Alberto Angela e Isla Tentación: Rai hizo bien en suspender a Noos


¿Suspende la RAI Noos para evitar malas cifras de Alberto Angela frente a los tamarinos de la Isla de las Tentaciones? La televisión pública hizo lo correcto: mejor reprogramar cuando haya una situación más favorable para difundir la cultura.

Tal vez sea necesario un ligero esfuerzo de identificación para superar las reacciones impulsivas ante elIndignez-vous que ayer provocó incontrolables ataques de disgusto entre los aficionados a la cultura, atónitos al enterarse de que la RAI ha decidido suspender y reprogramar Noos, el programa de divulgación cultural de Alberto Angela, para evitar (sin declararlo, pero todos lo pensábamos) toparse con la despiadada competencia de La isla de las tentaciones en Canal 5. Mientras tanto, hay que decir que la RAI lo hizo muy bien: había que salvaguardar el programa de Alberto Angela, protegerlo, rescatarlo de las garras de un antagonista imbatible, al que también es difícil imaginar como un competidor con el que entablar una competición. Es fácil comprender por qué la RAI tiene razón, quizás incluso al arremeter contra “toda reconstrucción fantasiosa de la historia”, como se ha encargado de subrayar en su lacónico comunicado sobre el asunto: ¿Pueden las aventuras de una hembra de leopardo del Serengeti tener una débil esperanza de ser más convincentes que el cazziatone en dialecto napolitano de la peluquera Alessia a su infiel novio Lino, culpable de arrullarse con la tentadora del momento y de haber eludido varias veces el enfrentamiento con su compañera?

Conviene recordar entonces, a los que no conocen La isla de las tentaciones (es decir, a una pequeña minoría: la lista no incluye obviamente a los que en las redes sociales están en una carrera por ser los primeros en hacer alarde de una ignorancia fingida sobre el tema), en qué consiste el programa: unas cuantas parejas, estrictamente heterosexuales (y estrictamente no casadas: Mediaset sabe que todos somos buenos burgueses y evita el riesgo de tomar partido por unos u otros), son llevadas a un pueblo de vacaciones en Cerdeña, tras lo cual se separa a los machos de las hembras y se coloca a las parejas divididas en dos zonas distintas e incomunicadas. Machos y hembras interactuarán después con los llamados tentadores y tentadoras, es decir, comprimarios solteros que se supone que pondrán a prueba la fidelidad de los participantes durante el transcurso del programa: en todo esto, a cada participante se le permite ver, a través de grabaciones de vídeo, cómo se comporta su compañero o compañera al otro lado de la aldea. Cuando un participante está harto de las travesuras de su novio o pareja, puede solicitar una “hoguera de confrontación”, es decir, una discusión cara a cara con su pareja frente a una hoguera en la playa, al final de la cual la pareja decidirá si continúa “el viaje”, como lo llaman los participantes, o se retira del programa.

No sabemos si todo es verdad o si los participantes son todos actores, una duda que surge cada vez que vemos a varones de más de 30 años en plena e imparable crisis hormonal desencadenada por el primer par de tetas que les induce a comportarse como ridículos camaleones, despreocupados de ser filmados por decenas de cámaras. Y a decir verdad, poco importa: el programa funciona muy bien porque se trata de esa actividad transversal a épocas, latitudes y clases sociales que es el cotilleo de situaciones sentimentales ajenas (“¿para qué vivimos si no es para ser objeto de las burlas de nuestros vecinos y reírnos de ellos a nuestra vez?”, se preguntaba el señor Bennet en Orgullo y prejuicio). La isla de las tentaciones funciona porque una vez a la semana ofrece a millones de telespectadores la oportunidad de tener las pollas de siete parejas diferentes de una sola vez. Funciona porque imaginamos que millones de espectadores reviven su experiencia en las historias de las parejas que participan en el programa. Funciona porque para muchos es como verse en el espejo, ya que se supone que en Italia los Valmont de Laclos están en clara minoría frente a los Tonys y los Lukeos. Funciona porque para muchos otros es una inyección fácil de autoestima (si uno es hombre, no hace falta mucho para sentirse superior a un matón que afirma legítimamente aparearse con todo lo que se mueve en un radio de un kilómetro, pero que luego tira mesas y sillas si su pareja, más que justificadamente, le llama a la prueba de reciprocidad, y si una es mujer, no hace falta mucho para sentirse aliviada si al final su marido no es tan malo porque no tiene nada que ver con ese coyote machista del programa). El país que vio nacer a Carolina Invernizio no puede sorprenderse del éxito de La isla de las tentaciones. Y si alguna vez ha querido husmear en los amoríos ajenos, no sólo no debe sorprenderse, sino que tampoco tiene derecho a indignarse.

Alberto Angela presenta Noos
Alberto Angela presenta Noos

Este es, pues, el coloso contra el que debe luchar Alberto Angela. Sería como hacer que Manny Pacquiao y Mike Tyson lucharan en el mismo combate: es imposible, pertenecen a dos categorías diferentes. El mismo supuesto se aplica a Noos y La isla de las tentaciones : el deporte es el mismo, ya que ambos son dos programas de televisión, además dispuestos en la misma franja horaria, pero las categorías son diferentes. Alberto Angela hace entretenimiento cultural, los cornudos de La isla de las tentaciones hacen entretenimiento ligero. Por un lado un programa de televisión que se centra en el conocimiento, por otro un programa de televisión que lo juega todo a la emoción. Y esto no es nada nuevo: ¿cuántas veces los programas de Maria De Filippi, a partir del inoxidable C’è posta per te, han superado la divulgación de Alberto Angela? En las raras ocasiones en que lo ha conseguido, las redes sociales del mundo de la cultura han hablado de ello durante días, celebrándolo como se celebra cuando la selección nacional de fútbol gana un Mundial. Pero Angela suele ganar cuando al otro lado se mide con otro tipo de programas: ganó en mayo con los nuevos descubrimientos de Pompeya, y al otro lado estaba la familia de Io canto de Michelle Hunziker. Ganó en Navidad con Esta noche en París, cuando tenía en contra el concierto del Vaticano. El año anterior, Stanotte a Milano, también en Navidad, había ganado a la reposición de una película de Ficarra y Picone. Si se van a mirar las cifras de audiencia de Ulisse, verán que los porcentajes de share son bastante parecidos a los de Noos: siempre en torno al 15-16%. Por supuesto, las cifras absolutas son más altas porque hay que recordar que la comparación con La isla de las tentaciones tiene lugar en verano, cuando la mayoría de los italianos tienen mejores cosas que hacer que quedarse en casa viendo la tele. Pero en la acción no hay quien se resista.

La cuestión, por tanto, es otra. El tamaño de la audiencia de Alberto Angela en este momento lleva años rondando los mismos porcentajes: no tiene sentido indignarse porque Noos no resista la comparación con la isla de los tamarinos. Mejor entonces proteger un programa popular válido, adaptado a los tiempos, alimentado, además, por la contribución de muchos jóvenes expertos, reservando su emisión para un momento del año en el que habrá posibilidades de mayores cifras y mayores índices de audiencia. Es cierto que la RAI debe prestar un servicio público y no debe razonar en función de los números, pero dado que la RAI 1 no puede permitirse 365 episodios de Noos, uno cada día del año, quizá sea mejor maximizar el compromiso y trabajar para que un programa cultural de nivel básico, como se diría en la jerga del marketing, llegue al mayor número de personas posible. Difundir la cultura también significa darse cuenta de cuáles son los mejores momentos para hacer llegar un producto que tiene todas las razones para ser valorado y defendido a un público que no se mueve por órdenes.


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