El arte nos representa o, dicho de otro modo, elegimos el arte que más nos representa. Y no se trata sólo de un incipit en línea con una campaña histórica del Ministerio de Cultura que decía #lartetisomiglia, sino que es más sencillamente la evolución de ese instinto de autoconservación que llevó a nuestros antepasados a pintar en las paredes de las cavernas para dejar huella de su paso por el mundo y sobre el que (a partir de ahí) nació el arte tal y como hoy hablamos de él.
En resumen, si por un lado nos esforzamos por conocer el arte, el que alguien define oficialmente, y por admirarlo en los museos de forma más o menos convencida, entonces, en el secreto de nuestros gustos, elegimos por instinto y a la ligera las representaciones en las que encontramos un parecido con la imagen que tenemos de nosotros mismos. Podría ser una actitud social que nos lleva a agruparnos y homologarnos, o podría ser gracias a las neuronas espejo, que explican fisiológicamente nuestra capacidad para reconocernos en nuestros semejantes, y sentir empatía incluso cuando representan su imperfecta vida cotidiana.
A esto atribuyo el éxito de Remmidemmi, nacido Sandro Giordano, fotógrafo autodidacta con una galería de 200.000 seguidores en Instagram y una exposición actualmente en la galería Strati d’Arte de Roma comisariada por Gina Ingrassia titulada In Extremis (cuerpos sin remordimientos). Sus retratos, pacientemente construidos en decorados, narran el momento posterior a una caída, surrealista, deflagrante. Un proyecto que se repite desde hace diez años según un formato encallado y, sin embargo, sorprendente cada vez.
En una entrevista hace algún tiempo, contaba: “era septiembre de 2013, estaba participando en un espectáculo y había una escalera impresionante en el escenario. Una de las actrices, mientras pasábamos el tiempo antes de los ensayos, me pidió que le hiciera una foto cómica, e inmediatamente visualicé su imagen al pie de la escalera, caída, con la cara vuelta hacia el suelo; ella se puso en esa posición y ahí vislumbré algo, una intuición”. El 12 de octubre, una vez de vuelta en Barcelona -donde vivía entonces-, me desperté por la mañana, abrí los ojos y pensé ’tengo que hacer esto’".
Los protagonistas de sus imágenes se estrellan contra el suelo, con toda la carga de sus objetos, salidos de una bolsa, caídos del coche, rodando por las escaleras. Son instantes congelados de una historia que podemos remontar hacia atrás, imaginando no sólo la caída, sino la vida que vino antes: el trabajo, una afición, una tarde divertida, el inicio de un viaje. Porque la caída es un acontecimiento repentino en medio de un viaje.
Las caídas de Giordano son inconexas, irreales, exageradas, nunca trágicas. Son imágenes cargadas de ironía, subrayadas por objetos sobredimensionados y colores vivos. Casi parece como si el “caído” tomara conciencia de lo que ha sucedido, recobrara fuerzas y -¿por qué no? - disfrutara de un momento de pausa antes de levantarse de nuevo.
Sin embargo, los sujetos nunca muestran sus rostros. Porque, al fin y al cabo, hay un hilo de pudor en quienes los cuentan, pero también porque -en mi opinión- esta elección sugiere que ese desplome a menudo no es real, sino un sentimiento que llevamos dentro, ya sea un dolor a punto de deflagrar, o simplemente la conciencia de estar confundidos y ser imperfectos. En el espacio de la exposición, es evidente que los sujetos retratados son en su mayoría mujeres. Tal vez seamos más complicadas, polifacéticas, o simplemente tan adictas a hacer varias cosas a la vez, que estamos más distraídas, acostumbradas a caernos y volver a levantarnos.
"Más que las puestas de sol, más que el vuelo de un pájaro, lo absolutamente maravilloso es una mujer que renace. Cuando vuelve a ponerse en pie después de la catástrofe, después de la caída.
Esa dice: se acabó’, decía Jack Folla el personaje escrito por Diego Cugia para el programa de Radio 2, ’Alcatraz’, hace ahora veinte años.
Y si no se trata de una promoción más que atrae a las mujeres, cuando estos días voy a elegir entre las ofertas culturales de Roma, me doy cuenta de que todo está teñido de rosa. En un contexto en el que todo es feminismo, hasta el arte -en el sentido más amplio del término- sigue la estela. Y así, la mujer está ahora en el centro de todas las narraciones, una presencia involuntaria en todos los eventos.
En el cine sigue existiendo ’Barbie’, que representa los estereotipos del feminismo actual: mujeres realizadas y bellas, directivas, presidentas, astronautas o madres capaces de cruzar mundos paralelos para salvar a sus familias, pero que sienten el peso de unas expectativas que nunca se cumplen del todo. “Es literalmente imposible ser mujer. Eres tan guapa y tan inteligente y te mata no creerte lo suficientemente buena. Siempre tenemos que ser extraordinarias, pero de alguna manera, siempre lo hacemos mal”, dice America Ferrera en un monólogo que hace un guiño a los Oscar. Una película que se ha prestado a muchas interpretaciones diferentes, hasta la sutilmente conspirativa de Boris Jonson en el Daily Mail del 23 de julio “¿Cuál es el mensaje de la película? ¿Qué quiere Mattel? ... Quiere más bebés que pronto se convertirán en niños que demandarán muñecas. Mattel quiere que los humanos se reproduzcan”.
Pero Helmut Newton también se vende como feminista, y su exposición “Legado”, en el Ara Pacis de Roma hasta el 10 de marzo de 2023, habla de mujeres independientes, empoderadas, decididas, seductoras, en un blanco y negro que subraya la perfección de cada curva y pone el punto de mira en cada defecto. Son mujeres que conquistan, que dominan, que atraen, y lo son dependiendo de quién las mire, ya sea un personaje del cuadro o la mirada del espectador.
Una exposición rica y envolvente con sus impresiones de gran tamaño, tamaño póster, que recomiendo a todo amante de la fotografía, pero también a todo amante de la belleza.
En definitiva, las mujeres, si no hemos conseguido la igualdad salarial (como nos recordó quien mencionó el Premio Nobel concedido a la economista Claudia Goldin), al menos podemos disfrutar de la libertad de elegir, entre la infinidad de expresiones artísticas que nos cuentan, cuál nos representa más.
Yo elegí, y en un decorado preparado para el público, no pude evitar ofrecerme como protagonista de una de las fotos de Giordano. Poner mis choques personales al servicio del arte. Porque me reconozco en sus mujeres imperfectas y llenas de contradicciones: cucharón en una mano, estilete y plumas de avestruz en la otra. Agrietadas pero felices. Me llevo a casa una lámina de 15x15 y una reflexión que comparto con vosotros: una vez más, donde no hay respuestas está el arte, que nos toma el pelo, nos hace reflexionar, desencadena debates en los periódicos o alrededor de un aperitivo, y al final nos deja la impagable satisfacción de haber pasado una tarde maravillosa.
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