inconsciente colectivo intuye y precede las etapas de la historia- y las señales eran evidentes, pero el acontecimiento de época que ha descendido tan impetuosamente en la vida de todos está destinado a afectar profundamente a las opciones de gusto que el mercado deberá seguir en el futuro. Si una cierta máquina de movimiento perpetuo en el arte contemporáneo ya se ha derrumbado de hecho con el cierre (y es poco probable que se reanude pronto) con los acontecimientos que también marcan el fin de una era y de los ideales de los llamados “boomers” (los los llamados “boomers” (por ejemplo, la desaparición de la controvertida figura de Germano Celant), un consumo “slow food” en el sentido artístico se traducirá ante todo en el redescubrimiento de géneros y vertientes que habían caído en desuso durante los desenfrenados años 00. Y esto se aplicará tanto a los viejos como a los viejos. Y esto se aplicará tanto a lo antiguo como a lo contemporáneo, suponiendo que tal división aún pueda tener algún tipo de sentido.

Distanciamiento.

Más mecánica y heterodirigida, en cambio, será la “batalla darwinista” que el mundo de la exposición se dispone a librar a muerte. Ya se ha hablado mucho del atasco de las ferias, y quizá demasiado, incluso por parte de operadores reputados del sector, que se han apresurado a poner manos a la obra con deserciones, cierres y reorganizaciones fantasiosas, como si tuvieran algún poder de decisión sobre los organismos regionales y nacionales. También esto es una estrategia de supervivencia, pero lo cierto es que ningún evento social (desde las noches de pub hasta los paseos en autobús) es seriamente concebible, sostenible, vivible con el concepto de distanciamiento social durante un periodo de tiempo demasiado largo. Iluminadoras, en este sentido, son las palabras de Iole Siena que, sin hipocresía, tuvo el valor de explicar cómo el funcionamiento de las exposiciones según las nuevas reglas es imposible: impracticable en términos de relación coste/beneficio e invivible desde el punto de vista de la propia experiencia, baste citar el ejemplo de la exposición capital sobre Van Eyck en Gante, que fue clausurada definitivamente sin posibilidad de reapertura debido a los elevados costes, las imposibles prórrogas y las irrecuperables pérdidas económicas. Cualquier exposición/feria de mercado está sujeta a los mismos problemas.

Para volver a arrancar, es necesario ponerse realmente en marcha, una elección que debería recaer en una política (internacional) actualmente muy asustada, reducida casi a una “administración de condominio” con escasos fondos, aturdida por las sarabandas de expertos (o presuntos expertos) que gritan constantemente opiniones que se contradicen entre sí. Y ésta será la cuestión fundamental que convocará a Sociedad y Cultura en los próximos meses: comprender si se está dispuesto a aceptar una supervivencia hecha de consumos esenciales -reducidos al mínimo y realizados en soledad- o si, en cambio, sigue siendo válido el concepto aristotélico del hombre como “animal social”, con todas sus implicaciones culturales, inmateriales, estéticas, dispuesto a reverberar en una industria inducida que es (también) el mercado del arte y la cultura.

Mientras tanto, la mitad de las ferias inútiles de las que está tachonado el mundo del arte intentarán sobrevivir y tal vez triunfar, pero no es posible entenderlo ahora, sin la observación concreta de cómo reaccionará (o se dejará reaccionar) el mercado (es decir, los coleccionistas, o mejor sería decir los consumidores tout-court, que después de la feria van al restaurante, al cine, a visitar un museo, de vacaciones, a la empresa, etc.)...).

Ciertamente, sería deseable un reajuste del sector: en este sentido, la sostenibilidad podría coincidir con un enrarecimiento efectivo de los certámenes, con una reducción de sus costes (la mayoría de las veces descaradamente inflados y cargados a los expositores) y quizá con un reparto en periodos de tiempo necesariamente más largos: de los clásicos tres-cinco días frenéticos a los diluidos quince....

Virtual.

En cuanto a la dinámica del mercado internacional, las subastas intentan lanzarse al mercado en línea, pero la visión directa en vivo, con todos sus problemas relacionados con la atribución, la calidad del material y el estado de conservación, vuelve a hacer imprescindible el contacto directo, tanto para los vendedores como para los compradores. Al fin y al cabo, quizás los entornos tradicionales de las galerías podrían beneficiarse de un giro “glocal”, pero ciertamente también aquí es necesario recuperar la libertad de movimiento. La presencia en las redes sociales, con la ayuda de una buena página web, es una realidad tautológica aceptada desde hace tiempo por toda galería, y las precipitadas ofertas de participación en plataformas de venta -tanto de alto nivel como más chapuceras- reiteran las mismas trampas de las ferias reales: mucho dinero que gastar para los galeristas y ninguna certeza de ganancias concretas. Un ejemplo claro fue el intento de Art Basel de lanzar una edición sólo digital de la feria, un experimento desastroso en términos de ventas. Frente al entusiasmo pasivo que muchos muestran por la transformación digital de todas las experiencias sensoriales (y el arte es una de ellas, con expertos en la materia realmente convencidos de que la visita online a una exposición es casi mejor que la real, signo de tiempos muy sombríos), nos parece exasperante esta transferencia colectiva que, de forma casi automática, está llevando a considerar iguales la pornografía y las relaciones reales, el disfrute digital de la comida (y la entrega a domicilio) con la experiencia del restaurante, la visita digital al museo y el museo en sí. Puede que sean paliativos momentáneos para evitar que la gente se vuelva completamente loca en casa, pero estamos convencidos de que ninguna persona lúcida puede creer de verdad que la versión digital de todos estos factores es mejor que los propios factores experimentados en la vida real.


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