A primera vista en el ecosistema del arte, diría que el coleccionismo puro está en vías de extinción; no es que falten acaparadores en serie de objetos o inversores improvisados dispuestos a hacer la ganga de su vida, pero el coleccionismo es otra cosa y espero sinceramente, a través de estas breves palabras mías, hacerles partícipes de algunos puntos fundamentales para mi investigación.
Tengo un vívido recuerdo de mi primera adquisición, fue a principios de los años noventa, por aquel entonces aún no tenía ni idea de qué dirección quería dar a mi colección, la sola idea de rodearme conscientemente de una serie coherente de objetos me resultaba lejana.
Vi aquella sirena herida de Claudio Bonichi, nieto del gran Scipione, y me di cuenta de que no tenía delante sólo un panel pintado al óleo, sino algo que me pertenecía, que me completaba. Quizás allí me di cuenta de que no buscaba simplemente una obra agradable a la vista y con un buen significado, sino que había algo más.
Aquella obra, así como todas las que le siguieron, eran y son verdaderos testigos del tiempo pasado, elementos indispensables para un relato personal, veraz e históricamente relevante de la historia del Arte.
En aquella época no existían textos escritos por importantes coleccionistas o comisarios dispuestos a ilustrar el arte de coleccionar, y hoy, aunque este tipo de textos están muy extendidos, no existe un manual a seguir; es un mundo hecho de estudio y conocimiento establecido sobre el terreno, en las galerías, en las ferias, en las inauguraciones y en todos aquellos ambientes donde el arte es central. Conocer es conocer y nunca dejaré de agradecer a todas las personas que, sobre todo al principio, me enseñaron tanto con sólo permitirme escuchar, entender por qué un artista podía ser seleccionado para una galería y otro no. No hay tratados, no hay reglas escritas, cuanto más convives con el arte, más entiendes los mecanismos que hay detrás.
Este es quizá el primer y fundamental consejo que daría a todos los coleccionistas que quieran empezar a hacerlo en serio o, al menos, con conciencia: asistir al arte en todas sus facetas, los encuentros, las palabras intercambiadas con la gente del sector son revelaciones y lecciones importantes para tu propio crecimiento.
Si nos fijamos en mi forma personal de coleccionar, no podemos pasar por alto las distintas peculiaridades que caracterizan mi colección dual pero unificada: los años 30 y el Arte Contemporáneo son áreas que, en términos de investigación, mercado y métodos de adquisición, responden a necesidades y mecanismos diferentes.
Buscar las obras maestras de los años treinta, las de los artistas outsiders en los que he centrado mi atención, es el resultado de una búsqueda específica y mesurada; buscar obras maestras de Badodi, Birolli, Guttuso, Mafai, Rosai, Sassu, requiere cierta cautela; conociendo la producción de estos artistas, como atestiguan los catálogos generales, y asistiendo a las exposiciones que les están dedicadas, intento siempre comprender, a partir de los textos y los pies de foto, adónde han ido a parar estas obras. El estudio apasionado de los textos me permite saber en qué colecciones, de Turín a Roma, se encuentran las obras que me interesan y entablar negociaciones para su adquisición.
Dado que mi trabajo no me permite realizar frecuentes visitas artísticas al exterior, debo concentrar mis esfuerzos en aquellas obras que poseen una poética intrínseca apasionante y que, como tales, son dignas, en mi opinión, de permanecer en la historia del arte, de contar una historia significativa y no contada.
De estas obras específicas de los años treinta, hay algunas cuya historia de procedencia, localización o historia documental no he podido verificar a su debido tiempo; a menudo las encuentro en subasta, momento en el que tomo medidas para completar la búsqueda y considerar su inclusión en la colección.
Las obras que pertenecen a particulares, y no a las pocas galerías que aún se ocupan de los artistas históricos que me interesan, se convierten en una auténtica caza del amor, por citar un texto anterior sobre mi colección; tendría muchas historias que contar sobre adquisiciones hechas directamente a las familias de artistas desaparecidos, todas ellas increíblemente agradables pero salpicadas de agotadoras negociaciones; es difícil convencer a los coleccionistas ligados a las obras por un vínculo afectivo de que mi colección les permite una visibilidad total y más que merecida por su importancia; este esfuerzo da sus frutos cuando, al contemplar las obras de la colección, se tiene la idea de haber llenado una fisura hasta entonces vacía o poco estudiada de la historia del arte y de la propia investigación personal.
En mi caso, los años treinta se investigan en todas sus ramas, de los Seis de Turín al Chiarismo lombardo, de Corrente a la Escuela Romana, y cada nueva adquisición crea nuevos diálogos entre los artistas y entre las diferentes poéticas expresadas en sus obras.
Para ambas ramas de mi colección, ya sea el arte de los años treinta o el arte contemporáneo, se aplica la premisa que nunca me cansaré de repetir: una obra maestra de un artista menor es mejor que una obra menor de un gran artista ya coronado por la historia del arte.
Especialmente en el campo del arte contemporáneo, el conocimiento y el trabajo en red son fundamentales; cada día llegan a mi correo electrónico personal cientos de avances de las mejores galerías del mundo, desde las más blasonadas hasta las más pequeñas realidades locales que aún consiguen asombrarme por la calidad de su trabajo y su dedicación a la investigación de jóvenes artistas.
No faltan las llamadas telefónicas diarias a los muchos conocedores del sector que me conocen desde hace años, siempre dispuestos a darme consejos y un veredicto personal sobre un nuevo artista.
En cualquier caso, hay que saber rodearse de personas competentes y auténticas que nos prevengan contra el engaño; no es oro todo lo que reluce, estamos en un ecosistema formado, por desgracia, también por grandes inversores poco preparados y dispuestos a apostar, a inflar a artistas merecedores de un crecimiento más correcto y lineal; saber defenderse de esta información embriagadora y malintencionada es fundamental.
Los grandes inversores creen que las obras de gran valor son apuestas seguras, a mí en cambio me gusta centrarme en la calidad y no en el precio; no creo que exista un presupuesto o cifra correcta que diferencie a un artista merecedor de otro menos competente; si acaso, existe un pensamiento subjetivo que nunca se debe traicionar.
Siempre me he centrado en la poética del artista, en lo que le impulsa a pintar, a exteriorizar sus sentimientos para fijar en un lienzo, arcilla o mármol ese increíble conjunto de movimientos humanos que caracteriza a todo ser vivo; partiendo de ahí, difícilmente me desharé de una obra y un artista en los que creo profundamente.
Estoy muy orgulloso de mis elecciones porque sólo y únicamente dan cuenta de mi sensibilidad; las obras que hoy son más valiosas en mi colección fueron adquiridas en medio de las críticas de quienes no comprendían que mis selecciones provenían del corazón y no de una astuta estrategia financiera. Al final, las elecciones del corazón, del estudio, e incluso un poco del instinto, me llevaron a hacer grandes inversiones sin tener la menor intención de hacer ninguna.
Coleccionar de este modo significa creer realmente en los artistas, en su obra profunda y compleja como centinelas del presente, sin aprovecharse de su fama o del “momento favorable” para venderlos.
No quiero dar consejos, aún me queda mucho por aprender, pero el ojo, la mente, el corazón predispuesto al sentimiento así como la capacidad de no traicionarse nunca ante las modas pasajeras, son las mejores herramientas del buen coleccionista, herramientas que necesitan un entrenamiento constante para que den sus frutos.
Entrena tu sensibilidad, las grandes Colecciones nacen así, sin recetas ni manuales de instrucciones.
Esta contribución se publicó originalmente en el nº 15 de nuestra revista impresa Finestre sull’Arte Magazine.Haga clic aquí para suscribirse.
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