Una lección de danza en la Venecia del siglo XVIII: la famosa obra de Pietro Longhi


Pietro Longhi fue el observador más importante de la sociedad veneciana del siglo XVIII en lo que a imágenes se refiere: con su célebre Lezione di danza, nos da a conocer un momento fundamental de la educación de las jóvenes venecianas.

Quien desee adentrarse en la vida social de la Venecia del siglo XVIII, adentrarse en las casas de la nobleza y la burguesía, en los lugares que frecuentaban, comprender cómo pasaban el día, cuáles eran sus actividades y sus pasatiempos, debe entregarse a unasumergirse en los cuadros de Pietro Longhi (Pietro Falca; Venecia, 1701 - 1785), el pintor que más que ningún otro, y con más coherencia, supo retratar la sociedad de la Venecia del siglo XVIII, la Venecia del ocaso de la República: Si Canaletto nos mostró vistas de una Venecia eternizada por una luz cristalina, si Francesco Guardi relató esos mismos lugares veteando sus vislumbres con un aire de inconsolable nostalgia, Pietro Longhi es el artista que nos abre las puertas de los edificios pintados en las obras de los vedutisti. Y al entrar en una de estas casas, no habría sido difícil presenciar una lección de danza como la que Longhi pintó en una de sus obras más conocidas, La lezione di danza (La lección de danza ), actualmente en la Galleria dell’Accademia de Venecia.

En el interior de un pequeño salón con un mobiliario más bien desnudo (sólo un sofá forrado de raso verde, del mismo color que la tapicería, una pesada cortina de terciopelo a la derecha, un par de asientos más abajo y un espejo en la pared) presenciamos cómo una joven recibe una lección de danza de su maestro, mientras un violinista da el ritmo, apartado, y la madre de la muchacha observa la escena, sentada en una silla. Sobre un taburete, el maestro ha colocado su tricorno, el típico sombrero veneciano de tres picos, y su pequeña espada. La pura intimidad de lo cotidiano.



Pietro Longhi, La lección de baile (c. 1741; óleo sobre lienzo, 60 x 49 cm; Venecia, Gallerie dell'Accademia, inv. 465)
Pietro Longhi, La lección de baile (c. 1741; óleo sobre lienzo, 60 x 49 cm; Venecia, Gallerie dell’Accademia, inv. 465)

La obra, de la que también se conserva un estudio con un boceto de la pareja de bailarines en una cara de la hoja y las manos del maestro en el reverso, forma parte de una serie de seis lienzos que imaginamos dedicados a las actividades cotidianas de la dama veneciana: los otros son el Concertino, el Sarto, la Toeletta, elIndovino y el Farmacista, todos de idénticas dimensiones y estilísticamente homogéneos. La obra también tuvo cierta fortuna, ya que de ella realizó un grabado inverso Jean-Jacques Flipart, y le seguirían otras versiones en años posteriores, realizadas por manos distintas a las de Pietro Longhi. La Lección de danza, junto con los lienzos que la acompañan, fue donada posteriormente a las Galerías en 1838 por el patricio veneciano Girolamo Contarini (en el acta notarial con la que la serie fue ofrecida a la Accademia, el 1 de septiembre de ese año, las obras se indican como Temas de familia): es probable que la dama representada por Longhi sea una gentilhombre de la propia familia Contarini, una de las más antiguas dinastías nobiliarias venecianas. En cualquier caso, sea quien sea la joven que vemos en el cuadro, lo cierto es que no elude una obligación social en la Venecia de la época. En efecto, para una dama veneciana, asistir a bailes era un momento fundamental de su vida social: participar en bailes de sociedad era, para una familia patricia, un medio de ostentar su riqueza (a través de la ropa, las joyas), así como de forjar relaciones. Saber bailar, por tanto, era un requisito básico para una dama de la alta sociedad en la Venecia del siglo XVIII.

La Lección de baile es uno de los numerosos sketches que Longhi dedicó a la vida veneciana, dando lugar, como se ha señalado, a una especie de traducción por imágenes de la comedia de Carlo Goldoni, en la que los personajes casi parecen interpretar un papel, moviéndose con poses remilgadas, afectadas, poco espontáneas, en el escenario de su existencia. Goldoni y Longhi, además, se conocían, e incluso hay un soneto del dramaturgo en el que se cita al pintor: “Longhi tu che la mia Musa sorella / chiamare del tuo pennel che cerca il vero”, verso en el que Goldoni muestra cómo la intención del artista era ofrecer al espectador una narración realista de lo que veía, a través de una investigación precisa de la realidad cotidiana. Y que Pietro Longhi estaba atento a la representación de la realidad lo demuestra el estudio, conservado en el Museo Correr, en el que el artista intenta probar las diferentes posiciones de la mano del maestro. Una investigación, la de Longhi, que se expresa a través de una gracia compuesta, la descripción minuciosa de interiores y trajes, una vida que parece fluir tranquilamente.

El pintor veneciano, escribió uno de sus casi homónimos, el historiador del arte Roberto Longhi, describe en sus cuadros “una crónica paciente y tenaz, en la que el momento irónico es tan ligero como una burbuja de luz inmediatamente apagada, que describe las acciones habituales del día: el aseo, la conversación opaca, la lección de baile, el concierto o los juegos en casa, el examen del nuevo ’andrien’ traído por el sastre y, tal vez, llevado al aparador, el paseo por la piazza, a la cafetería, la visita al ridotto”. Y como enLa lección de baile, las mujeres asumen un papel inédito, conscientes de su poder de atracción sobre los hombres, y en Venecia pueden, además, disfrutar de una libertad que no se concedía a las mujeres que vivían en otros lugares en la misma época. La muchacha del centro del cuadro de las Galerías de la Academia está recibiendo una lección, pero es la verdadera protagonista de la escena, y no sólo porque el blanco de su rico vestido de satén, ribeteado con un curioso abrigo de piel rosa, destaque sobre esta escena sombría, iluminada únicamente por las luces artificiales del decorado: Su mirada, a la vez coqueta y provocativa, encuentra y a la vez rehúye la del maestro, mientras que detrás el violinista no puede hacer más que observar sus movimientos desde lejos. Se respira, sin embargo, en este cuadro como en otros de Pietro Longhi, el aire de una sociedad en su ocaso, la atmósfera de una Venecia que se encamina hacia su inexorable, imparable, ineludible decadencia: y nos damos cuenta de ello cuando miramos a esos mismos personajes, que aparecen tan distantes, fríos, inconscientes. No hay crítica, no hay intención de denuncia en la obra de Longhi (quizá haya algo de ironía, esto sí), pero más que personajes reales, sus nobles nos parecen casi maniquíes moviéndose en un escenario teatral.

“Compuestos en una amenidad de retrato, apenas despreocupados, los personajes”, vuelve a escribir Roberto Longhi, “dejan que los objetos familiares y el aire mismo que los rodea cuenten su historia, la historia sin heroísmo y sin aspavientos de quienes se preocupan por la reputación. Son actores perfectamente dueños de su papel, con gestos controlados, y -si hablaran- una voz persuasiva, raramente forzada. Son los actores que interpretaban las comedias de Carlo Goldoni, sin escrúpulos sin escepticismo, ingeniosos sin la exquisitez del Signor de Marivaux, conmovidos sin lágrimas. Comedias, mientras tanto, de sabia mediocridad humana. Y, de hecho, no sería arbitrario poner, bajo muchos cuadros de Longhi, un título que fuera también el de ciertas comedias de Goldoni; o quizá uno de sus chistes; aparte de la certeza de que los dos artistas se consideraban hermanos en la expresión de esa ”verdad" que ambos tenían en mente. Quién sabe, pues, si tal proyecto no les tentó, a uno o a otro, y tal vez a ambos’. Conociendo la agudeza de ambos, es muy legítimo pensarlo.


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