En los últimos días se ha hablado mucho de la barrera lingüística que el ministro de Cultura, Gennaro Sangiuliano, quiere imponer en la convocatoria del concurso para nombrar trece nuevos directores de museos autonómicos que sustituyan a aquellos cuyos nombramientos están a punto de expirar. La idea de Sangiuliano es incluir, como requisito para las candidaturas, el conocimiento de la lengua italiana sobre la base de pruebas reconocidas internacionalmente. La supuesta maniobra del ministro ha suscitado apasionadas discusiones, pero hay que recordar que Sangiuliano no ha inventado nada: el conocimiento de la lengua italiana ya figura entre las competencias evaluadas por la comisión. Así pues, estas discusiones han eclipsado al menos tres cuestiones de las que nadie habla, pero que son sin duda más importantes que la familiaridad que los próximos directores tendrán con nuestra lengua.
Primero: el tema de la renovación de mandatos. Trece directores expiran, y algunos de ellos han llegado al final de su segundo mandato (entre ellos, Eike Schmidt, director de los Uffizi, Marco Pierini, de la Galería Nacional de Umbría, Paola D’Agostino, del Bargello). De los rumores que circularon en abril se desprende que la convocatoria debe excluir a quienes ya hayan dirigido el mismo museo durante dos mandatos. Por lo tanto, un director que ya haya ejercido dos mandatos consecutivos en la misma institución no podrá presentarse a un tercer mandato, sino que podrá optar a dirigir otro museo. Por ejemplo: Eike Schmidt no podrá volver a presentarse para los Uffizi, pero sí para, por ejemplo, la Galleria dell’Accademia, el Museo Bargello o la Pinacoteca di Brera. Llegados a este punto, el problema que se plantea es tanto de mérito como de método. ¿Qué sentido tendría esta rotación cuando un director lo ha hecho bien? ¿Por qué un director que se ha distinguido durante ocho años no puede ver renovado su cargo por otros cuatro? ¿Qué obstáculos impiden que un director tenga un tercer mandato en el mismo museo? Si ha demostrado ser bueno y eficaz, ¿qué sentido tiene impedirle continuar su labor en la misma institución? En cuanto al método, hay que señalar un elemento importante: en las antiguas convocatorias se estipulaba la imposibilidad de renovar el nombramiento más allá del segundo mandato (concretamente, la duración del nombramiento se fijaba en cuatro años, con posibilidad de renovación una sola vez: así lo estableció el Decreto-ley 50, de 24 de abril de 2017, incluidas sus modificaciones introducidas por la Ley 96, de 21 de junio de 2017), no de la imposibilidad de nuevo nombramiento (eventualidad de la que, al menos, no habla el citado Decreto-ley). Por tanto, ¿estamos seguros de que impedir que un director vuelva a presentarse al museo que ha dirigido durante dos mandatos no abrirá una nueva temporada de recursos y contra-recursos, que inevitablemente acabarán perjudicando el funcionamiento de nuestros museos?
En segundo lugar, la cuestión de los requisitos. En anteriores convocatorias se exigía una experiencia mínima de cinco años en funciones de gestión, en organismos y entidades públicas o privadas, o en empresas públicas y privadas, tanto en Italia como en el extranjero. Cinco años, pues, mirando el pasado del candidato. Pero nadie se ha planteado el problema de establecer los requisitos pensando en el futuro: ¿qué ocurre si la elección final recae en un candidato próximo a la edad de jubilación, que tiene un par de años por delante, y si el director decide jubilarse a mitad de mandato? Ya ocurrió en la Galleria Borghese en 2020, cuando Anna Coliva se jubiló y la dirección se confió durante tres meses ad interim a Cristiana Collu, directora de la Galleria Nazionale d’Arte Moderna e Contemporanea, y luego se convocó un nuevo concurso que, cinco meses después de la jubilación de Anna Coliva, desembocó en el nombramiento de la nueva directora, Francesca Cappelletti. Una vez más, el funcionamiento del museo podría verse afectado. ¿No se trataría entonces de asegurarse de que la convocatoria garantiza la continuidad? En otras palabras: ¿es posible asignar un puesto a un candidato que superará la edad de jubilación durante su mandato y que, por tanto, podría decidir retirarse?
En tercer lugar: la elección del ministro. Siempre según los rumores, parece que al contrario de lo que ocurría en el pasado, cuando el ministro (que nombra a los directores de museos de primer rango) recibía del tribunal examinador un trío de finalistas, con la nueva convocatoria la terna de nombres será más amplia. Se desconoce entre cuántos candidatos elegirá el ministro. Sin embargo, se trata de una opción que corre el riesgo de quizás exagerar el poder discrecional del ministro y, por el contrario, reducir la relevancia de la comisión. La convocatoria de candidaturas parece estar en la recta final, pero quizá aún haya tiempo para algunos ajustes.
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